Por Miguel A. León

 

Alto, más bien delgado, pero de complexión recia; andar despacio y acompasado. Su vestimenta cotidiana, sobria, amorosa y meticulosamente preparada por las manos de su esposa; la de ocasión: traje oscuro que completa su imagen de fineza y le confieren mágica distinción al gesticular y departir sobre temas de disímil naturaleza… Hombre presumido, altivo y autodidacta. Nadie le llamaba por su verdadero nombre: Miguel Ángel León Reyes, y fue para algunos “el Gardel de Cumanayagua” o “el hombre de la chiva pirulítica”.
     El oficio de tabaquero robustece su mente: lector voraz por afición, y lector por profesión después en la Fábrica El Coloso —lo mismo de una novela rosa que de un clásico. Se inició como aficionado en el grupo de teatro dirigido por Antonio Sánchez y permaneció en otros surgidos a mediados de los sesenta. Escribe para publicaciones locales como La Tripa, y denunció sarcásticamente problemas de entonces, por lo que no en pocas ocasiones tiene desavenencias con las autoridades locales. Escribe poesía y teatro. Obras dramáticas de su autoría como “La sangre llama”, “Batalla de Santa Clara” “Madre hay una sola”, y “Emilia la rebelde” fueron presentadas en varios lugares de la localidad y en intrincadas zonas rurales.

Las obras a manera de sketches y al estilo bufo divertían al público. Cultiva la narración y escribe cuentos de temática campesina sobre tradiciones de la localidad como “La leyenda de Mandulo”. Anima con gracia juglaresca los tés culturales del Museo en muchas ocasiones. Fue uno de los organizadores del Circulo del Danzón, donde bailó y enseñó a los más jóvenes a mantener la tradición. Luchador triunfante por la restauración del Prado.
     No profesaba creencia religiosa alguna, pero se confesaba lector de la Sagrada Biblia. A solo horas de su muerte habló de Dios y de la existencia de otra vida con extraordinaria lucidez. Ese fue Titico León: un artista, un pensador, un promotor cultural, un defensor del rescate de los valores de su pueblo... Si desde su otra vida viera al Cine Arimao sin películas en pantalla grande o no oyera el pitazo mañanero del tren o el expirar de su legendario puente de Las Brisas o la sola armazón de hierro oxidado y tablones que es su Estadio, de seguro sabrá que Cumanayagua siempre lo ha necesitado.