Por Aymara B. Hernández Denis
Joaquín vive en el condominio Sweetlake, donde la tranquilidad era cierta hasta la llegada de aquella bestia enorme, solitaria y tuerta. Ha decidido cazarle. Camina despacio hacia el trozo de roca que sobresale del agua, donde se sienta. Su pierna izquierda se balancea en ella, provocando una sutil onda cada vez más perceptible. Se sabe observado por el único ojo que le dejó al animal aquel día.
La herida, no olvidada, oculta la trampa. El cocodrilo tiene hambre y morderá con fuerza el cebo. Tal y como lo supuso, emerge, se aferra a la pierna del hombre, lo arrastra hacia el agua para
hacer girar su cuerpo y ahogarle. Sin perder tiempo, Joaquín libera el muñón dentro de las terribles fauces. De la bota sobresalen pequeñas clavijas y las barras de metal que la unen a la cadera. El animal, atragantado, no puede sumergirse, tampoco andar. Finalmente, se desploma en la orilla.
Joaquín se levanta apoyado en su única pierna y el bastón de siempre; una media sonrisa le baila en la cara cuando se acerca a la fiera moribunda: “Esta vez te jodí, cabrón”. Y es que ambos se conocían bien. Esa tarde, se lo jugaron todo.
Mención Especial en el Concurso de Minicuentos convocado por la Casa de Cultura de Marianao, La Habana, 2020. (N. del E.).