Por Hilda A. Mas

Cuando por primera vez llegué a ese lugar, mi corazón sintió la magia que de él  salía como un embrujo.
Todo comenzó cuando los primeros rayos del sol aparecieron, esparciendo su esplendor sobre el verde de cada rama rociada por el amanecer. El arroyo invitaba a beber de sus aguas.
En las raíces viejas de almacigo vivían dos güijes que tenían un collar de caracoles, los que, cuando salían a sus travesuras, sonaban como dulces  melodías.
En ese lugar viví inolvidables recuerdos. Allí escuché el canto de los pájaros, la melodía del viento…
Siento con alegría en mi corazón el llanto de mis hijos como dulce canción que llena el alma. Los atardeceres, cuando el sol comienza a declinar sobre el lomerío, los cedros, álamos, ceibas… perfuman todo el ambiente y dan paz y tranquilidad al hermoso valle.

Por Hilda A. Mas

De ser siempre un hada quedó entre el macizo montañoso del Guamuhaya; unas veces, viene de colibrí; otras, de paloma; otras, de tórtola, o de ceiba o de palma coralillo, o simplemente es agua que corre por los arroyuelos y ríos de esos lindos campos, donde el susurro y la frescura que de ellos brotan, hacen que sus aguas corran por entre las piedras dejando una mágica melodía.
     Romelia cada amanecer viaja en su papalote mágico, esparciendo como rocío el polvo de estrellas que trae en cada una de las cintas de ese papalote, esa fantasía que de niña floreció en su corazón.
     Pero… este amanecer  llegó muy  temprano  a visitar cada rincón del pueblo; su papalote venía adornado con cintas  azules, blancas y rojas…
     De niña, ella amó tanto al hombre de la calle Paula, que este amanecer no podía dejar de traerles a los niños un poquito de magia para hacer más bella la mañana; y allí, entre tantas risas,

Por Antonio Velázquez

El cocuyo hace derroche
del sueño durante el día,
cargando la batería
hasta que llega la noche.
Cuando el día cierra el broche
de la claridad, montones
de cocuyos en rincones,
y en el aire se revelan
como linternas que vuelan
en distintas direcciones.

De: El silencio mira. Ediciones Centro Cairos. (N. del E.)

 

 

Rolando Samuel Cardet Navarro

Por un denso bosque
oculto en las sombras
corría un gallito
seguido por zorras.

Se pudo esconder
entre grandes hojas
pero lo encontraron
las temibles zorras.

Quisieron comerlo
las pilluelas zorras
pero las ardillas
les tiraron bolas.

Alegre el gallito
agradece a todas,

Por  Amanda Neris Aguilera Miranda

Contemplando el cielo azul
que me brinda la mañana
se embellece de momento
con los colores del alba.

Cuando el sol resplandeciente
su clara luz nos regala
me despierto con placer
y me asomo a la ventana.

Para admirar el rocío
que por las hojas resbala
y sentir la suave brisa
que me refresca la cara.


De: Consejo Nacional de Casas de Cultura, La Habana,  2018.

Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Domingo 30 de noviembre

Hoy se cumplen los dos meses desde que comenzó el ejercicio. No tengo que contar nada, lo que se sabe no se pregunta. Además, las noticias de mi vida no han variado. Sigue empeorando todo, como siempre: mi abuela ya no se puede levantar de la cama, la salud la traicionó; mi mamá se ha vuelto histérica, no para de gritar por todo; mi papá se mudó con no sé quién a no sé qué parte de no sé dónde; prefiero no saber de él. David me desilusionó, como era de esperar. Era demasiado bueno para ser verdad. Parece que ya se sentía incómodo conmigo, que tanto tiempo siendo amigos, lo había acostumbrado a esa idea y…, bueno…,

Por Maritza González

Cuando Romelia supo por sus padres que Baldomero había sido elegido como futuro esposo, no quedó un sitio en la casa que no supiera de su dolor. “Con su finca hasta las cotorras cantarán al sol —le decía la madre—. El amor viene después”.
Desesperada, Romelia fue a casa de Cipriana, que tenía el don de desenredar todas sus madejas.
     —Espera que venga el amolador de tijeras; dicen que el sonido de su flauta concede hasta los más dulces deseos —le dijo Cipriana.
     —O tira el nombre de ese hombre escrito en un papel de cartucho, debajo de los cascos del caballo pinto de Cuco, cuando venga con el rabo torcido a la derecha —volvió a aconsejar—; y pásate una paloma blanca por el cuerpo en nombre de San Isidro el Labrador, cuando veas el primer arco iris de mayo.

Por Elizabeth Álvarez

Sapito Sapón
tuvieron un barco,
su mar siempre fue
un revuelto charco.

Y miedo tenía
hormiga viajera,
río abajo va
cantando a capella.

Y los tres pichones
fueron marineros,
el nido de paja
era su viajero.

Por Karlo Fabio Pérez

A paso apresurado, y con un dilema de mil demonios en la cabeza, caminaba Pedro a encontrarse con sus siempre fieles amigos. Pedro era un joven sencillo y amable, admirador de la trova.
     Sus amigos eran una mezcla de todos los sectores de la sociedad actual: variaban entre rockeros, aficionados al pop, locos por el football y geniales jugadores de dominó. En el grupo destacaba Juan por su vulgaridad y buen corazón.
     El punto de encuentro era el parque de las piedras, llamado así por los enormes menhires que decoraban sus alrededores; la hora de reunión: las 2 de la tarde.
     Cuando Pedro llegó, todos sus amigos lo esperaban.
     —¡Pedroooo!  —exclamó el escandaloso Juan—. Dime, mi chama, cómo te lleva la vida.

Por Mariam Aguilar

Había una vez un ratón que se llamaba Yéremi y un gato que se llamaba Lázaro. Ellos siempre se peleaban. Un día quisieron jugar a los piratas, pero como no encontraban nada con qué jugar, la mamá de uno de ellos les prestó un cofre con galleticas dentro. Desde entonces, les dio por jugar todos los días a los piratas que buscaban un cofre escondido, hasta que crecieron y se volvieron adultos. Entonces, les prestaron a sus hijos aquel cofre mágico.