Por Javier Feijóo

 

Mientras se sentaba en la barra de un bar de mala muerte con la mirada perdida entre las luces del demacrado recinto, escuchaba una música que sonaba al fondo, ya que era lo único que hacía la diferencia entre aquel lugar y un cementerio.
     —Es una mierda la verdad —se dijo en un momento consciente, después de analizar la melodía—.¿Por qué rebuscar mis miedos? No sé, creo que me gustan, sí, tiene que ser eso —murmuraba mientras apretaba en su bolsillo una espantosa navaja—. Es culpa de ella, me hizo un adicto a la adrenalina.
     Continuamente se le presentaba invitándolo a pecar, a realizar lo que no debía y a la vez necesitaba. Él era su artífice predilecto, sabía esculpir y dar formas caprichosas a la carne como nadie lo hacía; ella era su musa, la que movía su mano mientras realizaba su labor. Siempre con el miedo de ser capturado y llevado ante la supuesta justicia, aplicada por abogados y policías corruptos, todos unos muertos de hambre capaces de vender su alma por cuatro kilos. Cuando pensaba en esto, su mano caía con más furia en aquellos cuerpos agonizantes, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.

Por Reynaldo de la C. Fernández



La noticia de la muerte de Pito me dejó pasmado. Un shock del que aun no me recupero, pues pocos inspiraban más deseos de vivir que él. Nadie le aventajaba  en sortear el destino de las malas vibraciones con la pericia que él lo hacía. Por un momento pensé que era una broma o un juego pesado, como las tantas muertes tontas que circulan en facebook. Tenía la esperanza que fuera una fake news más. Una bola de pueblo chiquito de muerte simulada para ver cuánto lo querían. Solo bastaron minutos para comprobar que Pito se nos había ido con su música al encuentro de otros amigos ausentes. Y me quedé sin recuerdos en un mecanismo mental para compensar la tristeza, y el no poder darle un último adiós.  
     Lo conocí en la Escuela de Medicina de Santa Clara en 1979, cuando la efervescencia de Saturday Night Fever y el final de los pantalones campanas. Y aunque no cursábamos el mismo año, coincidimos alguna que otra vez en el pasillo de docencia, o sudando la gota alcohólica en la discoteca El Sótano en los bajos del Santa Clara Libre. Desde entonces presumía el don de la libertad, y la ilusión de convertirse en un afamado doctor. No pudo cumplir sus sueños, y marchó a su pueblito querido para empezar una y otra vez, la ocupación que nunca acababa.

Por Marisol Velázquez

 

Gitano.
     ¿de dónde viniste?,
origen viejísimo
en estirpe.

Gitano,
      ¿a dónde tú llevas
a llorar el camino?
      Por tus pasos
¿a dónde te fuiste?,
        ¿estabas en Asturias,
                       Galicia
          o saliste
          del desprecio?

Gitano,
        ¿tú eres hoy de dónde?,
              ¿de Barcelona?,
              ¿o del viento?,
              ¿eres de agua?

Por Claudia T. Cabrera

 

Aguas desde el lomerío
bañan con amor los llanos,
y con esbelto placer
ramifican cuanto amo.
Aguas que vienen de lejos
calman la sed, y les hago
que vistan la soledad
de un luminoso milagro.
Llega el beso al verdimar
y en el río, su regalo,
nos va lavando las penas
cuando entre las olas nado.

 

 

Por Magaly Ojeda

 

Pronto será
o fue
mi cumpleaños,
tal vez sea una fecha especial
o simplemente un día cualquiera
de los muchos que me ha dado la vida.
Será un día más
que me acerque al horizonte.
Este velero está llegando
a su último puerto
con todo el viento a su favor,
las velas arriadas
sin vigía
que desate el grito de alerta.
Entraré en la bahía
en silencio
cabalgando los vientos
se me fueron quebrando
uno a uno los remos
y las velas son memorias
sólo recuerdos
de malos y buenos tiempos
de mar. 

 

 

Por Mayda Palazuelos 

 

¿Aún no sabes
qué eres un bálsamo gentil?
Si estuvieras a mi lado
pudieras con tus manos
derramar rosas y mariposas
sobre mi alma en tinieblas
para cuajar
            un sueño
                    rebosante
                        de mi amor.

 

 

Por Jorge J. Castillo

 

Página 38 para un libro vacío

Caminos de viejas colinas
Puente encriptado sobre raíles de tiernos grises

Palomas que habitan
plazas llenas de huérfanos críos

Atardeceres que pintan
riquezas nunca para un desierto con lluvia de Picasso

Caminos, palomas y atardeceres

Padre Borges que estás en la Poesía
Nadie lloverá sobre mi tumba

Página 38 desde un libro vacío... (Continuará)

Página 39, para un libro abriría.

Por Misael Hernández


Al final lo mismo de siempre.
Sí , al final más de lo mismo,
o lo mismo de lo mismo que al final,
es más de lo mismo, de siempre.
La melodía de siempre y la nostalgia de siempre.
Las guerras de siempre con las mentiras de siempre.
Los dolores de siempre y los muertos de siempre.
Los llantos y los derrumbes de siempre,
las manipulaciones de siempre.
Los sombríos patios de siempre.
Los muros húmedos de siempre.
Los pelos cepillados y las camisas rotas de siempre
(desnudos en sus costillas todos)
(empujados pisoteados incomprendidos y avasallados)
El hambre siempre es el mismo.
Como el odio que siempre lleva
la misma cáscara y limpios dientes afilados.
Pero la mueca, la burla y el exterminio y los exprimidores de naranjas
eran  y son  los mismos de siempre.

Por Nicolás Águila

 

“No soy un ateniense, ni un griego, sino un ciudadano del mundo”, dijo Sócrates antes de empinarse la cicuta. O eso dicen que dijo. El filósofo de la mayéutica oral no nos dejó nada escrito, y fue Platón quien se encargó de ponérselo en blanco y negro.
     Solo que el mundo de Sócrates no era más que un pañuelo y se limitaba al Mediterráneo helénico o helenizado. El resto eran tierras habitadas por tribus bárbaras ajenas a la civilización. Su universo era realmente un kleenex.
     Lo cual no quita que la frase tan redicha del primer gran filósofo de la antigua Grecia, por su cómoda rotundidad, les haya servido de eslogan y banderín de enganche a los cosmopolitas del turismo de llega y vira, incluyendo a muchos de mis paisanos que posan de taínos con levita o se las dan de siboneyes sin fronteras.
     Pero óyeme bien, my little Indian boy: no basta con afirmar, desde la suficiencia socrática, que no eres cubano ni habanero, villareño o camagüeyano, sino todo un ciudadano del mundo, en la onda poscubana y postalita. Pues eso de ser cosmopolita y universal suena un tanto pretencioso y al final se queda en el provinciano trotamundos que va soltando los ariques por el camino real.

Por Nicolás Águila

 

Mi abuela decía esta décima popular que cuenta la reacción de un guajiro ex-esclavo que quedó espantado al ver por primera vez un avión volando:

Anda Francica volando
tranca pueta, tranca to
métate abajo fogó
la mundo se tá cabando.
Allá na conuco arando
sentí ruido muy tremendo
tierra se tá tremeciendo
y cuando miré palante
animá como elefante
de lo cielo tá viniendo.