Por Reynaldo de la C. Fernández

 

Parte 1 (fragmento)

Para Atanasia Villalobos hacer el bien era su religión. Las carcajadas le brotaban de las entrañas y todo el ambiente se contagiaba de frescura. A veces su lenguaje prosaico, soltado sin pensar a boca de jarro, retraía a los más recatados. Sin embargo, todos sabían que no había mala intención. Así era ella: ordinaria pero servicial; campechana como guajira silvestre, pero solicita ante los problemas del otro. Muchos niños del Valle de Siguanea habían llegado al mundo a merced de sus manos huesudas y callosas. Nadie le había enseñado cómo hacer un parto. Eso le vino por gracia divina y la perspicacia natural que tantos caminos le abrió. Se comentaba que la famosa “Cueva de la Vieja”, en Río Negro, había sido bautizada con ese nombre en honor a ella, afirmación desmentida por su hijo Cristóbal. Pesares y alegrías compartió con la gente de allí, y su nombre es el más recordado entre todos los que vivieron en aquellos parajes.
     Atanasia nace en Rancho Capitán, batey infortunado a mitad de camino entre Cumanayagua y Crucecita, cuando el desvío por la Cueva del Gallo subía hasta El Mamey. Un lugar apartado de la cordillera del Guamuhaya donde su padre Cheo Villalobos había arrendado uno de los tantos cafetales obrados por los colonos de la zona, con intenciones de hacer fortuna.

     Su malogrado casamiento con Casiano González siendo una adolescente, le deja a Isidora, Benito, Lico, Caridad y Teresa. Cinco hermanos nacidos uno tras otro, cada año, en un bohío de las estribaciones de Río Negro. Su matrimonio acontecía entre las incomprensiones de Casiano y una vida precaria amenazada por las penurias y las enfermedades de sus hijos. Ya para esa época, su notoriedad como recibidora  se significaba entre los pobladores del Valle de Siguanea. Desde Jibacoa hasta el Salto del Hanabanilla, llegaban a su choza guajiros asustados por la inminente llegada de un hijo.
     El fin de su matrimonio con Casiano la devastó. Su esposo se marcha de la casa e intenta inscribir a los niños de ambos en el Juzgado de Guaniquical, con su apellido y el de su nueva esposa. Atanasia impide tal afrenta a su dignidad de madre con la intervención de un abogado de Trinidad. No solo repone el daño intentado inútilmente en su contra por el exmarido, sino además logra registrar legalmente a los niños con los dos apellidos de ella. Desde ese momento, serían Villalobos González.
     El matrimonio con Andrés González Liriano en 1915 se extendió por más de una década. Él la amó en silencio desde su llegada a Siguanea, pero prefirió callar. Le asustaba cualquier aspereza por parte de ella, pues cuando alguien se le aproximaba con propósitos carnales, lo enfrentaba sin reservas. Liriano era cauteloso y no confesó su amor hasta estar seguro de ser correspondido. Con él tuvo un solo hijo: Andrés. 


De su libro inédito Siguanea: la Atlántida de Cuba. (N. del E.)