Por Abel Guerrero

 

El piano quiebra la tarde
con una risa sonora:
con sus pétalos, la niña
le arranca las dulces notas
le arranca las dulces notas.
que se van abriendo al aire
como en vuelo de palomas.

Todo es juego y alegría,
todo es música y es fiesta:
el piano canta en la sala
su alegría de madera.

Después, cuando la quietud
llena el espacio de grillos,
el piano triste y callado
queda en la sala dormido.

 

Tomado de: Papá, me compras un mar. Editorial UNEAC, 2015.

 

 

Por María R. Martínez

             

         Conozco una amapola
         que está alto, alto, alto
          y tú eres un patico
          chiquito y nada más.

                  Rastelli


Le regalaba a mi niña
El Canto de la Amapola
y gobernaba al sillón
como a un barco por las olas.

Nadando en un mar de sala
quería quitarse la ropa
para amarrar los adornos,
como si fuera la soga,
en el muelle de un recuerdo,
con sus dos manos hermosas.

Por Aníbal López Parra

 

La caja de los colores
anoche me despertó:
dibujaban muy alegres,
cantaban en alta voz.
Me dijo muy asombrado:
—¿Qué fue lo que les pasó?
Siempre duermen muy tranquilos,
pero algo los despertó.
Sabían el compromiso
que hice con el profesor;
decidieron ayudarme
porque amigos míos son.
Tenían adelantado
un cuarto a todo color:
el campo, la palma, el cielo
y un jardín con una flor.
Les agradezco su ayuda,
estoy lleno de emoción,
serán amigos eternos
como también es el sol.

Por Néstor Montes de Oca

 

          A la niña Irina Morales Rodríguez,
          que creció desandando este texto.
          A Irma, que conoce el origen de esta fábula.

 

Mamá había retirado el mantel y hacíamos sobremesa cuando abuela llegó al comedor y dejó caer la noticia: —¡Se escapó el dinosaurio!
     Primero nos miramos como si no hubiéramos escuchado bien; después la observamos con tanta incredulidad, que volvió a repetirlo.
     —El dinosaurio se escapó y dejó vacío el paisaje de los volcanes —dijo poniendo el plumero sobre el aparador.
     Irina y yo nos reímos bajito, pero papá nos miró de tal manera, que nos mordimos los labios, porque es de mala educación reírse de los mayores, aunque digan un disparate.
     —¿Has perdido el juicio? —le dijo mi mamá, sin salir de su sorpresa.

Por Marisol Velázquez

 

Duérmete,
         mi perla,
duerme ya.
Te traigo la espuma
sumida en altura,
                   su ágil apego
susurrar; arena,
olor a canela,
                    con paso de mimo,
y la mar ajena
   empujaba entera,
                     palidez tan dulce
con brazos arriba,
manos retorcidas
                     a vagar inocente
en la tardecita
azulada en vida.

Por Mariam Aguilar

 

Esta era una niña que creía en la magia de los arco iris y le dijo a su mamá que si salía uno se lo dijera. Un día la mamá la llamó y le dijo: “Ven, para que veas qué lindo arco iris hay en el cielo”. Frente a él, la niña le pidió un deseo. Ya por la noche el papá llamó por teléfono desde Estados Unidos para decirles: “Prepárense, que voy para allá mañana”.

Por Daniela Alejandra Serrano

 

Desde que llegó aquel día nublado y frío,
llegó para darle felicidad y color a mis días,
alejó tormentas y diluvios con su mirar,
iluminó mis días con su cariño y amor.


No podría imaginarme una vida sin ella,
pero sé que algún día tendrá que partir,
y con su cariño que me brindó sin cesar,
tendré que despedirme de ella y contemplar
su gran amor.

 

Tomado de Voces de Esperanza IV. Octubre 19-21-2023. (Virtual & presencial Quito Ecuador).

 

 

Por Malena Valdivia Pérez

 

Me encontraba en mi habitación escribiendo cuando escuché un suspiro seguido del otro. Era el punto final que se había enamorado de la segunda coma del texto. Ella le correspondió con una tímida pausa. Entonces decidí utilizar la regla ortográfica llamada punto y coma, uniéndolos para siempre en la hoja en blanco. Más tarde terminé mi texto con tres puntos suspensivos; eran los tres pequeños hijos del punto y coma. Los utilicé para dejar en suspenso la historia…

 

Con este cuento la autora obtuvo Premio en el Encuentro Nacional de Talleres Literarios Infantiles (Ciego de Ávila, 2018). (N. del E.).

 

 

Por Antonio Velázquez

 

Flores en la clavellina,
hay flores en el macío,
más flores en esos bosques
y en las orillas del río.

Hay flores por dondequiera
que el río su cauce extiende;
el río y las flores hablan,
pero nadie los entiende.

Una serpiente fluvial
dibuja el río en su viaje,
y las flores le regalan
sus colores al paisaje.

Andan juntos río y flores
al bajar del lomerío,
hay un pacto de belleza
entre las flores del río.

 

 

Por Maritza González

 

Conocí a una niña que adoraba el sol. Lo soñaba atrapado en una jaula de tomeguines, con un espejo como señuelo. También lo imaginaba en la poceta donde juegan los pececitos de colores. Era tan tenaz, que decidió cazarlo para regalárselo a los niños del pueblo que temían al invierno. Ella sabía que los rayos de sol son el mejor abrigo para los pobres.
     Saltando de alegría, tomó el tirapiedras de su hermano Eliobel y subió a lo más alto de la Loma la Pompita. Comenzó a tirarle cuando los gallos dejaron de anunciar la mañana. Tiraba y tiraba tan alto, que algunas piedras quedaron prendidas en las nubes como enormes frutos dorados. Cansada de tanto mirar al cielo, decidió pescarlo en las transparentes aguas del río; allí era más alcanzable. Lanzó el anzuelo una y otra vez, pero las aguas deshacían su redondos contornos.
     Fue entonces cuando se le ocurrió hacer un papalote de lirios, rosas y girasoles. Le colocó una gran cola de cascabeles. Subió sobre las ramas más cercanas a las nubes y, con la paciencia de un gran cazador, echó a volar su papalote musical, que, cascabeleando de este a oeste, subía y subía hasta perderse en el infinito. De repente, un baño dorado cubrió las casas, los niños, los árboles y hasta el mismo río: todo parecía de oro. El sol se había enamorado del mágico papalote y había quedado prendido para siempre en sus pétalos.