Por Silvia Consuelo Valdés

 

“Tras una joya divina”
se me perdió la mirada
pensando encontrar el hada
que oscurece e ilumina.
Pensé en la rosa, en la espina.
Pensé en la luna y el sol.
Pensé en el mar, caracol
que avanza sobre mi arena.
Pensé en mi costumbre buena
de besar un girasol.

 

Por Silvia Valdés

 

Poeta, te fuiste un día
tras la huella de un suspiro
y por tu canto guajiro
sollozó la cubanía.
No ha muerto tu poesía,
tu estampa de soñador;
porque vino el ruiseñor
que bajó de la montaña
a cantar sobre la caña
con tu voz de trovador.

 

Tomado de: Bajo el ala de un sinsonte. La Pereza Ediciones (Miami, Fla., EE.UU., 2017). (N. del E.).    

 

 

Por Orlando Pérez González

 

Un rostro se pierde
en la ciudad que pierde,
calle en tráfico seco
más ron de pesadilla.

Un rostro se pierde
en tinieblas a lo Poe
y nos raspa el juicio que le haremos.

Se pierde riñéndose la tumba
sin imaginar la paradoja.
Se espuma en el pavimento analfabeto,
y ya es trapo en la basura;
comercia la última mirada,
arpón de la otra esquina.

Un rostro se pierde la escena del cadáver,
se pierde
y la ciudad queda sin rostro,
y yo tiemblo en la otra esquina.


Tomado de Poetas de fin de siglo en San Felipe de Cumanayagua. Ediciones ¡Ánimo!, 1999, Cienfuegos, Cuba. (N. del E,).

 

 

Por Richard Gutiérrez

 

Las partes de tu cuerpo
son fronteras clausuradas.
Intento introducirme en tu región.
Si el centinela de turno
no detecta mi presencia en sus radares.
El centinela de al lado 
a veces hace su turno.
Ahora espero la llegada del mío
y observo el panorama a través de un rendija.
Un perro enfurecido me clava sus colmillos.
Es hora de retroceder y esperar el cambio de guardia.
Para evadir los obstáculos
de fronteras clausuradas.

 

Por Miguel A. León

 

Alto, más bien delgado, pero de complexión recia; andar despacio y acompasado. Su vestimenta cotidiana, sobria, amorosa y meticulosamente preparada por las manos de su esposa; la de ocasión: traje oscuro que completa su imagen de fineza y le confieren mágica distinción al gesticular y departir sobre temas de disímil naturaleza… Hombre presumido, altivo y autodidacta. Nadie le llamaba por su verdadero nombre: Miguel Ángel León Reyes, y fue para algunos “el Gardel de Cumanayagua” o “el hombre de la chiva pirulítica”.
     El oficio de tabaquero robustece su mente: lector voraz por afición, y lector por profesión después en la Fábrica El Coloso —lo mismo de una novela rosa que de un clásico. Se inició como aficionado en el grupo de teatro dirigido por Antonio Sánchez y permaneció en otros surgidos a mediados de los sesenta. Escribe para publicaciones locales como La Tripa, y denunció sarcásticamente problemas de entonces, por lo que no en pocas ocasiones tiene desavenencias con las autoridades locales. Escribe poesía y teatro. Obras dramáticas de su autoría como “La sangre llama”, “Batalla de Santa Clara” “Madre hay una sola”, y “Emilia la rebelde” fueron presentadas en varios lugares de la localidad y en intrincadas zonas rurales.

Por Nélida C. Puerto

 

Estoy en cualquier esquina,
me burlo de la tristeza
la busco con agudeza;
soy una terca neblina.
Mi imagen de peregrina
embelesa el desatino,
rompo la paz del Divino
cuando el trazo se me esconde
y quiero sentarme donde
hay un sillón de oro fino.

 

 

Por Pepe Sánchez

  

Ligero de equipaje, como el Machado español, siempre ha caminado la poesía de la tierra nuestro entrañable poeta Roberto Manzano. Y no podría ser de otra forma, pues la grandeza verdadera, raigal, prefiere y escoge la quietud de las horas, el feliz silencio de los verbos que desafían desde la íntima soledad las fronteras de lo humano, dejando en cada verso, en cada imagen poética hecha de raíz y tallo, y ramas y frutos, la temeraria palabra que congrega y alista a los pueblos del lado de los buenos. El 20 de septiembre de 1949, la ciudad de Ciego de Ávila (antigua provincia de Camagüey), vio nacer a quien sería desde su juventud temprana el poeta que sacaba sus versos de la libre sabana, del surco fértil de los campos y las aceras clamorosas de cada ciudad que abría las puertas a los pasos de la poesía. Hasta llegar a ser, desde hace mucho tiempo, uno de los grandes poetas, de cualquier época, en esta tierra de grandes poetas, referente de generaciones que han podido encontrar cobijo y enseñanza en el evangelio vivo de su palabra.

Por Antonio R. Ojeda

 

Como actor del grupo Teatro de los Elementos organizaba, hace unos años, una peña cultural en La Casita del Prado. Difícil fue mantener toda una programación atractiva para casi todos los domingos. Alguien me sugirió hacer un encuentro campesino.
     Aquello tomó rumbos insospechables. ¡Qué buena fiesta auténticamente cubana armaba allí! Con el tiempo se fueron repitiendo los mismos cultores y poetas del pueblo. Lo pequeño del espacio no atizaba la llama de la improvisación y se repetía una y otra vez el clamor del pueblo: “Al Grande, ¿cuándo lo traerás?
     Un día, en Cienfuegos, me encontré con mi amigo Alberto Vega Falcón; le conté la idea de llevar “al hombre” a sus orígenes: Cumanayagua. Tremendo lo vio, pero no imposible.
     Mucho tiempo pasó. Demasiadas coordinaciones y variantes, para que aquel “Hombre Grande”, volviera otra vez a irradiar luz en su pueblo.
     Y el domingo milagroso llegó. Aquel ser humano al cual llamaban ya “el último poeta”, estaba allí. cantando, improvisando, contando una y otra vez del boniato que se le trabó en el “gorgüero”, en casa de no sé quién; de las tetas de fulanita y de los libros comprados y leídos a cambio de un estómago vacío.

Por Aisairis Santana y Yaskil M. Álvarez

 

Yo vivía cerca del Brazo y yo iba a bañarme al charco del güije que había allí, pero siempre con miedo al güije.
     Pero ocurrió que a una señora negra se le fue el niño de la casa y ella se botó para el charco, pero sabía que la niño le gustaba bañarse allí y se encontró un niño negrito, y le peleó y le metió nalgadas creyendo que era su hijo, y en cuanto lo soltó se tiró al agua y desapareció en el fondo.
     La madre, viendo que no salía, se tiró a sacarlo y no lo encontró. Vino gente y la sacaron medio ahogada y llorando.
     Y cuando fue para la casa se encontró al hijo. Y lo que pasó fue que le pegó a un güije.

 

Tomado de Compilación de leyendas cumanayagüenses. (N. del E.).

Informante: Ernesto Machín Viera. (Museólogo).

Aisairis Santana Consuegra. (Compiladora).

Yaskil Moisés Álvarez Cuellar. (Diseño de cubierta, edición y corrección).

 

 

Por Magaly Ojeda

 

Vengo a reclamarte.
No voy a llorar
con esta daga
viviendo en mi rebelde corazón.
No voy a traicionar
tú último mandato.
Ya vez
estoy como querías,
con este cobarde aún latiendo.
Fuiste mi sueño inalcanzable
y mi realidad,
encuentros casuales,
sonrisas de viernes feliz
y frustrar la mirada de desnudarte
para mirar tus ojos cielo
hasta que nos robamos
la inocencia
en una playa perdida
entre las rocas y la luna,
mi piel fuego de tu piel