Por Hilda A. Mas

 

La tormenta había comenzado, fuertes ráfagas de viento soplaban sobre los sembrados; los animales, espantados, buscaban refugio ante tanta lluvia y viento.
     Y allí, en medio del campo, con los brazos extendidos y como pidiéndole al Cielo salvación, estaba el espantapájaros, sin el viejo sombrero que papá me regaló para adorna mi cabeza.  Pero ahora… había caído al suelo.
     La tormenta llegaba a su final, cuando sus pequeños hijos abrieron una ventana  y gritaron:
     —¡Está salvado!
     Los campesinos miraban las siembras perdidas. De pronto, la niña salió corriendo al campo y abrazó al espantapájaros, que, empapado en agua y sin sombrero  aún,  se encontraba firme allí. Entonces lo abrazó fuertemente. Algo le dijo al oído  muy bajito, se detuvo a recoger el sombrero, y… ¡sorpresa!: debajo de él había una pareja de codornices con su nido. ¡Estaba a salvo!
     ¡Qué  alegría!
     Y cuentan que, al paso de los días, los campos eran ya los mismos; que los campesinos estaban contentos con las siembras y que el espantapájaros se le veía feliz;  que tarde por tarde una familia de codornices, cuando el sol se estaba al ocultarse, venían y se posaban en el ala del sombrero y parecía como si le hablaran al oído.
     No se sabe si es cierto o no. Solo se sabe que ese año la cosecha fue buena y abundante.
     Ese fue el gran milagro que recibió la familia de Baldomero después de la tormenta.

 

 

Por Mariam Aguilar

 

Había una vez una niña a la cual un día le dijo la maestra: “Aqua, ¿por qué siempre llegas tarde?” “Pero, maestra, si yo hago bien todas las tareas y me porto muy bien”. “Está bien, entra, pero a partir de mañana no llegues tarde nunca más”. Sin embargo, la niña seguía llegando tarde.
     Un día la maestra vio desde una ventana cómo la niña estaba ayudando a entrar a la escuela a un compañero de estudios en una silla de ruedas. A la maestra se le salieron las lágrimas.

Por Mariam Aguilar

 

Había una vez un zunzún que un niño quería atrapar, pero una niña llegó y le dijo que no lo atrapara, porque los zunzunes eran bonitos y muy útiles; él le hizo caso y desde entonces se dedicó a cuidar el jardín de su casa, adonde el zunzún venía todas las mañanas a libar de las flores.

 

 

Por Excilia Saldaña

 

La noche es como una abuela
con un gran moño de plata.
Se mece suave y serena
en un sillón de aguas blancas.

Cuéntame, abuela,
cuéntame
tu historia
de viejas hadas.

Se mece suave y serena
en un sillón de aguas mansas
y dos estrellas le corren
despacito por la cara.

Cuéntame, abuela,
cuéntame
tus viejas
historias de hadas.

Por Orlando V. Pérez

 

Le dije:
     —Oye, ese pela´o te va a robar todas las papitas.
     Mientras tomaba una del plato que la mamá le había puesto al alcance de la mano, me contestó:
     —Ella no es ningún pela´o, es mi bebé.
     —¡Ah! ¿Y cuándo la pariste?
     —Hace unos meses. ¿O es que ya se te olvidó?
     Estaba sentada a la mesa y la tenía comprimida entre el abdomen y el antebrazo izquierdo. Con la mano derecha escogía las mejores rodajas; abría despacio la boca, de labios pulposos y breves, y las saboreaba. Mientras hacía crujir otra rodaja más, me miró de reojo y me aclaró:
     —Se llama Marina.
     —Entonces, te ha robado el nombre.
     —Ni el nombre ni las rodajas —me contestó encolerizada, levantando la voz por encima del silencio.
     —¿Tú viniste del mar? —le pregunté.
     ¿Por qué lo sabes?
     —Porque nosotros lo sabemos todo.
     —A ver, ¿cómo me llamo yo?

Por Lucio Pérez

          A mi Maikolito.
         Feliz 1er. añito de vida.

Si descubres que la luna
ha escondido tu lucero,
súbete en barco veloz,
caminante aventurero.
Cuando pasen alboradas
y se marchite mi tiempo,
súbete, no te detengas:
esperaré ansioso un beso. 

 

 

Por Antonio Velázquez

 

Mientras mucha gente duerme
y otros se fueron de fiesta,
hay un ladrido de guardia
siempre alegre, no protesta.


Es Capitán, mi perrito,
ladra y ladra con afán.
¿Qué no protesta?, cuidado,
que valiente es Capitán.

 

Tomado de: El silencio mira. (N. del E.).

 

 

Por Eduardo Benítez

 

Esta tarde se desvanece desde el cielo, como cascada, el agua clara, tan ligera y con sereno paso. El viento juguetea con las hojas que caen en remolino. Un espectáculo digno de contemplar por todo espectador apasionado por lo bello de la vida.
     Amo el color subido de las rosas, el sonido del arroyo y el canto de las aves. No hay un pájaro triste, hojas marchitándose. Poseen todos la perfecta armonía de esta luz que nos ilumina en cada amanecer, que nos regala una nueva oportunidad, una ansiada esperanza. Ese amanecer que llega con un esplendoroso Sol calentando cada corazón, cada hogar y cada alma sin abrigo. Linda maestra es la vida, que nos repite el examen hasta que por fin lo aprobamos.
     Hemos visto casi todo y no hemos visto casi nada; nos falta descubrir más colores e inusitadas alegrías. Y yo, ya volaré tierra adentro y giraré sin parar, y la música del mundo aplacará el llanto de mis ojos.


Eduardo Benítez Vilches
con este relato, obtuvo el Tercer Premio del Concurso Literario Estrellita 2023, para niños y adolescentes, convocado anualmente por la Casa de Cultura Habarimao, de Cumanayagua, Cienfuegos, Cuba. (N. del E.).

 

 

Por Mariam Aguilar

 

Había una vez una ardilla que practicaba la  danza. Un día, ella tuvo que salir a actuar a otra ciudad; allí tuvo mucho éxito; pero cuando regresaba muy contenta por el camino a su hogar, oyó a lo lejos el ruido de un hacha. Un niño que los vio, corrió hasta encontrarse con la ardilla y le dijo que unos leñadores estaban cortando el árbol donde estaba su casa y la de sus padres. Sin perder tiempo, ella llamó a los guardabosques, y por esa razón a aquellos leñadores malvados se los llevaron presos. 

 

 

Por Elízabeth Álvarez

 

Había remontado vuelo por tanto tiempo y subió como nunca. ¿Qué lo hacía escapar? No recordaba la realidad que lo incitó, no pensaba ni en su solitaria compañera.
     ¿Dónde estaba? ¿Sobre islas o ya en tierra firme, como suele decirse a los continentes?
     Sintió hambre y sed, buscó y rebuscó con los ojos, perdido en aquella verde-negrura de la selva. Un hilillo iluminó y bajó en busca de agua, después de refrescar comió y bebió.
     Cerró los ojos y, recordó lo abandonado, su familia, el campo espléndido con sus trinos, el sonido habitual de la Cascada de la Sinfonía y... ahora, recordaba el motivo de la huida: la Poza del Ensueño.
     “¿Por qué todos iban allí y qué de hermosa tenía y le hacía daño a él? Un pájaro de tantos colores y brillo en su plumaje, ni la Cascada de la Sinfonía le había hecho lo que aquella poza de agua brillante, era terrible tener ese sentimiento malsano que lo hizo huir de los suyos".
     La Poza del Ensueño, tranquila, rodeada por el norte y sur con dos farallones inmensos, al este la cascada que debía alimentarla y cuando el agua cae sobre las piedras hace música: Acuilázuli Acuilubrín chirri-chirri, cantarín.
     Ahora recordó su nombre Acuilázuli Acuilubrín. "Había repetido tanto aquel canto que los pocos habitantes del monte, lo llamaron así"