Por Julio García


            ...Al gigante de hierro de mi infancia
            que nunca más volvió

Ya no se escucha silbar
la vieja locomotora,
que allá en mi niñez, otrora,
siempre solía admirar.
La contemplaba al pasar,
halando tantos vagones,
y en sus rieles, sin razones,
hicimos mil travesuras,
hasta romper las más duras
piedras de los callejones.

¡Qué infancia maravillosa,
aquella cuando soñaba
cómo yo la manejaba,
por una vía frondosa!

Por Orlando V. Pérez


Esperando la carroza,
esperando
un cuerpo inerte
que traen en andas las hormigas.
Un casco hundido en el marasmo que pretenden
echar al mar con un hierro mal cosido.
No habrá
ceremonias ni aplausos.
No habrá
            consignas
                          ni festejos.
La botella de champán
es un recuerdo ya hecho vidrios por la arena.

Por Pepe Sánchez


A veces siento miedo de mañana
de hoy sentado en mis rodillas
pidiendo que lo saque a vivir
Ah vivir la vida reblandecer su fuego
No busquen más culpable
soy yo quien grita desde días turbios
ruinosos de lo mismo
quien pone sus dudas a solear
en los domingos del tedio
y pregunta por la cerveza su diálogo rotundo
       amistoso
Cómo si no seguir amando con certeza
escribiendo poemas huérfanos de día
rasgados por una misma soledad
lanza hundida en la lumbre que nos abraza
Cómo si no decir este es mi país
con 33 grados de escasez en el agosto  

Por Sergio Nodal (Chachi)


Potro cuyas herraduras
lleva pintadas de cal
y su trote de cristal
rompe las piedras más duras
del callejón, y pinturas
hace con su hocico lleno
de rasguños; ya su freno
entre versos se le pierde
y con sus pisadas muerde
el infarto de un estreno.


Cuando le come la noche
las fogatas a la luna
la calle de enfrente es una
novela bajo de un broche.
Entonces monto en el coche
donde zumba un estampido

Por Pepe Sánchez

                            Que a  nuestro lado  haya  la misma mujer, el
                            mismo reloj, y que la  novela  abierta sobre la
                            mesa eche a andar otra vez en la bicicleta de
                            nuestros anteojos, ¿por qué estaría mal?


                                                             Julio Cortázar
                                                    (Manual de instrucciones)


Muy lejos de sí mismo, el viejo sigue comiéndose su reloj. «¡Qué estupidez! Debió empezar por las horas». Pienso, mientras lo observo desde la ventana. Pero él, como al que no le importa la mirada ajena, sin preocuparse de nada, sigue comiéndose los minutos, uno a uno.
     El banco, sobre el cual mastica el más violado espacio de las horas que inútilmente se resisten a perecer, ha sido asaltado a fondo por la bondad del árbol más cercano. Y es todo un desfile de sombras la costumbre de este atardecer, disgregando desde toda esquina el lugar selecto de cada quien.

Por Yulki Sánchez


                     Lo que vive y se convierte
                     en pasado que se olvida…
                     es la parte de la vida
                     que siendo vida ya es muerte.

                              El Indio Naborí


Lo que vive y se convierte
en ojos de fría sombra,
es la garganta que nombra
el recuerdo de no verte.
En sueños quiero traerte
de regreso a mi guarida.
Llevo tu luna ceñida, 
vieja de voces y arena,
y mengua su luz en pena,
en pasado que se olvida…

Por Aisairis Santana y Yaskil M. Álvarez


Cuentan que justo detrás de la Finca de los González, existió, hace mucho tiempo, una charca poco profunda y rodeada por una exuberante vegetación. Allí, es ese acogedor recinto vivía, según la imaginación de los cumanayagüenses, un güije (personaje imaginario de la tradición oral cubana y protagonista de muchos de los mitos de la población negra; suele describirse como indio, pero lo más común es su tratamiento como personaje negro).
El güije era de estatura pequeña, pelo ensortijado y carácter picaresco, y al parecer su pasión por asustar a los que por allí transitaban era incontenible. Las historias de las posibles apariciones del güije se difundieron rápidamente entre los pobladores locales y paulatinamente, y debido al temor, muchos temían pasar por el lugar donde este solía vivir y hacer sus travesuras.


Informante:
Ernesto Machín Viera. (Museólogo).

Aisairis Santana Consuegra. (Compiladora).

Yaskil Moisés Álvarez Cuellar. (Diseño de cubierta, edición y corrección).

 

Por Airam Morales                                                


En esta tierra de antigua procedencia, el dios de la calamidad mostró su rostro, provocando que suceda una catástrofe: en cada helada se descubrían mágicas puertas aledañas a los poblados de un peculiar reino y, por algún sentido, los aldeanos desaparecían. Empeorando aún más la situación, la tenebrosa estructura de madera se evaporó sin dejar rastro alguno. Cuando todos pensaban que era el fin, se presentó el emisario de un lugar distante evocando una profecía y aconsejó a los habitantes del lugar que unieran fuerzas para salvar el maltratado reino de la fría maldición. Fue así como un ejército nunca antes visto se conformó, dirigido por la crema de las cremas: un adinerado héroe portador de la cubierta marrón, el mejor título caballeresco. Él pensaba que era innecesario movilizar a tal bando de plebeyos; él y solo él lograría cumplir el cometido, o eso creía. Una densa niebla cubrió en segundos el castillo; la temperatura bajó y creó escarcha en el suelo; un rugido hizo retumbar las paredes cercanas haciendo volar la nieve que pintaba de blanco el portón. Mientras que los soldados se sacudían de miedo,

 Por Claudia Teresa Cabrera


                Lo que vive y se convierte
                en pasado que se olvida,
                es la parte de la vida
                que, siendo vida, ya es muerte.

                          El Indio Naborí


Se rompe el muro a la vista,
abre el cantar vespertino,
traza el rumbo del destino
noble brújula alpinista.
Alarga el paso optimista
en luz de la noche inerte;
porque peligró la suerte
de quien vence el estupor:
fue gorrión en brumas por
lo que vive y se convierte

Por Héctor L. Castellanos


El farol, los cordeles y un resguardo son para cruzar la noche sobre la tela del mar, o de la mar, como lo prefiere mi amigo Freddy. El farol, los cordeles y un resguardo pueden ser el comienzo de una canción que alguien tarareó alguna vez en la playa. O quizás es un cuento de mi amigo Freddy, de esos que no pueden ser olvidados. Freddy cuenta al regreso y cuenta a la partida y cuenta siempre. Una vez le contó su vida a un delfín y largo fue el viaje. Visitaron mares redondos y quietos como platos. Mares blancos y hambrientos. Mares dentro de mares recién nacidos, donde se apagaban los faroles en la noche y los cordeles eran un revoltijo. Noches donde la mar se despertaba y pataleaba como un niño y se tragaba todo lo que le ponía en la boca. Largo, largo fue el viaje de Freddy, quien a su regreso bailaba como un delfín, cantaba como un delfín y confesaba su amor por los jureles y las picúas, como lo hace el delfín por la sirena.