Por Amelia Apolinario

 

A diferencia del resto de sus compañeros de aula, Raúl no le tenía miedo a los truenos. Su mamá le había dicho que los estruendos que escuchaba eran provocados por gigantes muy torpes que movían escaparates de un lugar a otro, pues las gigantas son muy pizpiretas y todo el tiempo cambian los muebles de lugar.
Mientras sus amiguitos temblaban de miedo con las manos en la cabeza, él imaginaba a los gigantes, de aquí para allá con esos armatostes y a sus inconformes esposas:
     —¡Ahí no! Te dije que lo pusieras cerca del espejo, así podré verme la ropa puesta antes de decidirme… ruédalo un poco más a la izquierda…no, no, un poquito más a la derecha… no tanto…—y así. A Raúl le divertía imaginarse a las gigantas con la cabeza llena de rulos y la cara verde por una mascarilla de aguacate y aceite como las que se untaba su mamá.
     Los gigantes seguramente tendrían hijos gigantes, algunos ayudarían a su padre con el pesado trabajo mientras que otros estarían tumbados en el sofá todo el día. Los gigantes además tendrían perros, que ladrarían mucho y les entorpecerían el paso al metérsele entre las piernas para jugar y a diferencia de los seres humanos; los gigantes no les darían puntapiés para que se estuvieran quietos. No. Ellos respetarían mucho a los animales y de seguro les lanzarían una pelota al jardín de nubes para que dejaran de estorbarles.

Por Elizabeth Álvarez 

 

Este Centauro
escoge sus poemas
canta al gusto
provoca siempre
asalta las ideas
conmueve al paso
errores tiene
en su cabalgadura
al fin el sueño
al fin el sueño
surge la esperanza
amor que fluye.

 

Por Liset Saura

 

Hoy he visto
en alto vuelo
a un papalote sin cola,
se parecía  una ola,
tembloroso por el cielo.
Pronto agité mi pañuelo,
aplaudí su gran hazaña,
zigzagueó
de forma extraña
en su ágil movimiento
y como retando al viento,
cayó en la zona aledaña.

 

 

Por Zobeida Ramos

 

Duerme el niño en su cama
de espuma y caramelos 
una  diminuta hada
lo despierta del sueño.

Luna con sus destellos
les alumbra el  camino
estrellas desde el cielo
como lluvia  han caído.

Regala él una rosa
la pone en su cabello
la despedida es corta
se va ella para el cielo.

 

 

Por Dinorah Sánchez

 

Estaba señora luna
con su mantilla de plata
y su vestido escarlata
hermosa como ninguna.
Una estrella inoportuna
con afán quiso atraerla,
creyendo que era una perla
con su angelical sonrisa,
y corrió, corrió de prisa,
pero no pudo tenerla.

 

 

Por Silvia C. Valdés

 

Qué me ofreces, marinero,
a cambio de mi velero?
Un pedazo de tu mar
acabado de cortar?
Una porción de la arena
donde tu nave carena?
O la brisa que en tu playa
corretea y se desmaya?
Ay, amigo marinero...
yo no cambio mi velero
ni por todo el litoral
con caballo de coral.
Ni por la mayor fortuna,
ni siquiera por la luna!!! 


De: El libro de los conjuros

 

 

Por Evangelina González

 

Con el verso en la mirada
no quiero crecer y crezco,
miro hacia atrás, amanezco,
tan dormida, tan callada.

Mujer, niña, quizás nada,
me inquieta ser como soy,
andando caminos voy,
y al abrir mis laberintos,
veo dos mundos distintos…
¿En cuál de los dos estoy?

 

Anoche cayó una estrella

Anoche cayó una estrella
cuando yo empecé a soñar
y entre mis ojos cerrados
ella se puso a brillar.

Por María Herrera

 

(Primera parte)

Níac Tité, el titaterrestreté, vino desde el planeta Titán Titetatilandia; era un día soleado y su pequeña nave espacial azul aterrizó en la rama de un cerezo, viajó desde lejos para mostrar su universo.
     Trajo una maleta que tenía tres zapatos para tomar el té, pues en el mundo de Níac Tité todo se ve de otra manera y sirve para otra cosa. En el planeta de Níac Tité los zapatos se llaman tecitita y sirven para tomar el té y el agua de títitos, una fruta que crece en su planeta y que no es redonda ni ovalada, sino estrellada.
     Níac Tité quiere hacer amigos; pero él habla titetainés y un pequeño gusanito que habita en el cerezo donde aterrizó, lo mira ansioso detrás de su amiga Verdecita, la hoja.
     —Tetité tato lalila teti teti telaté —dijo con entusiasmo Níac Tité al gusanito.
     —No entiendo nadita —dijo Olivio el Gusanito, que habla haciendo todo pequeñito.
     Olivio se puso nervioso y a Níac Tité se le borró la sonrisa que tenía desde que llegó, donde mostraba sus dientes: solo tiene tres, uno bien adelante y los otros detrás y él está feliz con su dentadura. Su color de piel azul claro se puso oscura, eso le pasa cuando está triste. Olivio cortó una cereza y le dio mientras le sonreía y Níac Tité sonrió y empezaron a su manera a ser amigos.

Por Antonio Velázquez

 

A veces, yo, pensativo,
veo lo chiquito, inmenso,
y hago un mundo para mí
con tantas cosas que pienso.

Un rey de espada y corona
pensaba que yo era un día,
que andaba en caballo blanco
y un gran pueblo me aplaudía.

Pienso que soy marinero
mar arriba y mar abajo
y que gané una medalla
por ser héroe del trabajo.

Un día en un hospital
donde yo era un doctor,
salvé la vida a una niña
que se moría de amor.

Por Evangelina González

 

Llega demorado
mi duende viajero,
y qué silencioso
es su paso lento.

Trae en su mirada
humedad de inviernos,
polvo de caminos,
también sus misterios.

Tranquilo se acerca,
y dice en secretos:
—Para que no escapen
ata bien los sueños.

Al abrir sus manos
con gesto discreto,
me entrega su bolsa
traída del tiempo.