Por Miguel A. León

 

Alto, más bien delgado, pero de complexión recia; andar despacio y acompasado. Su vestimenta cotidiana, sobria, amorosa y meticulosamente preparada por las manos de su esposa; la de ocasión: traje oscuro que completa su imagen de fineza y le confieren mágica distinción al gesticular y departir sobre temas de disímil naturaleza… Hombre presumido, altivo y autodidacta. Nadie le llamaba por su verdadero nombre: Miguel Ángel León Reyes, y fue para algunos “el Gardel de Cumanayagua” o “el hombre de la chiva pirulítica”.
     El oficio de tabaquero robustece su mente: lector voraz por afición, y lector por profesión después en la Fábrica El Coloso —lo mismo de una novela rosa que de un clásico. Se inició como aficionado en el grupo de teatro dirigido por Antonio Sánchez y permaneció en otros surgidos a mediados de los sesenta. Escribe para publicaciones locales como La Tripa, y denunció sarcásticamente problemas de entonces, por lo que no en pocas ocasiones tiene desavenencias con las autoridades locales. Escribe poesía y teatro. Obras dramáticas de su autoría como “La sangre llama”, “Batalla de Santa Clara” “Madre hay una sola”, y “Emilia la rebelde” fueron presentadas en varios lugares de la localidad y en intrincadas zonas rurales.

Por Aisairis Santana y Yaskil M. Álvarez

 

Yo vivía cerca del Brazo y yo iba a bañarme al charco del güije que había allí, pero siempre con miedo al güije.
     Pero ocurrió que a una señora negra se le fue el niño de la casa y ella se botó para el charco, pero sabía que la niño le gustaba bañarse allí y se encontró un niño negrito, y le peleó y le metió nalgadas creyendo que era su hijo, y en cuanto lo soltó se tiró al agua y desapareció en el fondo.
     La madre, viendo que no salía, se tiró a sacarlo y no lo encontró. Vino gente y la sacaron medio ahogada y llorando.
     Y cuando fue para la casa se encontró al hijo. Y lo que pasó fue que le pegó a un güije.

 

Tomado de Compilación de leyendas cumanayagüenses. (N. del E.).

Informante: Ernesto Machín Viera. (Museólogo).

Aisairis Santana Consuegra. (Compiladora).

Yaskil Moisés Álvarez Cuellar. (Diseño de cubierta, edición y corrección).

 

 

Por Magaly Ojeda

 

Amigo
tengo este mar
dentro
esta ameba que se parte
esta luz
mi montaña
el rocío
la sed
la tormenta
un pedazo de ciudad
decadente
un amor de pesadilla y estrellas
una locura desfasada
la flor que doy en cada beso.

 

 

Por Antonio R. Ojeda

 

Como actor del grupo Teatro de los Elementos organizaba, hace unos años, una peña cultural en La Casita del Prado. Difícil fue mantener toda una programación atractiva para casi todos los domingos. Alguien me sugirió hacer un encuentro campesino.
     Aquello tomó rumbos insospechables. ¡Qué buena fiesta auténticamente cubana armaba allí! Con el tiempo se fueron repitiendo los mismos cultores y poetas del pueblo. Lo pequeño del espacio no atizaba la llama de la improvisación y se repetía una y otra vez el clamor del pueblo: “Al Grande, ¿cuándo lo traerás?
     Un día, en Cienfuegos, me encontré con mi amigo Alberto Vega Falcón; le conté la idea de llevar “al hombre” a sus orígenes: Cumanayagua. Tremendo lo vio, pero no imposible.
     Mucho tiempo pasó. Demasiadas coordinaciones y variantes, para que aquel “Hombre Grande”, volviera otra vez a irradiar luz en su pueblo.
     Y el domingo milagroso llegó. Aquel ser humano al cual llamaban ya “el último poeta”, estaba allí. cantando, improvisando, contando una y otra vez del boniato que se le trabó en el “gorgüero”, en casa de no sé quién; de las tetas de fulanita y de los libros comprados y leídos a cambio de un estómago vacío.

Por Yannit Pozo

 

Recuerden: la muerte es una somnolencia angustiosa en el centro de una isla. Aún podemos labrar otras playas, otro pedazo de cielo sobre cada cual. No es posible la idea de respiración donde los muros reclaman tuétano, piel, quimera. Amados, aún regimos en el silencio y el grito, en el musgo y la respiración de los árboles; aún podemos dictarle a una mariposa el polvo que llevará a las ciudades enigmáticas; aún podemos escuchar el gemido de los insectos que van a nacer. Pero ya casi es tarde. Las aguas del mar alimentan una lluvia de retama.

 

De: El tren y los violines (Reina del Mar Editores, 2007). (N. del E.).

 

 

Por Claudia Teresa Cabrera

 

es soledad envuelta en soledad,
insomnio en insomnio,
gorrión en cautiverio,
desierto en el infinito,
lucero escapado,
labios sedientos
yermo sobre yermo
y luto en el mar.
Estoy
        atrapada en
                         un banco de arena.

 

 

Por Orlando Pérez González

 

Un rostro se pierde
en la ciudad que pierde,
calle en tráfico seco
más ron de pesadilla.

Un rostro se pierde
en tinieblas a lo Poe
y nos raspa el juicio que le haremos.

Se pierde riñéndose la tumba
sin imaginar la paradoja.
Se espuma en el pavimento analfabeto,
y ya es trapo en la basura;
comercia la última mirada,
arpón de la otra esquina.

Un rostro se pierde la escena del cadáver,
se pierde
y la ciudad queda sin rostro,
y yo tiemblo en la otra esquina.


Tomado de Poetas de fin de siglo en San Felipe de Cumanayagua. Ediciones ¡Ánimo!, 1999, Cienfuegos, Cuba. (N. del E,).

 

 

Por Xiomara Rodríguez

 

No dejan
saber que existo.
Me hielan
los sueños rotos.
Con los abismos
me callan
las historias
de los dos.
Me desandan
el deseo,
la costumbre
de esperar,
la insomne
locura triste
donde no estás.

 

 

Por Luis Izaguirre

 

Va con el sol
que camina nubes
compra el regazo
de cada rostro encendido.
Dicen que las noches
suelen alargar las orgías
y la humedad
                     juega misteriosamente
                     entre los túneles.
¿sabré culpar a alguien
porque rompe los sueños en cristales?
¿Dudar si alguien tiene bien el torso
si no estás destinado en las tribunas?
o si el abdomen
llega a evacuar tantos insomnios.
Buscar ahora un nombre
puede que resulte sospechoso.
Alguien sube preguntando.
La respuesta fue echada a suerte.
Jugar al equilibrio
esperando la lluvia en los andenes.
Sé que alguien puede estar amaneciendo ahora.

Por Nélida C. Puerto

 

Estoy en cualquier esquina,
me burlo de la tristeza
la busco con agudeza;
soy una terca neblina.
Mi imagen de peregrina
embelesa el desatino,
rompo la paz del Divino
cuando el trazo se me esconde
y quiero sentarme donde
hay un sillón de oro fino.