Por Fernando Sánchez Zinny

 

Verdaderamente aislado y de siempre ajeno a los grupos que recorren el camino de la poesía, Rolando Revagliatti es, empero, una clásica referencia entre nosotros de la inquietud poética; recluido en su mundo ha tramado y continúa haciéndolo, una extensa obra centrada en las posibilidades expresivas que ofrecen las teorías y las prácticas psicoanalíticas, trasmutadas en experiencia agónica, en fuentes de poesía.
     Amigo de la reflexión, de la ironía y del desconsuelo, su labor viene siendo, desde hace mucho, un hito solitario contrapuesto a la sensibilidad y a las preocupaciones corrientes entre los poetas. Un ingenio áspero y la irrupción de imágenes revulsivas la signan y es natural que muchos rehúsen adherir a esa ardua música sincopada, pero nadie podrá negar la poderosa coherencia intelectual que la anima ni desconocer la honestidad de Revagliatti, quien, impertérrito, sigue anclado en esos temas, persistentemente atento al drama de la vida consciente, sobre todo cuando ella ha nacido de viajes por la inconsciencia.

Por Constantino Cavafis

 

En una esquina del café sonoro de murmullos confusos
un anciano sentado se inclina sobre la mesa,
leyendo un periódico, sin compañía.
Y en el ocaso de su miserable senectud
piensa cuán poco gozó en los años)
cuando tuvo la fuerza y el verbo y la belleza.
Sabe que está muy viejo, y lo siente, y lo ve.
Y, sin embargo, le parece que la juventud
fue ayer. ¡Corto intervalo, corto!
Y piensa en qué forma lo embaucó la prudencia,
cómo de ella se fio y qué locura
cuando la engañadora le decía: «Mañana.
Tienes todo tu tiempo».
Se acuerda de los impulsos que detuvo y cuántas
delicias sacrificó. Ocasiones perdidas
que burla ahora su prudencia insensata.
…A fuerza de rumiar pensamientos y recuerdos
el vértigo lo invade. Y se duerme
inclinado sobre la mesa del café.

Por Pita Amor

 

Soy vanidosa, déspota, blasfema;
soberbia, altiva, ingrata, desdeñosa;
pero conservo aún la tez de rosa.
La lumbre del infierno a mí me quema.

Es de cristal cortado mi sistema.
Soy ególatra, fría, tumultuosa.
Me quiebro como frágil mariposa.
Yo misma he construido mi anatema.

Soy perversa, malvada, vengativa.
Es prestada mi sangre y fugitiva.
Mis pensamientos son muy taciturnos.

Mis sueños de pecado son nocturnos.
Soy histérica, loca, desquiciada;
pero a la eternidad ya sentenciada.

 

 

Por María T. Campechano

 

La memoria de tu piel se diluye en la distancia.
     Píntala con palabras para que permanezca aquí en estos lejanos años.
        Ha habido noches en que he prestado mis manos al anhelo de que las tuyas transiten por esta piel que lenta y suavemente va perdiendo tu huella.
         Pinta, píntala siempre de colores sucesivos.

 

 

Por Julia María del Solar

En la casa en el viento
toqué la puerta

toqué feroz la puerta

llamaba a voces
llamaba
toco la puerta siglos

en la casa en el viento
no existe puerta
siempre la toco
toqué por siglos

manijita de bronce
puerta olvidada
siempre toco la puerta
y está cerrada

Por Elena Medel

 

Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa,
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.

Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a basa,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.

Por Federico Garcia Lorca 


Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que me pone de noche en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío.

No me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi Otoño enajenado.

 

Por Hermann Hesse

 

«¡Cómo no voy a ser un Lobo Estepario, un ermitaño desgreñado, si estoy hundido en este mundo cuyas metas no comparto, cuyas alegrías no me atraen. No soporto mucho tiempo en un teatro ni en un cine, apenas puedo leer un diario, pocas veces miro un libro moderno: no puedo entender cuál es la diversión y la felicidad que los hombres buscan en trenes y hoteles repletos, en cafés llenos de gente con música fuerte y sofocante, en los bares y varietés de las elegantes ciudades de lujo, en las exposiciones mundiales, en los corsos, en las conferencias para los sedientos de cultura, en los grandes campos de deporte. No puedo entender ni compartir esas alegrías que estarían al alcance de mis manos y por las que hay miles que se esfuerzan y se amontonan. Y aquello que, por el contrario, sucede durante mis escasas horas de felicidad, lo que para mí representa placer, aventura, éxtasis y enaltecimiento, es algo que el mundo a lo sumo conoce, busca y ama en la poesía, pero que en la vida le parece una locura. Y de hecho, si el mundo tiene razón, si la música en los cafés, si los entretenimientos de masas, si esas personas americanas con tan pocas pretensiones tienen razón, entonces yo estoy equivocado, estoy loco. Entonces en serio soy el Lobo Estepario, tal como me describí varias veces: el animal perdido en un mundo ajeno e incomprensible que ya no es capaz de encontrar su hogar, su aire, su alimento».

 

 

Por Jorge L. Borges

 

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra”.

Por Lágrimas de una Condesa

 

Eres la tentación de los pecados,
cruel sentimiento que recorre la imaginación.
Tenerte entre mis brazos sería mi salvación.
¡Ven!
Entrelacemos nuestras manos en el beso prohibido
en un juego de carreras —si me atrapas te beso —.
El roce de fuego hecho miel que se derrite con la saliva
mordiendo los labios como la primera vez
duele y a la vez gusta, sangra.
Exquisito dolor que me lleva a las nubes,
tentáculos que exploran en las vestiduras de un escote,
traviesas juegan debajo de un vestido ajustado.

Es contigo con quien quiero apagar este deseo,
el escogido para ser el agua de esta sed
de quitarse las ganas de sentirte fusionándote en mi piel;
en el beso está la clave.
La oscuridad, testigo mudo de nuestros instintos…
eres inspiración para estas letras rojas,
aquellas que encienden fuego en este hielo,
aquel que secó mis lágrimas con un beso
y con una caricia me elevó al cielo
recordándome que Lilith apareció para ese mortal, tú.