Por Belizabeth C. Carrero


La casa estaba en silencio, ya eran casi las 12 de la noche y dormían, pero la luz de una lámpara pequeña llegaba hasta algunos lugares de la vivienda. ¿El motivo de que quedara encendida toda la noche? Mayra, la niña que allí vivía, le tenía miedo a la oscuridad y esa tenue iluminación la tranquilizaba para dormir; porque no confiaba ni en el perro Fiero que dormía las 24 horas a la vista  de todos y de fiereza no tenía ni la F.
     Mientras el sueño cierra los ojos de los que ya están en sus camas, la cocina cobra vida y se arma un gran alboroto:
     —¡Hagamos mucho ruido! —dijo un caldero grande con el cucharón a su lado.
     —¡Agua con el perro dormilón! —gritaba la llave desde su fregadero.
     —Declaremos la guerra —susurró el cuchillo mientras afilaba su punta.
   —Vamos a hacer café y encender todas las ollas —propuso un viejo termo que estiraba la cabeza en una esquina de la meseta.
     Un tenedor, que se mantenía callado encima de la mesa, decidió dar su criterio:
     —Mejor no, ¿por qué no bailamos salsa?
    Empezaron a reír con esa ocurrencia inesperada, pero al rato estuvieron de acuerdo y bailaron hasta el amanecer. A la noche siguiente, le tocó a la bachata… Así, fueron divirtiéndose cada noche con un género musical diferente: merengue, boleros, mambo y hasta danzones bien apretaditos hacían la diversión en la cocina.

     Pero una madrugada… sí, porque siempre hay un pero… Mayra despertó con sed y, cuando entraba a la cocina, oyó un ruido extraño, miró al perro que no era fiero y que roncaba sin importarle nada, siguió caminando y vio que todo estaba en su lugar. La niña quedó con dudas y a la otra noche se levantó despacito para ver si escuchaba algo; llegó a la cocina y solo oyó los ronquidos del perro. La idea de que algo ocurría seguía en su mente, y otra madrugada en que despertó fue descalza y corriendo para la cocina y… ahí sí los sorprendió; la fiesta estaba muy divertida, los utensilios, que bailaban en una rueda de casino, quedaron paralizados cuando la niña encendió la luz. Después se armó el corre corre, cada uno buscando su lugar.
     El refrigerador, casi de rodillas, le pidió:
     —¡Por favor, guarda nuestro secreto!
     —No le digas nada a tus padres —suplicaba la olla arrocera.
     —Vuelve a dormir tranquila —le dijeron cucharas, los tenedores y los cuchillos, mientras se escondían en una gaveta.
     Mayra los miró y aceptó con una condición.
     —Me quedo callada si me enseñan a bailar para disfrutarlo con mis amiguitos en las fiestas de la escuela.
     Todos estuvieron de acuerdo, y a la mañana siguiente, mientras se desayunaba, le guiñó un ojo a la sartén y saludó con la mano a los demás, quienes la miraban desconfiados como diciendo: “¡El acuerdo se respeta!”
     Y cuentan los conocedores de esta historia, que esta niña, totalmente “zurda” para el baile, sorprendió a todos al ganar un concurso de danzas populares en la escuela y, por supuesto, ese premio lo festejó en la cocina.

 

Belizabeth C. Carrero Bernal. Miembro del Taller literario Estrellita de Enseñanza Primaria, perteneciente a la Casa de Cultura Habarimao (Cumanayagua, Cienfuegos, Cuba). Con este texto la autora obtuvo Premio en el Encuentro Provincial de Talleres Infantiles, efectuado en Cienfuegos, Cuba, en mayo de 2025. (N. del E.)