Por Analía Romero
Me llamo Harold. Nací en una comunidad subdesarrollada. Mis padres eran Jane y Pared, una pareja africana. Yo nací albino. Mi padre me abandonó cuando era niño a causa de mi condición de albinismo, o eso creí...
Me crié en malas condiciones. Mi madre era una humilde señora que movería el Sol por verme feliz. A diferencia de mi padre, ella sí me quería. En mi comunidad, los niños de mi edad me hacían bullying. Esto hizo que fuese muy difícil para mí vivir tranquilo. Aparte de ser pobre, era criticado duramente por las demás personas.
Una noche, tuve un sueño muy peculiar que cambió mi vida. En este, mi yo del futuro salía del espejo y me decía de esta forma:
—Harold, la palabra secreta para descifrar las runas espaciales es... En ese momento un tentáculo lo haló y volvió a su dimensión. Me asusté. Durante semanas intenté averiguar qué significaba ese sueño. Casi enloquezco.
Una tarde, se veía una luz inusual en el cielo. Las personas de mi comunidad pensaron que era una señal de “Los Dioses”, pero no. Se formaron unas nubes coloradas. Se veía un objeto de gran tamaño descendiendo hacia nosotros. Al aterrizar, bajaron unos seres sobrenaturales. Uno de ellos, que parecía ser su líder, fue el primero en bajar. Con una horrible voz dijo:
—Saludos, terrícolas subdesarrollados.
De inmediato, fue interrumpido por un anciano, que dijo:
—¡Oh, Dios Celestial! ¿Cuál es la causa de su visita?
—Querrás decir... ¿Quién quiere ayudarnos? —le respondió el supuesto líder.
Los habitantes de la comunidad pensaron que los dioses necesitaban de su ayuda... En ese momento recordé mi sueño. Creí que tenía algo que ver con lo que estaba pasando en ese momento. Noté algo sospechoso en esos seres. Al yo del futuro con el que había soñado lo había halado un tentáculo semejante al de esas criaturas...
Todos se quedaron en silencio por unos minutos. Aquellas figuras desconocidas manipularon a los habitantes de mi barrio para que subieran a su nave como si les hubieran lavado el cerebro. Un tentáculo me haló y me forzó a ir con ellos. Las personas estaban siendo usadas para experimentos. Yo era el único humano consciente de lo que estaba pasando en ese momento.
En la nave, esos seres me dejaron solo. No me imaginé que había cámaras de seguridad. Salí corriendo. Pasé por al lado de una escotilla. Allí contemplé el universo. Descubrí que aquellas figuras desconocidas eran alienígenas. Exploré el lugar. Allí encontré el diario de su líder, que decía: “Harold, al ser mi hijo, será el último humano. Yo lo dejé a cargo de su madre cuando nació para cumplir con mi deber. Mi plan para conquistar La Tierra es simple. Estos terrícolas africanos subdesarrollados son nuestro objetivo. Les lavaré el cerebro para manipularlos a mi favor. Mi tripulación y yo los llevaremos de paseo por el Universo, para estudiar su comportamiento y ser usados para experimentos. Sin que ellos se den cuenta les introduciremos un chip en su mente para controlarlos, lo que los hará vulnerables. Mi plan es llevarlos a la Isla de Pascua para que nos ayuden a sacar esos moáis, que son dioses petrificados, para que revivan y nosotros poder controlar el mundo; porque los terrícolas se contaminarán de un virus zombi. Si se enfermaran de esto, nosotros fuéramos invencibles, ya que hace que todos nos obedezcan. La única forma de evitarlo, es descifrar las runas espaciales. Estas son unas escrituras obtenidas de un fragmento del meteorito que fue el causante de la extinción de los dinosaurios. Dichas letras están grabadas en el cuello de los moáis, las que, al descifrarlas, el Virus Zombi dejará de existir. La clave es...”
Mi lectura fue interrumpida por una voz seguida de unos aplausos, la cual me dijo que lo había hecho muy bien. ¡Este era “mi padre”! Mi corazón se aceleró y me desmayé. Lo que recuerdo, es que desperté acostado sobre una camilla. Alterado, miré a mi alrededor. Estaba allí sin ninguna seguridad. Caminé por los vacíos pasillos. Me quedé inconsciente de nuevo. Soñé que estaba en un lugar oscuro con una espesa niebla. En ese momento escuché una misteriosa voz que me decía que la única manera de salvar a la humanidad era gritar mi nombre en la Isla de Pascua, porque yo era el elegido para salvar el mundo, ya que mi nombre era la clave para descifrar las runas espaciales, y luego de hacer eso obligatoriamente tenía que quitarme la vida.
En ese momento desperté. Salí corriendo y ya estaban en el lugar. Ya Jared, el líder, estaba por desenterrar el último cadáver de los moáis. En ese momento grité mi nombre. Hubo una luz verde. Sentí un zumbido en mis oídos. Oí una voz en mi cabeza que me dijo que lo había hecho bien. Al escuchar esto todo volvió a la normalidad como si los aliens nunca nos hubieran visitado.
Con este cuento la autora obtuvo Primera Mención en el Concurso Nacional de Literatura para Niños “La flauta de Chocolate”, 2024. (N. del E.)