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En tiempo Cuba, temperatura Cuba, ánimo Cuba, sueños Cuba, he matado a un hombre y las ratas retozan sobre la mesa. En mi intención asesina hubiera querido matar a tres o cuatro, pero solo fue uno. Hacía calor, el calor Cuba, y hambre, cansancio. Un día Esteban sintió miedo y me dejó. Ese día también maté el amor, cogí el mismo puñal y le abrí tantos huecos como pude. Con ánimo Cuba duermo sola, al menos no estoy presa, en este tiempo Cuba donde todo es normal y su contrario. Quizás Esteban vuelva y en un poema de amor escrito con mi sangre devele mis ganas tamaño país. Es mejor que no vuelva, una mujer Cuba no recoge flojos. En este tiempo/temperatura/ánimo me siento satisfecha, alimentando mis sueños y ratas. Puede que asesine los tres o cuatro más en silencio. No vuelvas, Esteban, no vuelvas.
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Benny Moré (Santa Isabel de las Lajas, Las Villas, 1919-La Habana, 1963) es un fenómeno muy difícil de definir, uno de esos artistas extraordinarios que se distinguen por su autenticidad absoluta. Los estudiosos tienen la ardua tarea de buscar las causas de esa explosiva y desmedida popularidad que envuelve al Benny, como sencillamente se le conoce desde que apareció en el universo musical de Cuba y del mundo. Pero Bwny es simplemente Benny, y pertenece a esa clase de artistas que no muere nunca y que se resiste al paso del tiempo. Su voz es de agua y viento y su personalidad de un material inexplicable, como de caña. ¡Qué suerte tener a alguien así!
Tomado de la plaquette “Santa Isabel de las Lajas”. Ediciones Damují, 2018.
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Por Rogelio Porres
Cienfuegos, ciudad del mar,
cuelga mis versos febriles
entre los claros abriles
que te forman el collar.
Déjame inquieto soñar
en la cima en que te instalas,
que por lo que me regalas
quiero en mis noches mejores
dormirme junto a tus flore
y despertarme en tus alas.
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Por Pablo Guerra
Madre, que lejos estamos del sol
madre, qué ausentes de la luz.
Tengo días de despertar en casa ajena
no sé qué hacer y me quedo tranquilo en el lecho
esperando una voz que me salve de esa incertidumbre
un alma nueva en cada despertar
esperando el aprendizaje de un nuevo día
qué me espera después del lecho
cuánto de asombro hay en las paredes
quién será el cuerpo que a mi lado duerme,
le sucederá lo mismo.
Hay una luz en la distancia,
parpadea, será un signo me pregunto
acaso un satélite o una falacia de la espera.
Bastará con abrir los ojos y echar a andar
sin temor a que nos arrebaten esta vida prestada,
pero no sé por qué nos duele tanto volar
nos duele llegar siempre tarde y cansados.
Madre, traigo el pecho abierto
y me arde esta sombra este destierro
y tengo miedo que ya no sea mi voz la que te llame.
Madre, habrá un camino de regreso al país de la certeza,
un camino hacia la luz.
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Por Yoleydis Hernández Jiménez
Estoy con el paisaje cara a cara
contemplando la tarde que agoniza.
Hay una estrella que espiritualiza
al horizonte como si pensara…
Jesús Orta Ruiz
A ratos
me desvelo. Tengo sed
Y busco esperanzada en esa foto
El tiempo sin piedad casi la ha roto
La luna se ha dormido en la pared
No quiero ya salirme de esta red
tal vez esto parezca cosa rara
Bajo la luz que a veces nos ampara
rogándole a la noche un beso tuyo
me llega hasta el oído algún murmullo
Estoy con el paisaje cara acara.
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Por Roger Miguel Crespo Amaya
¿Viene por trabajo?
No, por rezar.
Aquí no es lugar para eso.
Eso le había respondido Carlota, riéndose a carcajadas, aquel día cuando ella entró en la Catedral. Y que al recorrerla con la vista aquella Catedral pensó que se trataba de alguna nueva corriente religiosa que adoraba a los malos cuadros que ocupaban los sitios en donde debían reposar las deidades.
Todo eso recuerda mientras el bote anda ensenada adentro. Va sentada al centro del bote, de frente a popa, y el aire hace como si le quitara el sol de encima. Recordar le trae alivio. Ya no tiembla. Y alegría, eso también siente, de que al parecer su crisis de pánico se ha ido. Porque tras lo ocurrido semanas atrás se había sumido en una de esas crisis; provocándole tal perturbación emocional, que llegaba a alterar su percepción de la realidad. Situación dada, toda vez que le sucedía alguna tensión nerviosa o la contemplación de una obra de arte de exagerada belleza.
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Llevo una loba en mi pecho
siempre callada en acecho
sutil ¡lista a devorarte!
es su manera de amarte.
A veces soy pan, tú el vino
yo la hembra en el torbellino
tú mi hombre dulce, viril
un acertijo febril
en el agua del molino.
Nuestras pelvis en aullidos
somos cóncavo y converso
de la moneda el reverso
hasta perder los sentidos
en laberintos movidos.
Relativo y absoluto
la eternidad, un minuto
balbucea la mudez
desciende el cielo a mis pies
con el hartazgo del fruto.
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Por Ulices Trujillo
Pájaro de mi sangre
Y mi torpeza
Rompe estos abismos de silencio
Y habita
(como el acero
En lo más íntimo del poste de hormigón)
Cubre tu voz del universo y la pedrada,
Del falso alpiste y los barrotes,
Del engañoso canto mercenario.
Pájaro Urbano
Canta a través de mí solo esta ocasión la libertad.
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Por Lisette Magalis Rodríguez Camargo
A mis hijos los paro
los sábados a mediodía.
Uno tras otro van naciendo sobre el lecho,
bajo la mesa del comedor,
en el balancín de la comadrita de abuela.
Esta manía que tengo de parir bastardos a contratiempo,
hijos desmembrados desde la raíz;
ya me está pasando factura.
Abortarlos
en la madrugada,
sin testigos,
se me vuelve cruz en la frente.
Estoy hecha para que vengan al mundo,
con el mismo silencio.
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Por Olga L. Robaina
Llevaba días vigilando el rosal. En cuanto naciera la primera rosa, se la regalaría. Hacía mucho tiempo vivía en esa casa con jardín; sin embargo, nunca logró una flor así. Esa tarde por fin la vio. El botón parecía indefenso. Era tan pequeño, que prefirió esperar el amanecer. Apenas durmió pensando en lo feliz que ella se pondría con el regalo; así que bien temprano saltó de la cama y corrió en busca de su anhelo.
Pero al llegar allí, no encontró el botón; no ya el botón, sino ni una sola hoja en toda la planta. Parecía que en ella se había instalado el otoño durante la noche.
De pronto, miró fijamente al piso y las vio. Iban en fila india, como si la tierra fuera el mar y ellas, pequeños barcos de vela. Algunas parecía que llevaban sombrillas abiertas. Unas eran más grandes que otras, y se tocaban con las antenas al cruzarse entre sí. Siguió a aquellas bibijaguas con la vista y, mientras avanzaban, una línea dorada se iba marcando en el camino que llevaba al nido: un hueco de boca ancha, de donde salían muchas obreras con granos de tierra, se le apareció enfrente. Poco a poco, aquella hilera iba desapareciendo ante su vista con trozos de pétalos de lo que sería su primera rosa amarilla.
Entonces, sacó el celular y tomó varias fotos. De seguro el día junto a su novia iba a ser inolvidable.
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