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Por Hilda A. Mas
Romelia ama las estrellas, las ve tan brillantes a su lado, que siente que allá lejos, en la Tierra, alguien también las ama, y suspira llena de tristeza.
Entonces decidió regalar unpoco de polvo de estrellas a ese ser tan querido que dejó a su partida; adornó su papalote y lo roció. Cuando todo estaba listo, comenzó el viaje hasta llegar adonde el ser amado descansaba.
Llegó a su ventana y, sin hacer el menor ruido después de observarla por la ventana largo rato, dejo caer los polvos, esos que devuelven alegría, luz y paz al espíritu. Quería obsequiárselos a su hija, quien se encontraba triste después de su partida. Cansada pero feliz, se despide en silencio; su hija aún dormía, sin sospechar que su madre la miraba.
Romelia regresó acompañada del Sol, al cielo donde ya cada luminaria ha apagado su centellear. De ese modo, llegó hasta la lejanía azul para seguir noche tras noche viajando por las estrellas y darle plenitud a su hija, es decir, a la vida.
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Él siempre me dijo lo que tenía que hacer; a la hora del desayuno, me señalaba la leche y el pan, y ya yo estaba listo antes de que mamá acabara de servirlo en la mesa.
Si se trataba de hacer las tareas, tiraba de mi pantalón y sonreía con aquel pequeño rostro de de pecas en colores, luego con voz melodiosa hablaba de hacerlas; lo mismo a la hora del baño.
Mi madre siempre hablaba del orgullo que sentía por lo juicioso y puntual que yo era.
El gran problema empezó cuando la tía se enamoró de la malaguilla. Es que mi madre nunca le negó nada a su hermana (la menor) como ella decía.
—Esa planta es mía, no se la lleva nadie —grité.
—No seas egoísta, no entiendo tu comportamiento; esa es tu tía, pondré otra acá —ella me respondió.
—No me da la gana —le manifesté.
—¡Vas a ver! —gritó mi mamá.
Corrí hacia el cuarto, mi perreta duró toda la tarde y toda la noche y no atendí cuando el Duende halaba mi ropa con desesperación.
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Por Monserrat Escobio Llano
Desde la oscuridad observo el cortejo del pájaro jardinero que limpia cuidadoso un espacio en el bosque. Luego, lo adorna de conchas, flores y hasta vidrios en tonos llamativos: así logra su conquista. Cuánto daría por tener alas, envolverme con él por el aire; mas, espero la primavera, que desatará mis colores, mi fragancia. Entonces, quizás, interrumpa sus exhibiciones y desplace que vienen para beber mi néctar. Moriré feliz.
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Por Mariam Aguilar
Había una vez una gema mágica que una princesa descubrió y le pidió un deseo: que la dejaran salir del castillo en el cual estaba encerrada. Al otro día sus padres, los reyes, la dejaron salir, pero por descuido dejó a la gema sola en su dormitorio. Un ladrón vino, y cuando la tomó entre sus manos, la gema le avisó a la princesa por medio de una señal que habían acordado. De pronto, la princesa entró en el castillo con la espada de Skalibur, y derrotó al ladrón. A partir de entonces, la gema acompañó a la princesa a todos lados.
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Por Hilda A. Mas
¿No me ven?
Estoy en medio de este verde campo que una vez fue mío. Soy el hada de este gran sendero del Escambray. Siempre soñé tener una falda verde azul … y aquí está.
Tengo la falda verde azul de nuestro campo y cielo. Estoy en medio de este Coliseo, bajo este gran cielo que es el corazón del Jobero y que sirve de teatro a todos esos actores que en cada obra regalan amor y alegría.
En medio del escenario, que es enorme, mucho más grande de lo que yo creía, me ajusto la falda y me siento: escurridiza, esperando la función. Una nube se abre de mil colores, espero impaciente...
Comienza la función todos aplauden. ¡Ese es mi hijo!
Siento un cosquilleo de alegría, quisiera gritar y brincar de de emoción, pero no se me es permitido; magníficos actores representan una obra dirigida por mi hijo José Oriol; mi alegría no me cabe en el pecho.
Un fresco suave con olor a árboles y flores silvestres inunda el aire; cuando de pronto, la suave voz de una de las actrices dice:
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Como cabra deportista
me la juego con cualquiera.
Al que tenga larga vista
dará fama mi carrera.
Desde el pico de una loma
pienso hacer la innovación
y aquel que su rostro asoma
disfrutará mi actuación.
Desorientando al fracaso,
barranca abajo y confiada,
a la yagua yo la engraso
¡y que no me digan nada!
Porque en una yagua voy
con los cascos hacia arriba,
pues longeva atleta soy
con una gracia exclusiva.
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Por Mariam Aguilar
Había una vez una niña que practicaba kárate y cuando llegaron a la casa la mamá entró al cuarto y empezó a gritar: “¡Ay, ay, hay un zombi aquí!” Pero entre sus padres y ella lo derrotaron. Entonces el zombi se volvió cenizas y las cenizas se volvieron zombi otra vez.
Una noche en que el padre no estaba, el zombi se apareció en medio de las sombras de la casa apagada. Pero la niña encendió las luces y con su habilidad de karateca lo volvió a derrotar y esta vez las cenizas las dispersaron desde el balcón.
Aquel zombi nunca más volvió a aparecer y desde entonces todos vivieron muy felices.
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Por Mariam Aguilar
Había una vez una niña que se encontró un bebé jaguar al cual le tomó mucho cariño, y le daba leche en un pomito y todo. Un día la niña salió, y al regresar el pequeño jaguar no estaba. Lo buscó por todas partes con desespero, hasta que lo encontró junto a su mamá jaguar en el jardín de la casa. La mamá de la niña dijo que tanto el jaguar bebé como su madre podían quedarse a vivir en el jardín.
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Por Silvia C. Valdés
Alí Babá y los ladrones
(que ya son más de cuarenta)
los zapatos de cristal
robaron a Cenicienta.
Asaltaron a Pomposo
y, desandando el camino,
su maravillosa lámpara
le llevaron a Aladino.
A la madrastra malvada
le arrebataron su espejo.
Y a Alicia la conquistaron
para quitarle el conejo.
Alí Babá, y sus ladrones,
por fantasear tropelías
tuvieron como castigo:
mil noches sin fantasías.
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Por Maritza González
“A mi chiva Beba se la llevó la noche”, decía Romelia con gran tristeza. Se la llevó sin previo aviso; por eso no tuve tiempo para abrigarla ni decirle que no creyera en aquel zunzún pretencioso, siempre revoleteando sobre el jardín haciendo alarde de su plumaje tornasol. No le pude hablar del encanto que tienen los gallos en la madrugada, cantando a los cuatro vientos para despertar el sol. ¡Ay, Beba!, si pudieras escuchar el rumor del viento en el pinar, te darías cuenta de que sus ramas tocadas por el aire son como melodía de violines. Si alguien me pregunta si te has ido, diré que solo los tontos creen que lo amado puede marcharse; ahora, para encontrarte solo tengo que levantar los ojos al cielo y allí te veo detrás de las nubes; ahora posada sobre las charcas de los ríos por el Este. Es por eso que te lanzo puñados de cocuyos para que juegues. Cuando te observo sobre la luna llena, quieta, la veo como una abuela que te cuenta historias de estrellas, pero la noche es fugaz y no le alcanza el tiempo para decirte que algunas son vanidosas. Ten mucho cuidado y te dejes deslumbrar por sus luces. No te olvides de preguntarle dónde encontrarás la Osa Mayor, con su carro de estrellas. Así, cuando llegue la primavera te podré divisar en el mismo centro del firmamento, viajando con el collar de luceros que siempre soñaste.
Tomado de Cuentos para despertar a Romelia.
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