Por Ulices Trujillo

 

Quiero saber de mí las cosas que nunca me he contado. Definitivamente beber algunas copas y liberar la piel de tantas cicatrices. Entrelazar los dedos y no dejarme ir sin una caricia consecuente. Quiero hacerme el amor y susurrar en mi oído quizás un poema de Buesa, mentirme como hacen todos, fingir que estoy cómodo conmigo mismo, y volver de nuevo la boca sobre el vientre. Me quedaré así abrazado en solitario hasta dormirme, sabiendo que mañana ya no estaré en la otra mitad de mi existencia. 

 

 

Por Taimí Blanco

 

Una señora me observa,
traigo en la cara el repiquetear de los rieles,
ensordecedor hollín mullido en las mejillas.
Es una marcha mi cuerpo,
masa mórbida,
al compás disonante que cruje en el sendero.
La tarde
aparece como un aura mugrienta
sobre la próxima parada.
En el tren,
los sueños son un filo cortante que cala el espacio
Última parada!
Logro abrir los párpados,
pesados rieles bajo la máquina.
Me da la mano el andén,
el tiempo se diluye  entre volutas
que dejan atrás el paisaje.
Tengo ticket para la desilusión
y un volver con sabor adiós.
En la partida todo parece morir.

Por Hansrruel Aldana

 

Un hombre anda incompleto por la vida,
se le ha escapado la mitad del alma.
Un hombre anda sin voz, sin luz, sin calma,
con el terror atroz de algún suicida.

El hombre ya no encuentra la salida
del miedo tan pueril que lo atraganta.
Un nombre de mujer en su garganta
termina por abrirle más la herida.

Un hombre me convida en el espejo,
a ser el necio que otra vez intenta
buscarse en la mitad que lo alimenta.

Ansioso de encontrarse en el reflejo,
decide que esperar es muy complejo,
y vuelve a repetirse por su cuenta.

Por Miguel Á. González 

 

Como es tan hermosa foto,
más difícil es pintar
con el verbo. Cielo, mar,
nubes en suave alboroto.
Astro en un pellizco roto
que le da brillo a la escena,
un ojo que no se apena
de admirar a la montaña,
y una fina telaraña
de gotas sobre la arena.

 

 

Por Eduardo D. González

 

Amo a una mujer pequeña
con labios de miedos
con voz azul;
una mujer plausible
que cosquillea en mi cuaderno.

Ella entrelaza mis horas
conmueve
con las vestiduras de su risa
mientras cabalga
en la rectitud de un sueño.

Amo a una mujer pequeña
como flor insomne        
diminuta...
Inequívocamente cabe
en la vanidad
de mi beso.

De Sed de viernes

 

 

Por Clara Lecuona

 

Voy a tus ojos entera.
Abrazo, toco la fragua
partida en sueños y en agua
de este tiempo que lacera.
Indolentes a la espera
así, en sus olas cantamos
de tanto que ya aguardamos,
de tanto ir, desandar:
quiere decirme algo el mar.

El mar y yo nos miramos.

 

 

Por Lucio Pérez

 

...prometieron las estrellas
alumbrar la madrugada.
   

      Olga L. Martínez
       

Una casa está vacía,
solo habitan fragmentos de diciembres.
Las copas hoy se llenan de silencios,
y el árbol huele a tierra seca.
Por más luces que se encienden,
todas las atrapo en el cuenco de una mano.
Necesito hackear cada sentencia
llenando de metáforas el tiempo.
Y convierto diciembre en artificio
tatuando mis ojos en cada espacio
hasta los párpados.
En cualquier caso
vuelvo a llenar la copa
del mágico conjuro de su fuego.

 

 

Por Osmel Valdés

 

El muerto  se murió antes de morirse
Se fue sin que esperara la esperanza
Balanceó el desbalance en la balanza
Se despidió antes de despedirse
Estaba ido, aún antes de irse
No despertaba aunque estuvo despierto 
Soñando un sueño roto tan incierto
Que no alcanzó a nombrar mientras nombraba
La muerte que en silencio lo mataba
Y se murió, estando apenas muerto.

 

 

Por José R. Calatayud

 

Ya la maleza inunda el tanque herrumbroso
Que daba de beber a los trenes de antaño,
En su fisonomía se dibujan los años
Y el reino del olvido se yergue poderoso.

Como un ser obsoleto, antiguo y oxidado
Como un custodio insomne, insistente, inmovible,
Pasa el tiempo y tú sigues presente y olvidado
A los ojos de tanto paseante inconmovible.

Eres testigo quieto, callado, inderrotable,
Aunque sé que algún día caerás sobre ti mismo
Y dejarás un hueco de luz en esta historia.

Y barrerán tu cuerpo metálico y afable,
Tu cadáver de hierro rodará en el abismo,
Pero nadie lo podrá borrar de mi memoria. 

 

 

Por Ana L. López

 

El mar se está metiendo carajo. Qué clase de tormenta. Los pescaos golpean las ventanas. Ven a ver, asómate. Dice Graciela que desde ayer el primer piso está inundado, aunque a Graciela no se le puede hacer caso. Se la cortó al marido por andar con la artista aquella de la tevé. Graciela tuvo cojones para cortarle la hombría al marido pero no tiene para salir a coger los pescaos, dice que estoy como una cabra. No sé cómo son las cabras, nunca he visto una. Lo que estoy viendo es la gente flotando por las calles con sillas y ventiladores, y todos esos pescaos. Deberían entrar tiburones a ver si se comen a Graciela. Tiene mil años pero ni la muerte la quiere de tan maldita. Mira eso, los rebeldes están en las calles recogiendo los pescaos y tirando balsas pa’la gente. Son unos salvajes. Ven a ver Graciela qué clase de muñecos, de los que te gustan, machotes con barba y fusil. Esta ni caso me hace. Ahora en vez de abrir la puerta y pescar coge pal cuarto a buscar pastillas. Dicen que las cabras dan leche, hablan mierda y toman pastillas. Nunca vi una cabra, pero yo no doy leche, por ningún lugar di leche. Muy fresca ella. Si pudiera pararme abriría la ventana, a ver si el jefe del convoy me saca de aquí, o el mar, da lo mismo. Y que el tiburón que entró por la avenida se la trague completa y mueran los dos. Ella por tan Graciela y él por tan tiburón. Aunque ahora todos los tiburones están de verde. Aunque ahora todos los tiburones que veo están de verde. Candela, pero y esto.