Por María Alejandra Santovenia Sardón
Todas las tardes, de pie en la llanura admiraba el paisaje, dejaba que la naturaleza gritara a través de su cuerpo con todo su poder; luego, con los pulmones llenos de aire puro, comenzaba a correr.
Tropezó con una roca y cayó entre la hierba. Adolorido miró al frente y pensó en renunciar, el Sol aún estaba lejos. Sin embargo, se levantó sacudiéndose el polvo. No quedaba mucho tiempo, los colores naranjas y rojos pintaban el cielo y las nubes se deshacían como motas de polvo.
Extendió la mano en un intento desesperado de apropiarse del último vestigio de esa luz. Debió parar en seco, un enorme acantilado se interponía en su camino. Todos los días por el resto de su vida haría ese ritual, que culminaba cuando su corazón se desnudaba frente al acantilado mientras la noche lo envolvía y lo invitaba a rendirse.
Con esta narración la autora obtuvo el Segundo Premio en el Concurso de Minicuentos convocado por la Casa de Cultura de Marianao, La Habana, en agosto de 2020. (N. del E.).