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Por: Alberto Vega Falcón
Florencio Guadarrama Delgado había nacido y se había criado en lo más intricado de las elevaciones del macizo montañoso del Guamuhaya cienfueguero, conocido también como Escambray. Le habían cambiado, no se sabe quién, su nombre de pila y le adosaron el de Lencho Manigua, al parecer porque no salía de su conuco, donde adquirió fama de pamplinoso y pintoresco personaje que le puso sobrenombres o apodos
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Por Aymara B. Hernández Denis
Joaquín vive en el condominio Sweetlake, donde la tranquilidad era cierta hasta la llegada de aquella bestia enorme, solitaria y tuerta. Ha decidido cazarle. Camina despacio hacia el trozo de roca que sobresale del agua, donde se sienta. Su pierna izquierda se balancea en ella, provocando una sutil onda cada vez más perceptible. Se sabe observado por el único ojo que le dejó al animal aquel día.
La herida, no olvidada, oculta la trampa. El cocodrilo tiene hambre y morderá con fuerza el cebo. Tal y como lo supuso, emerge, se aferra a la pierna del hombre, lo arrastra hacia el agua para
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Por Alex Fleites
A dos espacios
Nada es mío, ni siquiera la parábola del viento
Como otros reúnen estrellas, caracoles,
junté palabras que otros inventaron
para estar después del sueño y la vigilia
Así entré por la palabra puerta
buscando de mi madre el intrincado corazón
y allí me quedé agazapado,
dejándome ir en la marea de su sangre
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Por Katia Chávez
La abuela lucía un nombre como ella misma, la llamaban Caridad. Significa compartir, así decía, con los que no tienen nada, pensar en aquellos, los otros. Todos esperaban algo con sus palabras, un consejo, experiencia o quizás la ternura en el discurso. Ese dejo pausado que te permite confiar. Hacía nacer, con el hablar, una esperanza.
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Entre los años 1954 y 1958, la principal radioemisora de Cuba (Circuito CMQ) transmitía, de 10:00 a 11:00 de la mañana, el famoso programa Competencia nacional de trovadores, que consistía en animadas controversias de los más nobles repentistas cubanos. Entre estos se destacaban Ángel Valiente (Angelito) y Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí). Su cotidiano contrapunteo interesó tanto al pueblo, que sus admiradores, insatisfechos con la brevedad de las polémicas que les ofrecía la radio,
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Por Roberto Manzano
Yendo por el camino hacia adelante miro
y toco el lodo gris con la gastada punta del zapato:
es el mundo llovido de varios días,
y por encima de la punta del zapato voy solo
cuando a la izquierda marchan conmigo
escuetos matorrales, y se ven huellas de neumáticos:
siguiendo los talones presurosos de un alto junio,
bajo la soledad del aire abierto…
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Por Irasema Cruz
Nunca he sabido para qué sirve la escritura y soy un inocente que dormita en los vitrales. No me importan las canciones ni los muertos que flotan en mi pecera.
Compro el periódico, almuerzo en una esquina, chiflo... Me masturbo con la misma soga del demente.
A mi madre no le gusta el silencio de la palabra, prefiere el gélido sonido del ángel que levita.
No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva y le es suficiente. A los juglares se les quema el contrato de la buenaventura y en los desiertos se juzgan niños infestados, prostitutas que se lanzan a desnudar mundos, drogadictos que cantan la homilía del hambre; se alquilan Mercedes último modelo, noches y puñaladas que ponen fin a la Historia.
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Por Sergio García
Qué hacer si he perdido las llaves de mí mismo. Qué hacer si soy un niño que se asoma al pozo de la noche. Cárceles, solo veo cárceles. Calabozos concéntricos donde cada uno resulta a la vez reo y carcelero. Afuera es otoño, pero afuera de una prisión siempre es otoño. Podrirse como el otoño, todos los poetas deberían podrirse como el otoño. Todos los poetas a gusto en sus celdas de costumbre. Todos los poetas con sus cadenas larguísimas que no sienten. Afuera alguien llora, pero afuera. Qué hacer si he perdido las llaves de mí mismo. Qué hacer si nunca he nacido al otro lado de los muros. Ahora han cerrado definitivamente todas las puertas y no queda nadie, nadie que pueda mirarme dentro.
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Por David Almeida Martínez
Cuando Romanof cayó enfermo de locura, había destruido ocho ciudades, promovido treinta combates y atravesaba medio continente. Meses antes del desquicio, llegó a su tienda el anónimo regalo: un libro. Durante todo ese tiempo nadie supo de qué trataba; solo le veían leer a la luz de las lámparas.
El doctor Bolaños, tras ver al caudillo en febriles lecturas balbucear ideas, anotar palabras y desarrollar un insomnio implacable, sería quien diagnosticara la demencia. Solo Bolaños conoció qué libro había recibido Romanof, quien murió luego de devorar todas las páginas.
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Por Katia Chávez
En una cama de hospital, Pedrito, desde el aire, escuchaba aquella melodía que elevó lo profundo de su alma. La inspiración que años atrás lo separara de la persona amada, sería su triunfo en el lecho de muerte. La radio dejaba escapar el sonido:
Nosotros,
que nos quisimos tanto,
debemos separarnos…
Una tortura final que abría el abismo, la despedida del cuerpo. Su composición indica que la felicidad llega cuando más se necesita de la vida, en ese preciso momento la muerte le arranca el tiempo para disfrutarla.
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