Por Madeleine Hernández

 

¿Quieres saber dónde estoy?:
en el árbol, la pradera;
rocío de primavera
se impregna por donde voy.
Corriente de fuego soy,
por donde quiera que vibre
mi musa; pájaro libre
que multiplica sus alas
e impacta como las balas
de renombrado calibre.

¿Quieres saber dónde voy?:
al cielo y a lo profundo,
al nacimiento de un mundo
que se está gestando hoy.
Entre ser y no ser SOY
seda, clavel, desatino,
piedra y polvo del camino:
Llevo tatuada en la piel
la corona de laurel
que perfuma mi destino.

Por María Salomé Pérez

 

Cuanto quisiera arrancarle
unos minutos a la tarde
detener su andar
dilatar su caída
revolverla y deglutirla
en mi taza de café
humeante despidiendo
su vapor.
Entre azul y blanco
sólo una sólo una
confesión.

 

 

Por Eduardo Daniel González

 

 Estabas a una almohada de mi nuca...

                    M.J.I.H.


De mi almohada a la tuya
había dos zarpazos al acecho
apenas veintiún centímetros desvelados
y cierta calma felina frente a ti.

De mi sábana a tu silueta
todas las hambres    todas las trampas
se disparaban en la garganta del cuarto.

De tu blusa a mis mareas
el oficio de amar.


De su poemario Sed de viernes.

Poema tomado de la red. (N. del E.).

 

 

Por Ivette Hernández

 

Expeles olor a monte,
a vereda y a camino...
a hierbabuena, a distancia, a tierra húmeda y al rocío que baña todas mis flores cuando te acuestas conmigo.

Tu aroma tiene la esencia de campos, de madrigales, de lirios y de azucenas,
de caña y de maizales.

Tu cuerpo de hombre bravío que me clava
mil puñales cuando me acerco sumisa
¡y me enredas en silencio
entre tus brazos letales…!

 

 

Por María Rosa Martínez

 

…la  lluvia que busca débil talle
o la fiebre del mar de inmenso rostro…

            Federico García Lorca

¿Qué buscas en mi cuerpo? ¿Lozanía?
Estuve por la playa casi tarde,
que me ha robado el túnico del aire
y el frágil resplandor de mis hebillas.

No quise despojarme de las cintas
y de ese cascabel que he de entregarte
el día que prefieras secuestrarme,
cuando renuncie el mar a su vigilia.

¿Qué buscas en mi cuerpo? ¿Calenturas?
¿Tan loca te parezco, tan perversa
que ofrezca de la arena fría almohada?

Detente a contemplar. Salió la Luna.
Ya puedes distinguir, pobre poeta,
que soy la triste sombra de un fantasma.

 

 

Por Beatriz Peña Zayas

 

Oscura nube asomó por mi ventana.
     Miré con tristeza su negrura, le pedí alejarse y con mis manos la empujé. Tantos quehaceres la apartaron. Caminé, en ella me situé y le pregunté:
     —¿Por qué vienes si las lágrimas se agotaron? ¿Por qué llegas si los rotos enmendé? ¿A qué vienes si  abrigué la soledad? No. No tienes ya nada más que talar. No tienes ya nada más que herir.


Miembro del Grupo Luneros (N. del E.).

 

 

Por José R. Calatayud


Hace mucho tiempo que Jesús Orta Ruiz, El Indio Nabori, se convirtió en leyenda. Poeta singular por su descomunal obra y por su calidad humana, es uno de esos escritores que alcanzan la gloria en vida y gozan del respeto del pueblo y de la crítica, algo que sólo consiguen los elegidos.
     Con motivo del 102 cumpleaños de este extraordinario artista de la palabra, lo recordamos como un titán del verso improvisado y escrito que se enfrentó a los grandes y salió vencedor.
     Autor de muchos libros de poesía, maneja la décima, el romance, el soneto y otras estrofas rimadas y la poesía libre con absoluto dominio.
     Pero su principal valor radica en su amor a Cuba y en su corazón de oro. Naborí es un símbolo de Cuba y de la poesía, por eso es eterno. 

 

 

Por Gabriela Ladrón de Guevara de León

 

Luz sabia vida trasciende,
porque en ese beso muero,
cada trazo es un sendero,
donde alma rosa desprende,
su poder siempre se entiende,
al tocar el corazón,
vibra en música emoción,
de colores y armonía,
transforma así cada día
pura y fiel inspiración.

 

 

Por Olga L. Martínez

 

No soy la de pétalos cubriendo el cuerpo.
No hay rosas en mi pubis ni están ocultos mis ojos.
No es mi luz
ni mi piel es blanca.
No soy la del retrato. 

 

 

Por Roberto Manzano

 

Madre mía, a la vuelta del tiempo, con los
soplos
de la nostalgia, veo plantas que se han
marchado, rudos carbones,
qué apagó la tormenta, y siluetas que cruzan
los umbrales
con la misma figura de entonces, cuando las
miradas
eran verdes, de pulpas gustosas, y esplendían
olores de comienzo, silabarios primeros de la
sangre:
a la vuelta del tiempo, con todo el pulso ido,
cuándo el día vagaba igual que un humo dulce.
Madre mía, a la vuelta del tiempo, entre los
ciscos
hirientes y los rígidos algodones, a la hora en
que podía
venir cualquiera por el trillo y en la disposición
de los cubiertos
era bien recibido, como una plántula anillada:
y entonces en las frondas sonaba un airecillo
frío, un vaso de menta, y unos ojos de toro
silencioso;