IMG 20230326 WA0010Juan Froilán Álvarez García nació en Cumanayagua el 5 de octubre de 1954. Su padre, profesor de música, influyó en su afición por esta bella arte, en especial por la  guitarra.
     Sus comienzos en el movimiento de aficionados se remontan a la adolescencia, cuando el instructor de Arte Orlando Rodríguez lo incluyó en grupos musicales estudiantiles en Cumanayagua, y después en Topes de Collantes, donde cantaba, tocaba la guitarra, el contrabajo y la percusión menor.

Por Julio García


            ...Al gigante de hierro de mi infancia
            que nunca más volvió

Ya no se escucha silbar
la vieja locomotora,
que allá en mi niñez, otrora,
siempre solía admirar.
La contemplaba al pasar,
halando tantos vagones,
y en sus rieles, sin razones,
hicimos mil travesuras,
hasta romper las más duras
piedras de los callejones.

¡Qué infancia maravillosa,
aquella cuando soñaba
cómo yo la manejaba,
por una vía frondosa!

Por Héctor L. Castellanos


El farol, los cordeles y un resguardo son para cruzar la noche sobre la tela del mar, o de la mar, como lo prefiere mi amigo Freddy. El farol, los cordeles y un resguardo pueden ser el comienzo de una canción que alguien tarareó alguna vez en la playa. O quizás es un cuento de mi amigo Freddy, de esos que no pueden ser olvidados. Freddy cuenta al regreso y cuenta a la partida y cuenta siempre. Una vez le contó su vida a un delfín y largo fue el viaje. Visitaron mares redondos y quietos como platos. Mares blancos y hambrientos. Mares dentro de mares recién nacidos, donde se apagaban los faroles en la noche y los cordeles eran un revoltijo. Noches donde la mar se despertaba y pataleaba como un niño y se tragaba todo lo que le ponía en la boca. Largo, largo fue el viaje de Freddy, quien a su regreso bailaba como un delfín, cantaba como un delfín y confesaba su amor por los jureles y las picúas, como lo hace el delfín por la sirena.

 

Por Yannit Pozo

 

me he sentado a ver cómo
suplicante y moribundo
el día se arrastra a mis pies

no sabe que ya es tarde
muy tarde
porque me lo viví completo.

 

rendirse

saber que el tiempo pesa más que todo y que todos
saber que un trozo de vidrio se parece tanto
     a nuestra alma
saber que el ocaso se comerá las memorias
saber que no hay mucho que saber

el tiempo nos ha desgarrado la garganta y la inocencia
el poniente será nuestra bóveda         fría
          sin misterio alguno
rendirse

Por Sergio Nodal (Chachi)


Potro cuyas herraduras
lleva pintadas de cal
y su trote de cristal
rompe las piedras más duras
del callejón, y pinturas
hace con su hocico lleno
de rasguños; ya su freno
entre versos se le pierde
y con sus pisadas muerde
el infarto de un estreno.


Cuando le come la noche
las fogatas a la luna
la calle de enfrente es una
novela bajo de un broche.
Entonces monto en el coche
donde zumba un estampido

Por Orlando V. Pérez


Esperando la carroza,
esperando
un cuerpo inerte
que traen en andas las hormigas.
Un casco hundido en el marasmo que pretenden
echar al mar con un hierro mal cosido.
No habrá
ceremonias ni aplausos.
No habrá
            consignas
                          ni festejos.
La botella de champán
es un recuerdo ya hecho vidrios por la arena.

Por Mayda Palazuelos

 

En primer orden de cosas: linda flor me has regalado; si es natural, de nuestro pueblo, es doblemente bella. Pocas veces veo cosas así. No sé si la vejez me ha hecho ver de nuevo otras cosas que había creído olvidar.
     Hoy amaneció el día despejado, un poco fresco y cuando me fui a cepillar los dientes, tuve la sensación ambiental de haber entrado por primera vez a la calle San Rafael # 257, en La Habana (frente a la antigua tienda El Encanto). Trabajé en ese lugar muchos años. Recordé lo joven e inocente que era en ese entonces, pensé en toda esa gente y vi muchos rostros. No me lo dijeron, no me preguntaron de dónde venía, se me notaba, yo era diferente;  en ese entonces estaba aún cargada de inocencia, venía de otra galaxia, de Cienfuegos (en esos años los habaneros eran los de siempre con diferentes costumbres).
     En ese edificio había o hay un elevador que nunca había visto y un fuerte aire acondicionado.
     ¡Oh, mi San Rafael!, ¿por qué te recuerdo hoy y muchas otras veces?

Por Aisairis Santana y Yaskil M. Álvarez


Cuentan que justo detrás de la Finca de los González, existió, hace mucho tiempo, una charca poco profunda y rodeada por una exuberante vegetación. Allí, es ese acogedor recinto vivía, según la imaginación de los cumanayagüenses, un güije (personaje imaginario de la tradición oral cubana y protagonista de muchos de los mitos de la población negra; suele describirse como indio, pero lo más común es su tratamiento como personaje negro).
El güije era de estatura pequeña, pelo ensortijado y carácter picaresco, y al parecer su pasión por asustar a los que por allí transitaban era incontenible. Las historias de las posibles apariciones del güije se difundieron rápidamente entre los pobladores locales y paulatinamente, y debido al temor, muchos temían pasar por el lugar donde este solía vivir y hacer sus travesuras.


Informante:
Ernesto Machín Viera. (Museólogo).

Aisairis Santana Consuegra. (Compiladora).

Yaskil Moisés Álvarez Cuellar. (Diseño de cubierta, edición y corrección).

 

Por Pepe Sánchez

                            Que a  nuestro lado  haya  la misma mujer, el
                            mismo reloj, y que la  novela  abierta sobre la
                            mesa eche a andar otra vez en la bicicleta de
                            nuestros anteojos, ¿por qué estaría mal?


                                                             Julio Cortázar
                                                    (Manual de instrucciones)


Muy lejos de sí mismo, el viejo sigue comiéndose su reloj. «¡Qué estupidez! Debió empezar por las horas». Pienso, mientras lo observo desde la ventana. Pero él, como al que no le importa la mirada ajena, sin preocuparse de nada, sigue comiéndose los minutos, uno a uno.
     El banco, sobre el cual mastica el más violado espacio de las horas que inútilmente se resisten a perecer, ha sido asaltado a fondo por la bondad del árbol más cercano. Y es todo un desfile de sombras la costumbre de este atardecer, disgregando desde toda esquina el lugar selecto de cada quien.

Por Xiomara Rodríguez


Tú no.
Deja que sea el rugido de la mañana, la inhóspita cumbre,
el beso guardado.
La grieta en la tormenta,
tu sombra desmembrada.

Tú no.
Permítele al verde de tu voz,
a tu sonrisa transparente,
al diluvio trastornado de mi ayer.
A las venturas de mi entraña,
o a las dos cumbres unidas por un puente.

Tú no.
Si tan solo lo hicieran las puertas sombrías,
la lujuria triste del amor perdido,
la necedad de la tristeza.
Que sea el desvelo que envejece en los tramos nocturnos.