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Por José Martí
Una mora de Trípoli tenía
Una perla morada, una gran perla:
Y la echó con desdén al mar un día.
—“¡Siempre la misma, ya me cansa verla!”
Pocos años después, frente a la roca,
de Trípoli… ¡la gente llora al verla!
Así dice al mar la mora loca:
—“Oh mar! ¡oh mar! devuélveme mi perla!”
De: La Edad de Oro. (N. del E.)
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¡Si se pinta el mar violento
con las alas encrespadas
y unas ramas arrancadas!
¿Qué estamos pintando?
¡El viento!
¿De qué color es el viento?
¿Tiene el viento puerta franca
para pasar?
¿Es sujeto por alguien?
¿Muestra esplendor?
¡El viento tiene el color
de lo que mueve y arranca!
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Para Barbarita,
la que más amó este cuento.
La centenaria Ceiba estaba acunando las semillas, exhibía la alegría de una madre feliz, esperaba el momento propicio, fabricaba lana para las hijas y alzaba los brazos al sol elevando su savia de amor.
Llegó el tiempo preciso; y el viento comenzó a balancear su moño. Las lanas cargadas de semillas se desataron, era el día de la felicidad, la liberación desatada, como ver caer nieve sobre la plaza del pueblo y las semillas en su galopar gritaban eufóricas, pero una, la más feliz de todas dejó escuchar su voz:
Adiós, madre, me voy de viaje, cuantas cosas veo, la línea del tren, el indio de la plaza, el campanario de la iglesia; no te aflijas madre, soy la semilla mas feliz.
Había alcanzado tanta altura con el viento. Este dejo de soplar fuerte y ella fue descendiendo lentamente; al oscurecer ya estaba en el suelo, se sentía agotada y cerró los ojos, quedó profundamente dormida.
Un chubasco la refrescó y una pequeña capa de tierra la arrebujó.
¿Por cuanto tiempo durmió la diminuta semilla? No lo sabemos.
Un buen día extendió un brazo y sintió un calor atrayente, alzó el otro y el calor fue más amoroso, estiró sus pies y se aferró a la tierra, luego levantó la cabeza y se deslumbraron sus ojos por la luz.
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Por Mariam Aguilar
Había una vez una tigresa que voló, voló y voló y tocó el Sol y también la Luna. Pero cuando regresó, estaban atacando a sus padres. Pero con gran valentía ella espantó a los cazadores.
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Por Gender Samuel Santiesteban
Un ave vuela hasta mí
se posa sobre mi mano.
Hoy me levanté temprano,
por eso la descubrí.
Que franca yo le tendí
esa mano y puse nombre:
“Viajera”. Mas que no asombre
la preciosa aparición.
Cuando entona su canción
canta al niño y canta al hombre.
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Por Belizabeth C. Carrero
La casa estaba en silencio, ya eran casi las 12 de la noche y dormían, pero la luz de una lámpara pequeña llegaba hasta algunos lugares de la vivienda. ¿El motivo de que quedara encendida toda la noche? Mayra, la niña que allí vivía, le tenía miedo a la oscuridad y esa tenue iluminación la tranquilizaba para dormir; porque no confiaba ni en el perro Fiero que dormía las 24 horas a la vista de todos y de fiereza no tenía ni la F.
Mientras el sueño cierra los ojos de los que ya están en sus camas, la cocina cobra vida y se arma un gran alboroto:
—¡Hagamos mucho ruido! —dijo un caldero grande con el cucharón a su lado.
—¡Agua con el perro dormilón! —gritaba la llave desde su fregadero.
—Declaremos la guerra —susurró el cuchillo mientras afilaba su punta.
—Vamos a hacer café y encender todas las ollas —propuso un viejo termo que estiraba la cabeza en una esquina de la meseta.
Un tenedor, que se mantenía callado encima de la mesa, decidió dar su criterio:
—Mejor no, ¿por qué no bailamos salsa?
Empezaron a reír con esa ocurrencia inesperada, pero al rato estuvieron de acuerdo y bailaron hasta el amanecer. A la noche siguiente, le tocó a la bachata… Así, fueron divirtiéndose cada noche con un género musical diferente: merengue, boleros, mambo y hasta danzones bien apretaditos hacían la diversión en la cocina.
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Un día sábado fui con mis padres a un bosque muy hermoso a recoger algunas semillas para sembrar en el jardín de mi casa. Al llegar allí me quedé sorprendida al ver aquel deslumbrante paisaje. Lleno de mariposas blancas y rojas, de girasoles bien amarillos, de rosas y botones color rosado y blancos lirios; todas esas flores tenían preciosas hojas muy verdes. El cielo azul estaba acompañado por las nubes. Había también bellas aves e insectos, tales como el zunzún, tomando el néctar de nuestra flor nacional; la abeja, zumbando, y la mariposa, posada encima de la rosa.
Luego regresamos a la casa caminando por la tierra fina y húmeda para sembrar todas las semillas que mis padres y yo recogimos. Fue un día maravilloso. Espero volver allí otro fin de semana.
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Tal vez no era nuestro momento,
pero ni el agua o el viento
pueden arrancar de la memoria
ese beso.
Y nos aferramos
con sed de corazones rotos.
A veces me pregunto
¿por qué no llegas a este lugar
donde escribo poemas?
Será que hemos puesto
una extraña distancia
de universos geométricos
que te acercan y te alejan
por el camino
que habita en mi silencio.
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Por José M. Pérez
A mi abuelo Miguel, el padre de mamá, le gustan los juguetes. A mi primo Juanmi le quitó los camioncitos. Juanmi formó tremenda pataleta y cuando vio que no se los devolvía le dio por la frente con la pistola de agua y le hizo tremendo chichón. A mí me sorprendió, llegó por atrás y me arrebató a Zoila, la muñeca que más quiero. Intenté quitársela, hasta lo pellizqué, pero solo conseguí quedarme con un zapatico en la mano y recibir un sombrerazo. Comencé a llorar… En ese mismo instante entró mamá a la sala y me hizo algunas señas:
—No llores, María Carla, él después te las devuelve —y giró tres veces el dedo índice alrededor de su oreja.
Entre mi primo y yo le hemos dado como cuarenta y cinco pellizcos. Una tarde Juanmi lo mordió. Lo castigaron. Estuvo arrodillado en el rincón del cuarto y no pudo salir por la noche. Pero mi abuelo Miguel no hace caso. Cuando menos se espera se aparece y nos rompe el juego. Mi amiga Laura Elena no quiere venir más a casa. El día que estábamos jugando parchís, abuelo nos regó las fichas y le haló la motoneta tan duro como lo hacen los muchachos malcriados en la escuela. Dice Laurita que cuando le dio las quejas a sus papás, ambos a la vez, llevaron los índices a las orejas,
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Cuando está bravo o se enamora,
o si de un susto corre y se apura,
cambia de traje, se transfigura
y se camufla, se decolora.
Pañuelo rojo, azul calzón,
camisa verde como una copa.
¿Por qué te cambias así de ropa?
Camaleoncito, camaleón.
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