Por Nicolás Águila

 

Le pedí al barbero madrileño que me cortara el curujey. Y  me entendió la metáfora criolla. El fígaro se la llevó y entendió  que me refería al pelo que sobresale en las orejas. El curujey, en sentido propio, es una pequeña planta aparentemente parásita, aunque no lo es porque se da hasta en los cables del tendido eléctrico. Suele crecer en la ceiba, aunque también en el jobo o la palma real, entre otros árboles y arbustos de la flora cubana, pero no se alimenta a expensas de ellos, por lo que se clasifica como epifito al igual que la orquídea. Debido al agua fresca que contiene, resulta una cantimplora natural para aplacar la sed en el calor sofocante del campo cubano, de ahí que también se le ha conocido como “la planta del caminante”. José Martí, que se sabía los nombres extraños de las hierbas y matojos, dejó testimonio de esa práctica campesina en su Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos, el 1º. de Mayo de 1895: “…de un curujey, prendido a un jobo, bebo el agua clara”. Las aves también se aprovechan y acuden a la tillandsia recurvata, su nombre científico, para mitigar la sed. Ya lo dice el viejo dicho guajiro, no exento de cierta picardía: “Pájaro que no bebe en el río toma agua del curujey”.

 

 

Por Orlando Pérez

Canta, oh, Diosa, mi cólera funesta

que regresa desde el Hades

dando patadas al culto de la vida

cántame la almohada

resucita en descalcez

en ciertas madrugadas con ojos tostándose en el techo

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truécame en milagro que atraviese las murallas

hazme, si no, presa de perros y pasto de aves*

Dionisio destilado en alambique

dispárame cometas con la peste

que a punto estoy de enquijotarme

quemar las sábanas

perderme en el abismo

(*) Fragmento de La Ilíada, de Homero.

De Alquimia conclusiva (Editorial Damují, 2012).

Por Silvia C. Valdés

 

Ayer me besó la luna
y su beso me inspiraba.
Sentí que me trastornaba
el estremecer de una
demencia. Y en la fortuna,
fibrosis de la pasión,
cuando tembló la razón
bajo la piel que adivino
en aquel fuego divino
se detuvo el corazón.

Se detuvo el corazón
al éxtasis de su abrazo.
Me acurruco en su regazo
a saborear la ocasión.
Y a disfrutar la versión
del deseo que dilata
en el clímax que arrebata
por la lujuria y el vino,
abre fuego al desatino
y en su locura me mata.

 

 

Por Ian Rodríguez

 

—¿Por qué soy un perro?
—Tú mismo lo decidiste.
—Pero no pensé tener seguidores.
—Tampoco Dios.
—¿Cómo es posible que no puedan decidir por ellos mismos?
—Tampoco Dios enseña cómo no vender el alma al Diablo.
—Debe haber alguna manera de cambiar las cosas.
—La alimentas o la domesticas, pero lo mejor es morderte la lengua.
—Todavía no encuentro respuesta a mi pregunta.
—Te responderé con otra: ¿en verdad ya no quieres que te olfateen el trasero?
—Temo que otros se aprovechen de esa fidelidad que con tanto fervor me profesan.
—Entonces procura no atender a sus ladridos ni cuestiones ciertas costumbres que desprecias por no ser las tuyas, comprenderás mejor el silencio de sus miradas.

 

Tomado de: Cabeza de manada. Ediciones Mecenas, Cuba, 2024. (N .del E.)

 

 

Por Lisandra Riveras

                             

Girando el mundo en mi contra
me siento a orillas del mar,
intentando como ayer
mi calma y paz encontrar,
perderme en el horizonte
en ese azul sin cesar…

Me sumerjo en tu recuerdo:
pesadillas de un rincón.
Es el canto de tristeza
con lágrimas de pasión.
En las olas yo no encuentro
lo dulce de una canción.

En el viento que me azota
el pelo con libertad,
tu nombre como un susurro
me tortura sin piedad.

La ola amarga borró
escritas sobre la arena,
iniciales muy gastadas
y el llanto trunca mi pena.

 

 

Por Magaly Ojeda

 

el rayo de sol en tu ventana
la gota de vino en tu mejilla
el reloj preso de ritmo
el paraguas cómplice de la lluvia
la respiración en tu oído
Soy el lado oscuro de tu soledad
una pasajera sin prisa
una tormenta ligera
un fuego lento que te abrasa
un suspiro a la esperanza
la nota más baja de tu escala.

 

 

Por Félix Corona

 

¿Quién será el que habite
de espaldas al mar
en este país de aceras quebradas,
el que tome la decisión imposible
entre hacer piras o balsas?

En algún punto me decanté por la talla,
no quiero descubrir mi nombre un día
entre los remeros.

Creo figurillas
y las ordeno bajo paredes de barro,
nunca falta quien me susurre
que ya va siendo tiempo de darle candela,
después de todo necesitamos los ladrillos.

Invoco mis propias olas
arrojando una pizca de sal
en la boca del horno
antes de bajar a la playa
y sé que estoy de espaldas al mar
justo como avanzo de frente al mar
por el recuerdo de una calle sin asfalto

Por Silvia C. Valdés

 

Ayer me besó la luna
y su beso me inspiraba.
Sentí que me trastornaba
el estremecer de una
demencia. Y en la fortuna,
fibrosis de la pasión,
cuando tembló la razón
bajo la piel que adivino
en aquel fuego divino
se detuvo el corazón.

Se detuvo el corazón
al éxtasis de su abrazo.
Me acurruco en su regazo
a saborear la ocasión.
Y a disfrutar la versión
del deseo que dilata
en el clímax que arrebata
por la lujuria y el vino,
abre fuego al desatino
y en su locura me mata.

 

 

Por Xiomara Rodríguez

 

Escálame montaña,
sumérgete en mi eco,
explora mis laderas,
reposa con mis ríos.

Viento,
golpearme los labios,
escúrreme el pecho,
sacude mis estancias en la cima.

Emerge de la noche, muerte,
y sálvame la vida.

 

 

Por Alexei Ruiz

 

Una sombra pende
como el silencio
sobre el aliento del otoño.
Con el susurro de lo que podría ser,
el corazón aprisiona
mientras los días se deslizan
arena en tu reloj.
Cada momento pesa
oculto en una sinuosa quietud

 

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