Por Roger Miguel Crespo Amaya
¿Viene por trabajo?
No, por rezar.
Aquí no es lugar para eso.
Eso le había respondido Carlota, riéndose a carcajadas, aquel día cuando ella entró en la Catedral. Y que al recorrerla con la vista aquella Catedral pensó que se trataba de alguna nueva corriente religiosa que adoraba a los malos cuadros que ocupaban los sitios en donde debían reposar las deidades.
Todo eso recuerda mientras el bote anda ensenada adentro. Va sentada al centro del bote, de frente a popa, y el aire hace como si le quitara el sol de encima. Recordar le trae alivio. Ya no tiembla. Y alegría, eso también siente, de que al parecer su crisis de pánico se ha ido. Porque tras lo ocurrido semanas atrás se había sumido en una de esas crisis; provocándole tal perturbación emocional, que llegaba a alterar su percepción de la realidad. Situación dada, toda vez que le sucedía alguna tensión nerviosa o la contemplación de una obra de arte de exagerada belleza.
Pero siempre queda la duda y ante ella se echa de rodillas, recostándose al costado de estribor del bote, que le da al pecho, y se inclina afuera. Valiéndose de sus manos en forma de vaso verifica que el agua es salada. Con ella en la boca ve, sentado al frente timón en mano, al guarda de botes con un saco en su regazo, amarrado por los tres extremos, en forma de mochila.
Perteneció a Don Albert, ¿sabes? El Pescador, así se llama, le dice y explica que tras su desaparición el bote había pasado a manos de las autoridades que lo conservaban en buen estado y que él tenía autorización sobre su uso siempre que lo cuidara. Pero, ¿qué cosas hago yo aquí contigo?, le interesa más saber a ella que le pregunta. A lo que él responde con algunas razones y, porque no puedo cargar solo con este secreto.
Nada más pregunta luego de la palabra secreto. Ella, la elegida; no por suerte, no. Nada de eso. Todo se cierne alrededor de la credibilidad de mi palabra que nadie cree, o, que quizás nunca creyeron. En eso piensa. Porque en efecto así lo entendió semanas atrás cuando aquello le ocurrió a ella que en nada se había equivocado en su labor como profesora. Se había esmerado desde que conoció la escuela y sus alumnos. Planificó bien sus clases y el grupo aprendió. Jugó con ellos y observó su desarrollo, que encontró saludable. Llegó a quererlos. Los mimaba y en ocasiones se permitía una caricia en sus cabezas en pos de transmitirles seguridad.
Y así pasó el tiempo hasta que ocurrió que una de las niñas, habida en imaginación, declaró a sus padres que la profesora la había acariciado. Aquí, dijo con ella delante y con testigos, tocándose el pecho que brotaba y aquí, dijo abriendo las piernas. Sus lágrimas y suplicas no fueron suficientes para detener algunos golpes que le sacudieron la cara. Y no paró en prisión por falta de pruebas.
Te creo.
Interrumpe sus recuerdos el guarda de botes que apaga el motor.
¿Qué crees?
De lo que sea que pienses; que debe ser de aquello.
No pienso; temo, le dice, que los animales estuviesen desarrollando capacidades cognoscitivas, a una escala superior, capaces de llegar a... Eso temo.
Pero, ¿sospechas o sabes?
Con este relato el autor (de Viñales, Pinar del Río, Cuba) obtuvo Premio Colateral Efemond en el Concurso Nacional “Benigno Rodríguez” 2024 (Los Arabos, Matanzas, Cuba). (N. del E.).