Por Elizabeth Álvarez

                                                       

           Para Barbarita,
           la que más amó este cuento.

La centenaria Ceiba estaba acunando las semillas, exhibía la alegría de una madre feliz, esperaba el momento propicio, fabricaba lana para las hijas y alzaba los brazos al sol elevando su savia de amor.
     Llegó el tiempo preciso; y el viento comenzó a balancear su moño. Las lanas cargadas de semillas se desataron, era el día de la felicidad, la liberación desatada, como ver caer nieve sobre la plaza del pueblo y las semillas en su galopar gritaban eufóricas, pero una, la más feliz de todas dejó escuchar su voz:
     Adiós, madre, me voy de viaje, cuantas cosas veo, la línea del tren, el indio de la plaza, el campanario de la iglesia; no te aflijas madre, soy la semilla mas feliz.
     Había alcanzado tanta altura con el viento. Este dejo de soplar fuerte y ella fue descendiendo lentamente; al oscurecer ya estaba en el suelo, se sentía agotada y cerró los ojos, quedó profundamente dormida.
     Un chubasco la refrescó y una pequeña capa de tierra la arrebujó.
     ¿Por cuanto tiempo durmió la diminuta semilla? No lo sabemos.
     Un buen día extendió un brazo y sintió un calor atrayente, alzó el otro y el calor fue más amoroso, estiró sus pies y se aferró a la tierra, luego levantó la cabeza y se deslumbraron sus ojos por la luz.

   —No tanto que me haces daño.
     Y el sol desde su altura sonrió...
     Una brisa paso por su lado:
     —No tan fuerte que me quiebras.º
     —Eres cobarde ahora, pero luego serás la más fuerte —el viento burlón gritó desde lejos.
     —No te burles amigo, estoy asustada.
     Una mariposa paso sin notar su presencia.
     —Eres linda, mariposa. ¿Viajaras muy lejos?
     —No, solo hasta aquel jardín  y siguió su vuelo.
     La insignificante plantita quedo pensativa, recordó a su madre, estaba entristecida e indefensa. y la extrañó.
     Un gorrión picoteó a su orilla y le echó una ojeada:
     —Te conozco, eres muy joven, crecerás y serás monumental.
     —No lo creas, estoy tan desvalida y triste.
     El gorrión se alejó no sin antes regalarle un silbar de incredulidad. 
     La nueva planta siguió prosperando; tomó talla y corpulencia, la savia le escalaba por el tronco hasta su follaje esperanzado.
     Ya era robusta y los pájaros se posaban a descansar en ella; un día el Sinzonte le habló:
     —Eres grande y hermosa, pero no como la que ví en la ciudad.
     —¿La conoces? Esa es mi madre. ¿Podrías llevarle mis saludos y decirle que soy adulta?
     —Pues claro, como no —y salió cantando.
     Un golpe de viento sacó las lanas de su cabellera y salieron a volar miles de semillas, pero una tan alegre y afectiva como ella, exclamó desde lejos:
     —¡Adiós, mamá!...