Por Orlando Víctor Pérez Cabrera
Le hablo a mis reflejos, a mis atormentados demonios del pasado…
María Herrera
Por el éter me llegó, viajando a la velocidad de la luz desde el sur hacia el norte, desde del Continente Sudamericano, para anclarse en una isla caribeña. Llegó por el milagro de la Internet, desde Metán, Salta, en la Argentina, hasta Cumanayagua, ubicada en el centro-sur de Cuba, bautizada por el Almirante Cristóforo Colombo “…como la tierra más ´´fermosa´´ que ojos humanos vieron”. Llegó Póstuma desde mi sepultura en formato digital a mi PC, el sorprendente poemario de María Herrera recientemente publicado que ha emocionado, ha conmovido, ha hecho reflexionar a los incontables lectores que ha tenido y va teniendo. He visto las fotos, los videos; he leído las declaraciones y los discursos de presentación por las redes desde los diferentes contextos donde se ha presentado este libro, objeto de merecidos elogios.
Póstuma desde mi sepultura es un poemario tenso e intenso. Sus poemas no constituyen un mero ejercicio de recreación y evasión, de arrobamiento romántico; sino que van tejiendo una urdimbre de intranquilidad, de inconformidad, de rebeldía, de caída abisal, pero también de renacer, de paradójica paz e imprescindible amor.
La autora ha puesto en voz de su alter ego (su sujeto lírico) la facultad de emerger desde el más allá hacia la luz y hacia la vida (y he citado al gran poeta Antonio Machado); así, declara: “…desplegando mis alas emergí desde mi sepultura… y hoy, con regocijo me recibo nuevamente a la Vida”.
Este es un poemario que muestra una estructura externa poco común; tiene un título genérico que sirve de anticipo semántico, a la vez que le ofrece unidad temática al libro. Cuenta además con cuatro secciones a modo de megapoemas. Renaciendo declara poéticamente la resurrección o vuelta a la vida de ese espectro emergido de su sepultura acarreando consigo un mensaje póstumo en forma de versos libres, versos amétricos blancos, semejantes a los versículos de Hojas de Hierba, de Walt Whitman. Sepultándome expresa, con verbos conjugados en pretérito, el antes, el ahora y el después, la razón del paso de la vida a la insondable región del misterio: “Me comí mi corazón, lo almorcé crudo y sin dolor…”. Despojándome refleja el ultramundo de anhelos y angustias, de desgarradora desolación: “Aún espero la luz en esas entrañas envolventes del silencio”. Deshojándome se abre a los anhelos y los deseos de la carne, la renuncia a todo cuanto fue y la asunción de un status diferente. Se percibe en este bloque un sujeto lírico interlocutor o receptor, tal como un personaje sombra o fantasma, a quien el sujeto lírico emisor lanza sus diatribas, sus reproches, al cual está unido por la antítesis amor/desamor, con la presencia de antinomias que revelan una grácil sensualidad que a veces se torna descarnado impulso libidinoso y el afán de un “onanismo libertario”. El clima poético de esta sección sirve de catapulta a la rebeldía contra la desigualdad de género y el rechazo a ser “un objeto sexual”. Superviviente es la confirmación de la certeza de las razones existenciales tras colisiones que ocurren con el choque del ser y la conciencia; ello se logra dándole continuidad al manejo del lenguaje antitético y paradojal, conducente a un final elevado, cual trompeta y saxofón anclados en las nubes: “Soy esa mujer póstuma… la que aprendió a morir para renacer inmortal”.
Considero un acierto el empleo de números romanos para segmentar cada una de estas cuatro secciones, a manera de poemas sin título, lo cual contribuye a la unicidad textual del libro.
Es esta una obra compleja, ecléctica, con versos que fluyen a modo de versículos bíblicos. Su lenguaje es contundente no solo por la construcción sintáctica, sino por las revelaciones desde el plano ideotemático. Para ello la autora se sirve de recursos poéticos que rutilan o se obnubilan en los caireles del versolibrismo sin concesiones melifluas.
Más que influencias —pues somos “deudores irremediables e irredimibles”, según máxima de un poeta amigo—, encuentro ecos, resonancias de algunos los llamados “poetas malditos”, sobre todo de Arthur Rimbaud en su relato poético y simbólico Una temporada en el infierno, aunque el sujeto lírico femenino de Póstuma… renace desde el ultramundo, desde la oscuridad del Cocito; y, aunque esa voz se recrea remarcando que es un ser satánico, busca, anhela la luz de un claro día. También encuentro ciertos contactos poéticos con Versos Libres, de José Martí, en el golpe candente y la introspección filosófica, a veces agónica, y la lucha del sujeto lírico por abrirse paso a la vida. Se me acerca asimismo a César Vallejo, sobre todo en sus Poemas humanos, en esa capacidad suya de para la expresión del desgarramiento traumático que puede producir el acto de vivir. Con Alejandra Pizarnik se emparienta este libro en la recreación del dolor infinito, el nihilismo, el hurgamiento del alma, y por momentos, en el ansia de aniquilación. Sin embargo, este poemario de María tiene su propia voz, y en sentido general, a nada ni a nadie se parece.
La autora se vale de diferentes recursos expresivos, tales como el oxímoron: “…la que aprendió a morir / para renacer inmortal…”; la enumeración adjetival in crescendo: “…imparable, fértil, imperfecta, lunática, frenética…”; la confluencia de epítetos fuertes e imágenes tiernas: “cascada seca, ballet si sudor…” “…flor en la encarnación de la luz”; manejo discreto del intertexto, con la presencia de personajes, mitos y leyendas de la cultura greco-latina: Plutón, Aqueronte, Centauro, Némesis; incorporación de personajes bíblicos, del talmud babilónico y de la mitología céltica: Lilith, Caín, orco, en consonancia con la mitología americana precolombina: Pachamama. Ello le confiere al libro una proyección ecuménica y proporciona niveles de lectura por asociación. Asimismo, en algunos pasajes, utiliza la conversión del lenguaje y el concepto científico en materia de poesía: “El pecho que late en electrólisis tragó consumiéndose en electrodos de hiedra”. Y así, se haría abrumadora la ejemplificación si se sigue hurgando en los caireles de estos versos.
Aunque Póstuma… es un poemario plural, complejo, para nada resulta hermético y mucho menos un aluvión de galimatías. No es un libro que se les pueda recomendar a los ignaros, o a aquellos bisoños que pretendan iniciarse en el placer de leer. No obstante, su lectura constituye una verdadera aventura deleitable que deja profundas huellas en el espíritu.
La autora construyó un sujeto lírico deseante de los placeres mundanos, satánicos; mas en dicha voz poemada constantemente aflora la rebeldía, el ímpetu de autoconfirmación de la individualidad, el derecho al desarrollo pleno de una singular personalidad, fuerte y tierna a la vez, donde prime el amor como factor de última instancia.
La divisa de María Herrera con Póstuma desde mi sepultura ha sido lanzar todo al fuego (tormentos, fantasías, anhelos, esperanzas, experiencias de vida, ángeles, demonios…) para la forja, cual un Hefesto más humano, de un verso terso, tierno, temerario, pletórico de imágenes sorprendentes, cargadas de abisal filosofía e insondable humanismo.
Cumanayagua, Cienfuegos, Cuba
(15 de febrero de 2025).