Por María Herrera
Sobre la rama de un cerezo se mecía Olivio. Trataba de dormir luego de un sabroso almuerzo. Pero, aunque cerraba sus ojos, no podía dormir: estaba dolorido, lloraba y lloraba y con sus pies se tocaba la panza y repetía:
—¡Ay, mamita! Me duele la pancita. Ay, patitas, acaricien mi barriguita, culpa tienen las cerezas fresquitas que me llenan de a poquito, ¡Ay, mamita mía! Dame masajitos, es que comí mucho y me siento como un globito.
Repetía tratando de dormir, luego que comió y no convidó; pero, de pronto, un viento dulce que olía a cerezas lo perfumó y Olivio se alborotó.
Despacio muy despacio se fue caminando para subir a otra rama y Verdecita, su amiga bien formada, hermosa, mientras lo miraba fijo:
— Mece y mece, ramita, mece que ahí viene Olivio, el glotón. No lo dejemos subir. Si él no se cuida, nosotros lo haremos, y así, ya no le dolerá la barriga —dijo Verdecita, en lenguaje de señas con sus manos grandes, que se encontraba junto a Níac Tité, quien leía un libro sosteniéndolo con la boca.
—No seas gruñona, amiga —dijo Olivio apenas.
—Recuéstate, que yo te haré masajes —dijo Verdecita moviendo sus dedos.
—Cerecitas frescas fesquitas, chiquitas y bonitas que me hacen doler la pancita, ¿mañana me harán doler la barriguita? —gritaba y se preguntaba Olivio.
Luego de unos minutos, Olivio se quedó mirando a su amiga y se recostó boca arriba sobre un azahar de terciopelo. Verdecita, con sus suaves y largas manos, empezó hacerle sabrosos masajes; sabrosos como las cerezas, pero sin hacerle doler la panza ni la cabeza.
Níac Tité dejó su libro en silencio se acercó a Olivio, lo levantó en sus brazos despacio y empezó a cantar “lala li, la li, lala li, la li, lala liiii” para que pudiera dormir y se durmió, mientras susurraba si las cerezas le harían doler mañana la barriga.
Olivio aprendió qué lindo es comer; pero no llenarse hasta doler, porque así no podría dormir, y antes de comer y comer, es mejor comer y compartir.