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Por Jorge L. Lanza
No son pocos los críticos que han definido el cine como una forma de poesía, cuyas imágenes develan los más insospechados significados que emanan del espíritu creativo de los cineastas, empeñados en retratar sus realidades y representar las complejidades de la existencia humana, a través de metáforas fílmicas que indagan en los conflictos más agudos del ser humano.
Para el cineasta francés Abel Gance, “no son las imágenes las que hacen un filme, sino el alma de las imágenes”. Esta frase sacada así de su contexto aparentemente no tenga mucha relación con el presente texto; pero, sin lugar a dudas, reafirma la condición poética del cine no solo por la magia de sus imágenes, de los recursos del cine como lenguaje, sino por su naturaleza poética.
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Por Amador Hernández
El profesor de Literatura Fernández del Monte jamás se había leído la célebre novela de Cervantes. No lo hizo cuando era estudiante del Instituto Superior Pedagógico mucho menos le dedicó ningún tiempo en los cursos de posgrado ni en los más de cuarenta años que ha ejercido como docente. “Es muy larga y tediosa, no estoy para caerle detrás a ese esperpento más loco que una cabra”, se justificaba siempre ante sus condiscípulos, me basta con lo que de ella se dice en los prólogos de sus ediciones; que se vayan al infierno mismo el gordo papanatas con su burro incluido y el viejo ese que está para camisa de fuerzas. Al cipote Cervantes con su novela ladrillo.
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Por Jorge L. Lanza
He tenido el extraordinario privilegio de participar en la premier del documental Cubanos en Harvard, dirigido por el periodista de la televisión cubana Dany González Lucena, producido por el Programa de Estudios sobre Cuba del Centro David Rockefeller para Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Harvard,
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…y bebí en copa salobre
la cicuta de mi infancia.
Luis Gómez
Por Yannit Pozo
En un abrazo del río
sus ojos mi pueblo asoma,
sus ojos de triste loma
en un invierno tardío.
De sus pupilas, vacío
ansioso bebió mi verso.
Mas su mar, de un sur adverso,
se parece a la memoria
de aquella, la otrora Gloria,
de mi gota de universo.
De: Bajo el ala de un sinsonte (La Pereza Ediciones, Miami, Fla, 2017).
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Por Olga L. Martínez
Se desangra mi noche. Gotea con paso intermitente. Entre el calor de la cocina y el quedarse quieto como un farol del parque, los silencios se vuelven cada vez más víboras.
Leo los estados, y me llevan a pensar que no hay dedos para escribir verdades. El carretón del vecino hoy no cargó el pan, estaba negro y el carretillero, el de siempre, el de las cosas "buenas y baratas" no pasó con las viandas por el frente de la casa, hoy por segunda vez. Está aislado, dicen. Aunque alguien lo vio por la otra esquina.
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Escuchaba esas historias que ya se sabía de memoria: sus ojos se perdían en los puntos de su ropa y era lejana la voz de quien le hablaba.
Pensaba en él; y por mucho que llorara se sentía bien: hacía un viaje en sus recuerdos y de repente escuchaba risas y se veía como aquella niña ingenua que no había comenzado a vivir. Añoraba aquellos momentos…, pero veía esa mano extendida y solo podía pensar en tomarla y dejarse llevar, olvidando todo lo que quedaba atrás, sin importar nada. Aquella mano la ayudaría a llegar a la cima.
El aire hizo danzar su cabello, y la picardía de sus ojos otra vez se convirtió en nostalgia.
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Te vas quedando solo.
Apoyaste todo tu amor en los ancianos
que te sonríen y luego se marchan.
Escribiste páginas borrables
y poemas de corta duración, como tu vida.
Ni los libros leídos ni los más amados
estarán contigo allá, que es dónde.
Abiertamente solo, vas pensando, en la noche,
cómo engañar a la soledad
con un monólogo,
con un aplauso.
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La luz débil de la habitación creaba un ambiente enigmático. Sus ojos se entreabrían ante la oportunidad de realizar su deseo. Sus expresiones faciales hacían relucir sus ansias de algo con adrenalina.
Se toparon sus ojos y ambos comprendieron sus miradas. Los deseos sacaban chispas con el roce de sus cuerpos, y la lujuria cada vez se hacía más intensa.
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Por Ivett Orozco
Me queda mi imagen,
la transparencia en el espejo,
un aliento feroz quejándose
en las profundidades.
Ella pega su sexo al mío indicando
a dónde ir si me desangro.
Soy un gemido,
ella es el eco.
Siento que estallo.
Recuerdo y nada existe.
Ambas buscamos palabras,
una posibilidad para estar más cerca.
Muerdo el lado oculto
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Por Cintio Vitier
Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia:
la soberbia del maniqueo.
Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de hiel
de no ser puro como un ángel.
¿De qué vale sutilizar los argumentos?
—Sí, has colaborado con todo lo que odias,
con la múltiple, infinita cara del mal.
¿En mínima medida? ¿Solo por sumisión? ¿Solo por ganar el pan?
Nada puede consolarte.
—Nada: porque mientras menos o más irrechazable haya sido tu complicidad,
más esencial es tu miseria,
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