Por Nicolás Águila

 

Benjamin Franklin no era lo que se dice un tipo humilde. Ni falta que le hacía, pero ya saben cómo son los amigos. Le señalaban que su comportamiento resultaba muy altanero. Franklin, que era un hombre autocrítico e introspectivo, llevaba su diario para medir el progreso en sus relaciones interpersonales. De modo que se daba cuenta de que efectivamente era un tipo chocante que sostenía discusiones innecesarias y evitables. Desde su indiscutible superioridad intelectual, el inventor del pararrayos se irritaba con las tonterías de los demás y se ponía excesivamente crítico y autoritario. No podía evitarlo. Era capaz de superar otros defectos, pero ese ni de coña. Hasta que un día se dijo que no iba a dejar de ser arrogante, pero bien que podría fingir un poco de humildad en su actitud hacia los demás. Ben Franklin había descubierto el truco de la tolerancia. Lo importante no era ser tolerante sino parecerlo. Y así aumentó exponencialmente su popularidad y aceptación, convirtiéndose en un Mister Congeniality