Por Roberto Santamaría-Betancourt

Se ha extendido una manía
entre parlantes ladinos
de acuñarle el femenino
a quien nunca lo tendría,
si no tiene “dío”  el día,
y el trigo no tiene “triga”,
ni existen las “gobernantas”,
tampoco las “estudiantes”,
ni “hormigo” entre las hormigas.

Aunque lo intenten, comprar
con millones y “millonas”
un trono no tiene “trona”

                    A la UCLV 

Por Jessica de la C. Díaz

Me he perdido, sin quererlo,
Por los injustos senderos del alma:
Cierro los ojos sin sueño
Y te cuelas en mí.
¿Cómo haces para la originalidad
Con que abarcas el tiempo?
Con sed de aprender
Busco tus respuestas,
Que se quedan en el aire
Sin romper el silencio.
Sonríes por ti

Por Dulce María Loynaz

Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca, y gris, verde, y rubia,
y morena…

Quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!…
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… O no me quieras.

         Preciso tiempo, necesito ese tiempo
                    que otros dejan abandonado
                porque les sobra o ya no saben
                                      qué hacer con él…

                            Mario Benedetti

Por Olga L. Robaina

El tiempo me roba tu tiempo.
Mataría al tiempo con mi espada.
Lo ahogaría.
Lo rompería en mil pedazos.
Quiero encontrar su guarida.
Camino y te busco en un tiempo paralelo. Quisiera poder volar y tener alas que me lleven hasta ti para besarte y para que no pienses más en que te olvido.

Por Nelson Machín

“Caruso” es una canción compuesta en 1986 por el cantautor italiano Lucio Dalla, dedicada al tenor —también— italiano, Enrico Caruso. Intenta Lucio narrar cómo pudo ser la última noche feliz del gran tenor quien una vida complicada tuvo. Canta Lucio al dolor y las ansias del cantante que, esperando la muerte, mira a los ojos de la muchacha que amaba.

Según Lucio Dallas, él, el compositor de esta canción, hizo escala con su barco en el golfo de Sorrento. Decidió alojarse en el hotel donde Caruso había pasado sus últimos dos meses.

Por Alejo Carpentier

                 Y caminaba, semejante a la noche.

                               Ilíada. –Canto I

 I
El mar empezaba a verdecer entre los promontorios todavía en sombras, cuando la caracola del vigía anunció las cincuenta naves negras que nos enviaba el Rey Agamenón. Al oír la señal, los que esperaban desde hacía tantos días sobre las boñigas de las eras, empezaron a bajar el trigo hacia la playa donde ya preparábamos los rodillos que servirían para subir las embarcaciones hasta las murallas de la fortaleza. Cuando las quillas tocaron la arena, hubo algunas riñas con los timoneles,

Por Nelson Machín

El majá siempre quiso matar cocuyos porque no soportaba su luz propia ni su vuelo tan alto. Lleno de odio veía sus luces volando en las noches. En un amanecer, decidió camuflase aprovechando su indeterminado color en el tronco del arbusto que da unas flores con aspecto de campanas. A una flor entró una mariposa que de repente se vio acorralada frente a la lengua viperina del reptil.

—¿Por qué me vas a comer? —preguntó la mariposa desde el fondo de la campana.

—No te voy a comer. Solo te voy a quitar las alas porque mientras hay luz del sol, vuelas de flor en flor y me fascinan tus colores.

Por  Olga L. Martinez

Inciertas son las mañanas
con el rocío en el lecho.
Lúgubres…, cuando del techo
embisten furiosas lianas.
A las grietas cotidianas
se aferran.
Grita el jazmín,
tensa una cuerda el violín,
lastima la melodía.
Negro preludio…,
el día, no parece tener fin.

Por Pablo de la Torrente Brau

El panorama

Desde la tarde anterior habíamos llegado al ingenio y, ahora, almorzábamos con apetito de guajiros debutantes, en el portal del bungalow que tenían los ingenieros. Cien metros al frente, paralelas a la línea de casas del batey, se extendían las vías del ferrocarril en una longitud aproximada de cuatrocientos metros, perdiéndose por un extremo en una gruta de árboles, y por el otro, en la traición de una curva.

Eran las doce.

            …es más difícil que manejar la palabra.                                 
                                   Georges  Clemenceau

Por Gricel C. Alfonso

—No comprendo, eres una buena madre, él te trata mal y tú lo aguantas. Yo le habría rajado la cabeza hace tiempo —dijo el vecino, preocupado, a la impaciente mujer.

     —No se adapta a la ausencia del padre, al divorcio nuestro. Pensé que los divorcios afectaban a  niños y adolescentes. Sabes que casi siempre él es muy amable y simpático, pero no sabe controlar sus emociones.