Por Osmeidy Águila

 

Vivir como íes sin punto,
soñar con prórrogas tan falsas,
es como dilapidar tus onzas de albedrío,
un barco sin timón y sin regreso.


Abrir los ojos un día
es ya ganar una batalla,
es derecho de todos,
aunque todos piensen bien derecho.


Abre paso donde los demás queden,
porque no se ignoran las luces
que van a tu favor;
están hechas para todo el
que no tenga camino.

 

Tomado de la Antología Poetas de fin de siglo en San Felipe de Cumanayagua, Ediciones ¡Ánimo!, Cienfuegos, Cuba, 1999. (N. del E.).

 

 

Por Nicolás Águila

 

Más de cien años después, la rosa blanca martiana conserva su frescura y lozanía. Sin marchitarse, aunque se mire bajo otra luz generacional y desde otra perspectiva crítica, su permanencia y atemporalidad es indiferente a los duelos verbales entre martiófilos y martiófobos, que se afanan en julio como en enero por definir la vigencia o no del legado histórico de la vida y obra de José Martí. Pero, pese a los regateos dialécticos, Martí pervive con un alto grado de estabilidad dinámica que tiende a la inestabilidad para volver a estabilizarse. O dicho en términos más exactos, se mantiene en un permanente estado de equilibrio metaestable. Como los clásicos, que ya es decir. 

 

 

Por Marisol Velázquez

 

(Al Gran Fray Bartolomé de las Casas)


Por cualquier calle
          anda
    con el tiempo
dentro del traje talar.

La cruz de su pecho
levanta en una mano
el índice contra el mal
y le pregunta:
“¿Dónde empieza el bien?”

Ya no son arrodillados
los indios de Arimao
     o de Cumaná;
otros ahora
     viven o yacen,
juntan sus caras cobrizas
          al pasado,
y les ordenan a sus rodillas
erguirse con espadas.

 

Por Yusbiel J. León

 

Ya no tiene Guanaroca
motivo de ser feliz
sin los pinceles del Luis
–pintor. El arrullo evoca,
la palidez de una roca
fugada, ¡qué pesadilla!
¿A qué gajo Hanabanilla
le reclamará en el monte
por la ausencia del sinsonte
que no le endulza la orilla?


Ya el dolor no es bien cantado
por un pan de viejas migas,
y el óleo de las mendigas
de ayer está descolgado
de los oídos. ¿Qué prado
besará tus suelas? Siento
los brazos del pavimento
azul por donde te mueves
gimiendo tu ausencia: llueves
auroras al sentimiento.

Por Claudia Teresa Cabrera

 

Me corona muy temprano,
desde su pecho sensible,
ese padre bonancible
que me guía con su mano,
con un amor siempre sano.
De animarme no se cansa,
y en raíz de la bonanza
alivia cualquier fatiga,
y con la sonrisa amiga
en mi corazón se afianza.

 

 

Por Luisa Macías


No duermas,
la mañana hoy asusta
y deseo que me aquietes la cabeza.
No duermas,
te  llamo en un instante
y a lo lejos el teléfono enmudece.
No duermas,
ya presiento  la impaciencia
de nostalgias carcomiendo la memoria,
imagino los sueños que me aguardan
en la noche detenida  en  tu silencio.
La batalla está perdida desde el tiempo
atrasar hoy el reloj es imposible. 

 

 

Por Amador Calvo

 

Fue el Abra de Castellón
lugar de mi nacimiento
y causa del sufrimiento
que llevo en el corazón.
Toda esa jurisdicción
anduve en mis diversiones
por trillos y callejones
entre tupida maraña
y por los campos de caña
de Breñas, Crespo y Quiñones.


Me agarré como la hiedra
y en permanente bregar
solo me falta llegar
al Turquino y La Gran Piedra.
Pero a mí nada me arredra,
detenerme no pensé.
En Escambray trabajé
en Mayarí, Las Lagunas
y en esa zona hay algunas
colonias que ya olvidé.

Por Nélida Puerto

 

A mi padre, quien me donó el tesoro de la poesía.

Ese dedo calloso me ha obsequiado
trazo y verso capaz de trasmitir
con libros de experiencia, al escribir
en el renglón absurdo del enfado.
A través de su rustico legado
cuando  trae ritmo el viento en su caída
donde al atardecer la garza anida.
Mi padre sin estudios supo darme
su melódica ternura y entregarme
la nota mas profunda de mi vida.

 

 

Por Magaly Ojeda

 

Besar sus cicatrices
compartir un beso y un café
al alba
bajarle una estrella diferente
cada noche
sólo quería vivir sin mentiras
recostar mi cabeza
entre sus manos
beberme sus ojos y su risa
sanar el desastre de mis días
entre el calor de su piel
y sus enojos.

 

Estela

Amigo
tengo este mar
dentro
esta ameba que se parte
esta luz
mi montaña
el rocío

Por Orlando V. Pérez

 

Cuántos años de tu ausencia.
No concibo todavía
cómo se fue la alegría
que marchó con tu presencia.
Me dejaste en la conciencia
un cúmulo de preguntas
que en la soledad van juntas
sin poderlas responder,
¿y nunca podré tener
anudadas esas puntas?