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Por Gender Samuel Santiesteban
Un ave vuela hasta mí
se posa sobre mi mano.
Hoy me levanté temprano,
por eso la descubrí.
Que franca yo le tendí
esa mano y puse nombre:
“Viajera”. Mas que no asombre
la preciosa aparición.
Cuando entona su canción
canta al niño y canta al hombre.
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Por José M. Pérez
A mi abuelo Miguel, el padre de mamá, le gustan los juguetes. A mi primo Juanmi le quitó los camioncitos. Juanmi formó tremenda pataleta y cuando vio que no se los devolvía le dio por la frente con la pistola de agua y le hizo tremendo chichón. A mí me sorprendió, llegó por atrás y me arrebató a Zoila, la muñeca que más quiero. Intenté quitársela, hasta lo pellizqué, pero solo conseguí quedarme con un zapatico en la mano y recibir un sombrerazo. Comencé a llorar… En ese mismo instante entró mamá a la sala y me hizo algunas señas:
—No llores, María Carla, él después te las devuelve —y giró tres veces el dedo índice alrededor de su oreja.
Entre mi primo y yo le hemos dado como cuarenta y cinco pellizcos. Una tarde Juanmi lo mordió. Lo castigaron. Estuvo arrodillado en el rincón del cuarto y no pudo salir por la noche. Pero mi abuelo Miguel no hace caso. Cuando menos se espera se aparece y nos rompe el juego. Mi amiga Laura Elena no quiere venir más a casa. El día que estábamos jugando parchís, abuelo nos regó las fichas y le haló la motoneta tan duro como lo hacen los muchachos malcriados en la escuela. Dice Laurita que cuando le dio las quejas a sus papás, ambos a la vez, llevaron los índices a las orejas,
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Hoy Laura Valentina, después de jugar con sus amigos, algo cansada se sentó en su sillón preferido, mientras encendía el televisor, para disfrutar de su animado preferido, llamado “El hombre espacial”, en tanto comenzó a mecerse rápidamente. De pronto, para su sorpresa, frente a sus ojos apareció un enorme tren de color rojo, cuyo conductor era un conejo con traje y reloj enanos.
—¡Móntate, muchacha! —le dijo el conejo.
Al decir esto salió el genio de Aladino y vistió a Laura como una de esas princesas que hay en los cuentos. El tren entró por un portal y al atravesarlo, a la niña le pareció como si volara entre nubes; vio todo oscuro y con un montón de estrellas. Sintió muchos calambres y miró con gran temor hacia abajo. Entonces exclamó:
—¡Estoy en el cosmos!
Para mayor asombro de la niña, a su lado se sentó un guía turístico, digo, un guía espacial, que dijo llamarse Peter Pan, quien a Laura le explicó:
—Mira, esas constelaciones se llaman Escorpión, Osa Mayor, Osa Menor, Arquero y aquella, la más brillante, lleva el nombre de Laura Valentina.
—¡¿Qué?!
—¡Sí, esa se llama así en tu honor, y por si no lo sabes, aquí eres la reina del cosmos!
Pasó el tiempo y continuaron paseando por el espacio, hasta que se detuvieron en Marte, donde los marcianos la recibieron con un extravagante saludo. Entonces, la muchacha preguntó:
—¿Qué día es hoy?
Los extraterrestres le cantaron:
—Domingo, lunes, martes, laura, miércoles, jueves, viernes y sábado.
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Tal vez no era nuestro momento,
pero ni el agua o el viento
pueden arrancar de la memoria
ese beso.
Y nos aferramos
con sed de corazones rotos.
A veces me pregunto
¿por qué no llegas a este lugar
donde escribo poemas?
Será que hemos puesto
una extraña distancia
de universos geométricos
que te acercan y te alejan
por el camino
que habita en mi silencio.
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Por Mariam Aguilar
Había una vez una niña que pasaba por la orilla de una laguna y vio cómo una culebra se quería tragar a un renacuajo que estaba entretenido nadando en la orilla. La niña cogió un palo y con mucho trabajo ahuyentó a la culebra. Desde ese día ella pasaba todas las mañanas por la orilla de la laguna camino hacia la escuela, y conversaba un rato con el renacuajo, y así se hicieron buenos amigos. Pero sucedió que un día, el renacuajo sacó su cabecita y le dijo: “A partir de este momento no me volverás a ver”. “¿Por qué?”, le preguntó la niña. “Porque me estoy volviendo rana”. Después de decirle esto, el renacuajo-rana dio un salto por encima del agua, y la niña pudo ver cómo la cola de su amigo había desaparecido y en vez de aletas tenía patas. Entonces pensó que a partir de ese momento perdía un amigo, pero de seguro iba a ganar otro.
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Por Maritza González
El viento de la tarde corrió las nubes y el sol bañó de luz toda la tierra. Un campesino que cabalgaba por el trillo, de repente la vio en lo alto de una rama y gritó: “¡Solavaya!” La señora contestó con un graznido ensordecedor, pues odiaba esa palabra.
La naturaleza le había regalado la noche para que gobernara en ella, y ésta la acogió en su reino. Le enseñó los secretos de la luna en su andar, pero nada de ese mundo de astros y centinelas le atraía.
Había visto tantas veces a las palomas jugando con los niños allá en el patio de los Vega, y salir en bandadas al amanecer hacia los cuatro puntos cardinales, que imaginarse envuelta en aquella aventura le agitó como remolinos las plumas de las alas.
Dejó de meditar y salió disparada rumbo al palomar de los Denis; al llegar, se posó en una rama cercana a la entrada de la casita. Allí estaban reunidas las madres con sus pichones, que al verla se fueron a proteger a los más pequeños; a su encuentro salió una paloma color esmeralda sosteniéndose en un bastón; un pañuelo de óvalo le cubría la cabeza. Con la voz apagada, le dio los buenos días y le pregunto:
–¿Qué le trae por aquí, señora?
Ella, inflando el pecho, se llenó de valor y le contestó:
–¡Abuela paloma, necesito ayuda!
Al escuchar esto, las más jóvenes dijeron al unísono:
–!Cuidado, abuela! No se puede confiar en una desconocida.
Y un palomo de plumaje tornasol y ojos color de fuego, tomó la palabra y dijo:
–Escuchemos a la recién llegada.
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Para Barbarita,
la que más amó este cuento.
La centenaria Ceiba estaba acunando las semillas, exhibía la alegría de una madre feliz, esperaba el momento propicio, fabricaba lana para las hijas y alzaba los brazos al sol elevando su savia de amor.
Llegó el tiempo preciso; y el viento comenzó a balancear su moño. Las lanas cargadas de semillas se desataron, era el día de la felicidad, la liberación desatada, como ver caer nieve sobre la plaza del pueblo y las semillas en su galopar gritaban eufóricas, pero una, la más feliz de todas dejó escuchar su voz:
Adiós, madre, me voy de viaje, cuantas cosas veo, la línea del tren, el indio de la plaza, el campanario de la iglesia; no te aflijas madre, soy la semilla mas feliz.
Había alcanzado tanta altura con el viento. Este dejo de soplar fuerte y ella fue descendiendo lentamente; al oscurecer ya estaba en el suelo, se sentía agotada y cerró los ojos, quedó profundamente dormida.
Un chubasco la refrescó y una pequeña capa de tierra la arrebujó.
¿Por cuanto tiempo durmió la diminuta semilla? No lo sabemos.
Un buen día extendió un brazo y sintió un calor atrayente, alzó el otro y el calor fue más amoroso, estiró sus pies y se aferró a la tierra, luego levantó la cabeza y se deslumbraron sus ojos por la luz.
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Por Analía Romero
Me llamo Harold. Nací en una comunidad subdesarrollada. Mis padres eran Jane y Pared, una pareja africana. Yo nací albino. Mi padre me abandonó cuando era niño a causa de mi condición de albinismo, o eso creí...
Me crié en malas condiciones. Mi madre era una humilde señora que movería el Sol por verme feliz. A diferencia de mi padre, ella sí me quería. En mi comunidad, los niños de mi edad me hacían bullying. Esto hizo que fuese muy difícil para mí vivir tranquilo. Aparte de ser pobre, era criticado duramente por las demás personas.
Una noche, tuve un sueño muy peculiar que cambió mi vida. En este, mi yo del futuro salía del espejo y me decía de esta forma:
—Harold, la palabra secreta para descifrar las runas espaciales es... En ese momento un tentáculo lo haló y volvió a su dimensión. Me asusté. Durante semanas intenté averiguar qué significaba ese sueño. Casi enloquezco.
Una tarde, se veía una luz inusual en el cielo. Las personas de mi comunidad pensaron que era una señal de “Los Dioses”, pero no. Se formaron unas nubes coloradas. Se veía un objeto de gran tamaño descendiendo hacia nosotros. Al aterrizar, bajaron unos seres sobrenaturales. Uno de ellos, que parecía ser su líder, fue el primero en bajar. Con una horrible voz dijo:
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Sobre penachos de espuma
los veo llegar:
son unos duendes traviesos,
duendes de mar.
Torbellinos en burbujas,
fino coral,
que asaltan como piratas
el arenal.
Con la prisa de las olas
los veo marchar.
Dentro de la azul botella…
¿a dónde irán?
Con este poema la autora obtuvo Premio en poesía infantil en el Concurso Nacional “Benigno Rodríguez” 2024, Los Arabos, Matanzas. (N. del E.)
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Por Belizabeth C. Carrero
La casa estaba en silencio, ya eran casi las 12 de la noche y dormían, pero la luz de una lámpara pequeña llegaba hasta algunos lugares de la vivienda. ¿El motivo de que quedara encendida toda la noche? Mayra, la niña que allí vivía, le tenía miedo a la oscuridad y esa tenue iluminación la tranquilizaba para dormir; porque no confiaba ni en el perro Fiero que dormía las 24 horas a la vista de todos y de fiereza no tenía ni la F.
Mientras el sueño cierra los ojos de los que ya están en sus camas, la cocina cobra vida y se arma un gran alboroto:
—¡Hagamos mucho ruido! —dijo un caldero grande con el cucharón a su lado.
—¡Agua con el perro dormilón! —gritaba la llave desde su fregadero.
—Declaremos la guerra —susurró el cuchillo mientras afilaba su punta.
—Vamos a hacer café y encender todas las ollas —propuso un viejo termo que estiraba la cabeza en una esquina de la meseta.
Un tenedor, que se mantenía callado encima de la mesa, decidió dar su criterio:
—Mejor no, ¿por qué no bailamos salsa?
Empezaron a reír con esa ocurrencia inesperada, pero al rato estuvieron de acuerdo y bailaron hasta el amanecer. A la noche siguiente, le tocó a la bachata… Así, fueron divirtiéndose cada noche con un género musical diferente: merengue, boleros, mambo y hasta danzones bien apretaditos hacían la diversión en la cocina.
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