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Por Lucio Pérez
...Es imposible vivir por muchos años,
sin volver a nacer de vez en cuando.
Dulce Maria Loynaz.
Uno, dos, tres.
El que no esté escondido se quedó.
Ellos han perdido el camino de regreso
No se ocultan a la espera del llamado,
quién se atreve a detener el sol
cuando se quiere poner en orden la mañana.
Uno, dos, tres
y el río se derrama desde el monte
un río que derrama sangre bajo los pies cansados
y cada pisada se convierte en el milagro.
Solo que en este juego
las reglas se han tornado diferentes.
Uno, dos, tres
el que se quede escondido se quedó.
Ahora busco en mis recuerdos y trato de aprender de nuevo,
pero ya envejecí esperando oculto.
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Por Miguel Pérez
Se descorre la cortina
Para este fin de semana
Y el color de la mañana
Estrena luz sabatina.
La alegría no declina
Aclimatarse en el plano
Infinito y soberano,
Y en una perla de sal
La noche es un carnaval
En el vientre del verano.
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Llevo una loba en mi pecho
siempre callada en acecho
sutil ¡lista a devorarte!
es su manera de amarte.
A veces soy pan, tú el vino
yo la hembra en el torbellino
tú mi hombre dulce, viril
un acertijo febril
en el agua del molino.
Nuestras pelvis en aullidos
somos cóncavo y converso
de la moneda el reverso
hasta perder los sentidos
en laberintos movidos.
Relativo y absoluto
la eternidad, un minuto
balbucea la mudez
desciende el cielo a mis pies
con el hartazgo del fruto.
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Por Lucina Bravo
Caminaremos juntos debajo del paraguas
danzando al ritmo de las gotas.
Si acaso alguna
mojarte osara,
te secaría con un beso.
Cantaremos las canciones
de los enamorados,
beberemos el elixir
brotando en nuestros cuerpos;
embriagados de dicha
recorrerán nuestra piel
los aguaceros.
Tú me cubrirás con tu piel
y yo destronaré tu erguido sexo.
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En tiempo Cuba, temperatura Cuba, ánimo Cuba, sueños Cuba, he matado a un hombre y las ratas retozan sobre la mesa. En mi intención asesina hubiera querido matar a tres o cuatro, pero solo fue uno. Hacía calor, el calor Cuba, y hambre, cansancio. Un día Esteban sintió miedo y me dejó. Ese día también maté el amor, cogí el mismo puñal y le abrí tantos huecos como pude. Con ánimo Cuba duermo sola, al menos no estoy presa, en este tiempo Cuba donde todo es normal y su contrario. Quizás Esteban vuelva y en un poema de amor escrito con mi sangre devele mis ganas tamaño país. Es mejor que no vuelva, una mujer Cuba no recoge flojos. En este tiempo/temperatura/ánimo me siento satisfecha, alimentando mis sueños y ratas. Puede que asesine los tres o cuatro más en silencio. No vuelvas, Esteban, no vuelvas.
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Por Olga L. Robaina
Llevaba días vigilando el rosal. En cuanto naciera la primera rosa, se la regalaría. Hacía mucho tiempo vivía en esa casa con jardín; sin embargo, nunca logró una flor así. Esa tarde por fin la vio. El botón parecía indefenso. Era tan pequeño, que prefirió esperar el amanecer. Apenas durmió pensando en lo feliz que ella se pondría con el regalo; así que bien temprano saltó de la cama y corrió en busca de su anhelo.
Pero al llegar allí, no encontró el botón; no ya el botón, sino ni una sola hoja en toda la planta. Parecía que en ella se había instalado el otoño durante la noche.
De pronto, miró fijamente al piso y las vio. Iban en fila india, como si la tierra fuera el mar y ellas, pequeños barcos de vela. Algunas parecía que llevaban sombrillas abiertas. Unas eran más grandes que otras, y se tocaban con las antenas al cruzarse entre sí. Siguió a aquellas bibijaguas con la vista y, mientras avanzaban, una línea dorada se iba marcando en el camino que llevaba al nido: un hueco de boca ancha, de donde salían muchas obreras con granos de tierra, se le apareció enfrente. Poco a poco, aquella hilera iba desapareciendo ante su vista con trozos de pétalos de lo que sería su primera rosa amarilla.
Entonces, sacó el celular y tomó varias fotos. De seguro el día junto a su novia iba a ser inolvidable.
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Por Marcelino Nodal
Ciego de Ávila lo vio
llegar con un diccionario
de rimas en el armario
que nunca le envejeció.
—¿Quién eres? —le preguntó
el Ciego al desconocido.
—Soy Luis Gómez, y he venido
para hurgar con mis raíces
el suelo de los mambises
que me honran el apellido.
El hotel de mis estrellas
le sirvió de alojamiento
a aquel viajero sediento
de versos y de botellas.
Aquí quedaron las huellas
de aquel sinsonte de sal
que a mi nido musical
le enamoró la garganta:
por eso mi Ciego canta
la Tonada Carvajal.
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Por Pablo Guerra
Madre, que lejos estamos del sol
madre, qué ausentes de la luz.
Tengo días de despertar en casa ajena
no sé qué hacer y me quedo tranquilo en el lecho
esperando una voz que me salve de esa incertidumbre
un alma nueva en cada despertar
esperando el aprendizaje de un nuevo día
qué me espera después del lecho
cuánto de asombro hay en las paredes
quién será el cuerpo que a mi lado duerme,
le sucederá lo mismo.
Hay una luz en la distancia,
parpadea, será un signo me pregunto
acaso un satélite o una falacia de la espera.
Bastará con abrir los ojos y echar a andar
sin temor a que nos arrebaten esta vida prestada,
pero no sé por qué nos duele tanto volar
nos duele llegar siempre tarde y cansados.
Madre, traigo el pecho abierto
y me arde esta sombra este destierro
y tengo miedo que ya no sea mi voz la que te llame.
Madre, habrá un camino de regreso al país de la certeza,
un camino hacia la luz.
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Benny Moré (Santa Isabel de las Lajas, Las Villas, 1919-La Habana, 1963) es un fenómeno muy difícil de definir, uno de esos artistas extraordinarios que se distinguen por su autenticidad absoluta. Los estudiosos tienen la ardua tarea de buscar las causas de esa explosiva y desmedida popularidad que envuelve al Benny, como sencillamente se le conoce desde que apareció en el universo musical de Cuba y del mundo. Pero Bwny es simplemente Benny, y pertenece a esa clase de artistas que no muere nunca y que se resiste al paso del tiempo. Su voz es de agua y viento y su personalidad de un material inexplicable, como de caña. ¡Qué suerte tener a alguien así!
Tomado de la plaquette “Santa Isabel de las Lajas”. Ediciones Damují, 2018.
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Por Karel Leyva
En el desfiladero
orlado de amatistas y bemoles
está el sitio donde sirve el soldado
su última faena
en la oquedad
ha brotado un musgo
y en el tranquilo rostro
una blanca textura
se enarbola
“Nada como morir
—ha dicho el oficial de turno—
pata hacer nuestro destino imperecedero”
He prendido la luz
y acostado interrogo las últimas palabras
Mis hijas duermen bien
mi esposa tiene miedo de esos sueños
y pregunta qué pasa
Cambiamos la estación
la noticia es igual
ha muerto
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