Por Jesús Ariel Gil Vázquez


En un avión dirigido hacia Australia iban tres jóvenes: Joel, Enrique y Diego, listos para asistir a un evento deportivo para el cual habían sido seleccionados.
     —¿No te parece increíble que siendo amigos desde niños nos hayan seleccionado a los tres? —dijo Joel.
     —Es que siempre hemos entrenado juntos y desde muy pequeños nos hemos apoyado —respondió Diego.
     —Ustedes fueron una inspiración para mí, siempre he sido el más débil, les agradezco el apoyo —agregó Enrique.
     Todo iba muy bien, hasta que de pronto se escuchó por el audio que los pasajeros debían colocarse el cinturón de seguridad, porque se estaba cerca de ocurrir una emergencia.
      —¿Qué habrá pasado? —preguntó Enrique.
     —Hay que estar tranquilos. — le respondió Joel para calmarlo.
     —Ajústense bien el cinturón y sigan todas las instrucciones. — les recomendó Diego.
     —Hay que mantener la calma —sugirió Enrique.
     Todo fue muy rápido. Explotó una turbina y el avión cayó en una montaña cubierta de nieve. Los cuerpos de los pasajeros cayeron por el suelo en medio de los árboles y entre las llamas. Los tres jóvenes deportistas lograron sobrevivir con varias quemaduras y golpes. Trataron de ayudar a otras personas, pero fue imposible: todos estaban muertos.

     Con el afán de mantenerse vivos y de buscar ayuda, revisaron todos los equipajes que encontraron. Tomaron algunas galletas, mermeladas y recogían nieve en un recipiente para descongelarla al calor y poder beber agua.
     Entre los restos del avión encontraron una radio que no daba señal, pero construyeron una antena y lograron comunicarse con el aeropuerto. Apenas se escuchaba; pero supieron que venía una tormenta de nieve y que también tratarían de rescatarlos.
     Inmediatamente llegó una ráfaga de viento que arrancó de raíz la antena y consumió la esperanza de mantener la comunicación. Los muchachos, friolentos y desesperados, temían perder la vida y buscaron refugio en los restos del avión. A la mañana siguiente salió el sol. Los jóvenes moribundos sintieron la llegada de un avión de rescate que los llevó a la ciudad más cercana. Allí les dieron atención médica y posteriormente se reunieron con sus familiares. Entonces regresaron a sus casas y vieron el evento deportivo por la televisión. Tal vez fue el destino o la amistad lo que les hizo salvarse. Lo mejor es que ahora tienen una segunda oportunidad.

 

Con este relato el autor, Jesús Ariel Gil Vázquez (del municipio de Cruces, Cienfuegos, Cuba), obtuvo Premio en la categoría de Enseñanza Primaria en el Encuentro-Debate Provincial de Niños Escritores (Cienfuegos, Cuba, 2024). (N. del E.).