Por Mayda Palazuelos

 

En mi hombro está  la monita  Yambu. Ella  nunca va a crecer más de una cuarta. Y creo que en esta ocasión se van a cumplir las predicciones de mi amigo y coterráneo, el poeta Orlando Víctor Pérez Cabrera, cuando hace muchos años me dedicó estas décimas:

 

Tu casa: un edén

Mayda Vives, me han contado
de tu vida buenas nuevas
y del camino que llevas
para mejorar tu estado.
Eso mucho me ha alegrado
y es entonces que me explico
que al felino Federico
una entrevista le hicieron
y que las garras salieron
por la prensa del gatico.

Por Nicolás Águila

 

Menéndez Peláez es un héroe cubano aunque haya nacido en Asturias. Siendo un adolescente se radicó en la ciudad de Cienfuegos, donde cumplió su sueño de hacerse piloto. Llegó a ser un as de la aviación y pionero de los vuelos trasatlánticos. En mi pueblo de Cumanayagua —y en Cuba— se convirtió en una leyenda tras su muerte trágica en el aeropuerto de Cali en 1937. Cuentan que Menéndez Peláez le “vendía listas” a Ofelia, la novia cumanayagüense, lanzándole flores desde su monomotor después de hacer mil piruetas en el aire. Con ella se casó y tuvo un hijo, Tony Menéndez, a quien yo veía de niño “embalado” en su auto de carrera —una cuña roja, creo recordar— por la calle de mi pueblo que lleva el nombre de Capitán Antonio Menéndez Peláez, la vieja calle siempre calle Nueva donde nací y donde me crie. 

 

 

Por Claudia Teresa Cabrera

 

Agobia la prisión de los dolores;
en la resaca del destino
veré la raíz del aliento:
el borde de mi alma
he desmontado en el mar
para construir muros
y los temblores secos de la lluvia.

 

 

Por Nicolás Águila

 

Se nos encangrejó la guagua y a caminar se ha dicho. El hambre  arreciaba aquel viernes santo a las tres de la tarde sin bacalao a la vizcaína (que mi abuela cocinaba con papas a la criolla), mientras yo arrastraba las botas cañeras recién estrenadas, ¿o es que eran botas rusas todoterreno, de las que te estrangulaban el pie? Llegando a la curva de la muerte, la Curva de las Cañabravas, la que tenía un puentecito estrecho justo a la mitad y luego lo quitaron porque invitaba al desastre, rompió de repente la lluvia al descampado, torrencial y traicionera. Y yo sin capa y sin paraguas —sin ti, para más inri, que ya te habías ido de mi lado, del pueblo y del país, pero no de mis sueños—, sin bacalao y sin ti y  con los papeles mojados que me empapaban el alma en la cuneta de la vieja carretera de las curvas mortales, donde por la noche lloraban los muertos oscuros sin descanso y se agolpaban las almas en pena en tétrico aquelarre. Contaba la gente de mi pueblo que en ocasiones señaladas, hacia medianoche, allí mismo salía una mujer esbelta toda vestida de blanco, con una larga cabellera gris y una vela encendida en la mano. Paqueteros que eran mis paisanos. 

 

 

Por Orlando V. Pérez

            …de una tarde cuando llueve.
                         Luis Gómez


De una tarde cuando llueve
acude siempre el perfil
tremolando. Fue en abril:
el recuerdo araña, y bebe
del alma en la piel más nieve.
Bajo el torvo temporal,
en sueños de espuma y sal,
estrenaron la canción,
como batiente tifón
en alas de un madrigal.

En alas de un madrigal,
como batiente tifón
estrenaron la canción
en sueños de espuma y sal
bajo el torvo temporal,
del alma en la piel más nieve.
El recuerdo araña, y bebe
tremolando. Fue en abril:
acude siempre el perfil
de una tarde cuando llueve.

 

 

Por Nicolás Águila

 

Hace un año el Cristo Redentor de Río se iluminó de amarillo y verde, que son los colores de la bandera brasileña, los de la camiseta del N.º 10, que en realidad era el número uno, el number one sin discusión, el tricampeón mundial que fue y sigue siendo, que es y será. El Rey indiscutible, O Rei tres veces coronado, el rapaz que cambió el fútbol y lo convirtió en un espectáculo comercial (si señor, ese es su gran mérito, no coman tanto cuento), el que impuso el “jogo bonito”', juego lindo como el samba carioca, el mejor deportista del siglo XX, así declarado en el año 2000 por el Comité Olímpico Internacional. Una leyenda, un mito, pero sobre todo un señor, incapaz de llamarle bobo a un adversario. El mundo lamentó su pérdida, lo lloró su madre Celeste a sus cien años, lo lloró todo el pueblo brasileiro. Había muerto Edson Arantes do Nascimento, pero seguía vivo y sigue reinando el gran Pelé, the one and only

 

 

Por Magaly de las M. Ojeda

 

Contigo, sin ti, una voz
en la luz de mi memoria,
para siempre en nuestra historia,
libre, profundo, veloz;
nostalgia como una higuera
en naturaleza pura.
Algunos dicen: locura.
Yo sé, Luis, de qué manera
se alimentaba esa hoguera,
de todos los males, cura.

Yo sé de esa luz que baja
por los trillos, las cañadas,
regreso en las madrugadas
junto al cantor que no faja,
perdida su última lid.
Como la guitarra luego
se hará refugio en el fuego
que consume el corazón,
hacer perder la razón
y te inmortaliza, Luis.

Por Xiomara Rodríguez

 

Las Huellas en el viento —que Jorge Amador Sosa Bermúdez propone en esta compilación de respuestas a pies forzados— es una muestra, no de sus mejores décimas, sino de una pequeñísima parte de su obra recuperada en los diferentes eventos en los que volaron en el aire otras muy buenas, tal vez hasta mejores, pero perdidas en el espacio de las parrandas guajiras cubanas.
     El pie forzado es un verso octosílabo impuesto al repentista para que en un brevísimo interludio musical entre laúd, guitarra y tres construya una décima completa, que generalmente puede concluir con este. El poeta suele demorar algo más de un minuto en solucionarlo.
     Un espectáculo donde se respondan pies forzados es una demostración clara de qué es el repentismo, el talento poético y la magia que hace extraordinario a este arte que sorprende al público con su genialidad.
     La reflexión del autor sobre el significante, es la primera propuesta, continúa con la connotación de sus años como improvisador y le siguen las que han sido las respuestas inmediatas a los pies forzados, como corresponde a un poeta repentista cuando complace las peticiones de su público.

Por Elsie Carbo

 

En mi pueblo, que como todos saben es Cumanayagua, había un solo cine, Arimao, y cuando en medio de la película se trababa el proyector y la sala quedaba al garete, la gente le gritaba al proyeccionista: ¡Cojo, cabrón, suelta la botella...! y ya ustedes tendrán una idea del porqué el trabajo del cojo no quedaba bien, pero nunca pasaba de unos cuantos gritos y risotadas, hasta aquel lamentable episodio dantesco donde fue arrastrado sin piedad calle abajo por echar a perder el rollo en medio de una película espectacular que medio pueblo varonil estaba esperando, que era nada menos que un filme de aquellos donde actuaba la famosa vedette Tongolele, muy alabada por sus curvas y recurvas y que algunos románticos cinéfilos de aquel entonces recordarán, si es que aún están vivos.
     Es parte de la leyenda oral recogida en la memoria; pero realmente confieso que eso hubiera querido hacer yo hoy martes con el proyeccionista de la novela turca de las tres de la tarde, porque tal parece que el compañerito comenzó temprano la juerga con el ron de fin de año.

 

 

Por Claudia T. Cabrera

 

Hay un lirio quemado por el rezo;
es la sed que no calma su amargura,
donde la claridad se torna oscura
cuando fluye en la pátina del beso.

Corre y cierra los ojos sin señales,
sus pétalos se rompen devastados;
piensan que todavía enamorados
ven rosas en confines desiguales.

Tantea los caminos del clamor,
y el aroma de fe apasionada
es la calma en la espera del amor.

El lirio entre la brisa ve el jardín
que respira con luz ilusionada
por el óleo fresco de un jazmín.