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Por Sergio García
Qué hacer si he perdido las llaves de mí mismo. Qué hacer si soy un niño que se asoma al pozo de la noche. Cárceles, solo veo cárceles. Calabozos concéntricos donde cada uno resulta a la vez reo y carcelero. Afuera es otoño, pero afuera de una prisión siempre es otoño. Podrirse como el otoño, todos los poetas deberían podrirse como el otoño. Todos los poetas a gusto en sus celdas de costumbre. Todos los poetas con sus cadenas larguísimas que no sienten. Afuera alguien llora, pero afuera. Qué hacer si he perdido las llaves de mí mismo. Qué hacer si nunca he nacido al otro lado de los muros. Ahora han cerrado definitivamente todas las puertas y no queda nadie, nadie que pueda mirarme dentro.
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Por: Jorge L. Lanza
A Héctor García Mesa, fundador de la Cinemateca en Cuba
Aunque muchos historiadores no vean el cine como una fuente histórica confiable para estudiar hechos y momentos históricos trascendentales, nadie escapa de su capacidad de seducción, teniendo en cuenta lo apasionante que resultan tanto los filmes de ficción como los documentales históricos, cuyas imágenes de archivo deviene el sustento principal sobre los cuales se sostiene el cine como documento histórico.
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El libro Raúl Hernández Novás: Isla poética por explorar (Premio de Investigación Florentino Morales 2015) acaba de publicarse y hace parte de los volúmenes del actual calendario a ser presentados por Ediciones Mecenas.
Su autor es el poeta, narrador y ensayista villaclareño Félix García Pérez, quien entrega mediante este ensayo uno de los estudios más aportadores que en torno a la figura del relevante creador cubano hayan aparecido hasta el momento.
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Por Alex Fleites
A dos espacios
Nada es mío, ni siquiera la parábola del viento
Como otros reúnen estrellas, caracoles,
junté palabras que otros inventaron
para estar después del sueño y la vigilia
Así entré por la palabra puerta
buscando de mi madre el intrincado corazón
y allí me quedé agazapado,
dejándome ir en la marea de su sangre
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Veo a un niño jugar en la sonriente calzada de la luz, la provisoria.
Veo a un joven andando en la memoria la temblorosa piedra, lentamente.
Veo un hombre maduro que camina llevando un niño de la firme mano.
Junto a un joven filial veo un anciano leve como la lumbre que declina.
Tiemblo al verlo pasar los urbanos dédalos con su paso ya rendido
y de pensar que esas sencillas manos
que tantas cosas bellas han reunido
acaben por ser polvo en otras manos… —Las de la muerte, no las del olvido.
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Por Olga L. Martínez
La brisa es su único cómplice. Sin remedio, las miradas la devoran. Acaba de trabajar. En el bolso, un regalo para la niña y el medicamento de la madre. El autobús demora y el móvil no para de sonar. No lo coge. Prefiere seguir soñando. Imagina otra realidad. Un auto frena ante sus narices y el conductor, un hombre bien atractivo, baja la ventanilla y la incita a subir. Ella titubea, no es prudente aceptar la invitación de un extraño. Pero… está tan cansada, que decide montar. Ser una mujer hermosa le ofrece ventajas. Él, la mira fijo como si la degustara.
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Por Roberto Manzano
Yendo por el camino hacia adelante miro
y toco el lodo gris con la gastada punta del zapato:
es el mundo llovido de varios días,
y por encima de la punta del zapato voy solo
cuando a la izquierda marchan conmigo
escuetos matorrales, y se ven huellas de neumáticos:
siguiendo los talones presurosos de un alto junio,
bajo la soledad del aire abierto…
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Cuando toque a tu puerta
y te pueda abrazar,
te encontraré perturbado.
A lo mejor, no sé,
habrá que esperar.
Pero estarás disculpado,
será difícil borrar
el temor aun latente
de esta Covid infernal.
Quiero que en susurro
escuches una voz:
cuídate, cumple,
no abraces,
cúbrete el rostro…
no habrá besos de amor,
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Por María Alejandra Santovenia Sardón
Todas las tardes, de pie en la llanura admiraba el paisaje, dejaba que la naturaleza gritara a través de su cuerpo con todo su poder; luego, con los pulmones llenos de aire puro, comenzaba a correr.
Tropezó con una roca y cayó entre la hierba. Adolorido miró al frente y pensó en renunciar, el Sol aún estaba lejos. Sin embargo, se levantó sacudiéndose el polvo. No quedaba mucho tiempo, los colores naranjas y rojos pintaban el cielo y las nubes se deshacían como motas de polvo.
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Por David Almeida Martínez
Cuando Romanof cayó enfermo de locura, había destruido ocho ciudades, promovido treinta combates y atravesaba medio continente. Meses antes del desquicio, llegó a su tienda el anónimo regalo: un libro. Durante todo ese tiempo nadie supo de qué trataba; solo le veían leer a la luz de las lámparas.
El doctor Bolaños, tras ver al caudillo en febriles lecturas balbucear ideas, anotar palabras y desarrollar un insomnio implacable, sería quien diagnosticara la demencia. Solo Bolaños conoció qué libro había recibido Romanof, quien murió luego de devorar todas las páginas.
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