Por Katia Chávez
En una cama de hospital, Pedrito, desde el aire, escuchaba aquella melodía que elevó lo profundo de su alma. La inspiración que años atrás lo separara de la persona amada, sería su triunfo en el lecho de muerte. La radio dejaba escapar el sonido:
Nosotros,
que nos quisimos tanto,
debemos separarnos…
Una tortura final que abría el abismo, la despedida del cuerpo. Su composición indica que la felicidad llega cuando más se necesita de la vida, en ese preciso momento la muerte le arranca el tiempo para disfrutarla.
No es falta de cariño,
te quiero con el alma...
Amor, triunfo y felicidad son tan ilusorios como la vida. Esta se expresa a través del tiempo, de la intensidad con la cual se acompaña. En ella están implícitos: cuerpo-tiempo, como fenómenos condicionados; el alma es sustancia inmortal para los seres humanos.
Nosotros,
que fuimos tan sinceros,
que del amor hicimos
un sol maravilloso,
romance tan divino…
El amor es el axioma principal del artista, como uno de los principios indemostrables de las teorías acerca de su existencia. Llegando a convertirse en una especie de doctrina, porque cada uno dona su sello a partir de observaciones y experiencias.
Especular sobre este argumento es un reto para él, aplica variantes en su síntesis, procurando penetrar a este sentimiento para comprenderlo. Se auxilia de la metáfora que le acerca a su discurso, proporcionándole gracia y frescura.
Emplea imágenes o símbolos que enriquecen los textos, le aportan el espíritu, la magia de la palabra.
El triunfo está ponderado por el anhelo, lo cual no siempre es alcanzable. Un sentimiento de frustración se apropia de la persona, lo petrifica, cuando la meta está por encima de las aptitudes u oportunidades. Llámese triunfo a la connotación de una obra o grado de reconocimiento, no a su valor monetario.
Son pocos los que pueden en vida, engrosar una fortuna con su trabajo; tampoco es el móvil de la creación.
En otros casos, el éxito se manifiesta post mortem, el vencedor solo procura que su trabajo florezca. Los trabajos artísticos, en su mayoría, llevan consigo una historia en el trasfondo; esa es la que ayuda a que crezca. La obra viene a ser un pedazo de uno mismo o la pieza del rompecabezas de la vida que lo catapulta.
Los infortunios de los grandes artistas son muy conocidos. Algunos, por su extraña manera de comportarse, aislados de la sociedad. La comunicación con los semejantes se dificulta. Una pantalla de incomprensión los rodea, pues el algoritmo de su pensamiento permanece alejado de lo convencional. Este, se abstrae del mundo que lo envuelve, observa, medita, intuye, adquiere un ojo crítico, permitiéndole ver lo invisible:
Nosotros,
que desde que nos vimos,
amándonos estamos…
Los órganos de los sentidos se aguzan, logrando un estado de éxtasis. Transcribe sensaciones, las emplea según su forma de expresión más recurrente. En ocasiones, busca diferentes medios para transmitir mensajes; intenta encontrarse, alimentar el espíritu, acariciarlo. Disfraza su conmoción a través de la contemplación.
Es como realizar un ejercicio de definiciones, según la óptica. Cuando el bebé se lleva los objetos a la boca, los va reconociendo: así es el artista cuando necesita llegar a los otros. Busca la esencia de las cosas, para obtener el lenguaje acabado de su argumento. La precisión es una constante en su vida, penetra hasta el alma de los conceptos. Saborea cada emoción, le extrae el aceite esencial para oler su aroma. El artista, en las sombras o el silencio, es capaz de crear, para su interior, la orquesta.
Pedro Buenaventura Jesús Junco Redondas se despidió de su amor y de la vida el 25 de abril de 1943 con el popular bolero: Nosotros, que ha recorrido el mundo por grandes intérpretes de la canción. El origen, estuvo marcado por la enfermedad que padecía su autor: la tuberculosis, la afección hizo que rompiera con la mujer que amaba para no infectarla. En este febrero muchos amores se despedirán con aquella triste melodía:
Te juro que te adoro,
y en nombre de este amor
y por tu bien,
te digo adiós…