Por Analía Romero
En la ciudad de Machu Picchu nacieron dos hermanas, hijas de Evelyn y Yandel. Las niñas se llamaban Ana y Lía. Su padre era un empresario exitoso, mitad humano, mitad demonio; mientras que su madre, un ángel celestial que vino a la Tierra con la misión de evitar el maltrato animal. Las chicas eran productos de un amor prohibido, porque a los demonios y a los ángeles no les tenían permitido juntarse. Evelyn y Yandel decidieron separarse, aunque su amor seguía ardiendo al nacer las bebés, porque temían que las chicas fueran destinadas a cumplir la profecía de que si continuaban juntas en el trayecto entre los catorce y quince años de edad, iban a desatar el caos total entre el infierno y el cielo. El padre decidió llevarse a Lía para criarla, y la madre se llevó a Ana con ella.
Las hermanas coincidieron casualmente en un evento donde dos escuelas secundarias básicas participaban en una feria que duraba una semana, unos meses antes de que ambas cumplieran sus quince años de edad. Su cumpleaños era el veinticinco de noviembre y ya estaban en septiembre. Entonces, al verse en el evento escolar, experimentaron una extraña sensación. Al concluir la conferencia, cada una de las dos chicas regresó a sus casa…
Cuando Ana llegó a su hogar, de inmediato, desesperada y confusa, le dijo a su madre:
—¡Mamá!, hoy conocí a un personaje muy peculiar. Al verla experimenté una extraña sensación. Evelyn la escuchó alarmada y contestó con voz de suspenso:
—¡Hija!... ¿Por casualidad la chica se llama Lía?
—¡Sí, mamá! ¿Cómo lo sabes? —dijo Ana con tono de preocupación.
—Ella... ella...
—¡¿Qué, mamá?! —le preguntó la joven desesperada.
—¡Ella es tu hermana! —le respondió la madre, alterada, lloriqueando, preocupada.
Entonces le contó detalladamente la verdad a Ana sobre la profecía. Lía, al llegar a casa, le dijo todo a su padre y él, con preocupación, le reveló el secreto que por mucho tiempo había guardado. Al siguiente día, en el evento, las jóvenes no tenían el valor de decirse ni media palabra. Ambas, penosamente, se miraron a los ojos. Ana, cansada del suspenso, decidió romper el silencio y saludarla con un simple: “¡Hola!”. Allí comenzaron a charlar tímidamente, aterradas y confundidas.
Pasó el tiempo y los padres se reúnen para hablar sobre el tema del cumpleaños. Toman el acuerdo de llevar a cada una a un viaje individual. Ana fue a Francia con su madre y Lía, a Hawaii con su padre. A las doce y treinta pasado meridiano, las chicas se transformaron desde las ciudades donde estaban. Ana se convierte en demonio y su hermana en ángel. Se vuelve todo oscuro. Son transportadas instantáneamente a La Isla de Pascua y se encuentran allá. Un portal inmenso se abre cerca de ellas y comienzan a salir demonios. Inesperadamente, cae un rayo y empiezan a llegar ángeles guardianes y dioses de los que solo se sabe en los libros de historias fantásticas. Comienza una gran batalla. Unos instantes después llegan Evelyn y Yandel. Las hermanas contemplan las dolorosas escenas caóticas y no saben cómo reaccionar a ese escenario violento. Lía empuja a Ana para salvarla de un trueno que aparece de la nada. La heroica chica cae al suelo. Los ángeles y los demonios, al ver esto, detienen la batalla. Ana está arrodillada ante su hermana llorando. Entonces hace un pacto con el diablo para revivir a Lía, dando la mitad de su vida para ella. Él se sorprende al escuchar la conmovedora historia. Le pregunta que si está segura y ella sin pensarlo accede. Su hermana revive. El diablo les dice que les queda poco tiempo de vida y ellas solo lo ignoran.
Pasan los días y las hermanas fallecen juntas. Sus padres van a ver al Dios Supremo y este les dice que ya es demasiado tarde.