Por José A. Buesa

Yo vi la noche ardiendo en su tamaño
y yo crecía hacia la noche pura
en un afán secreto de estatura,
uniendo mi alegría con mi daño.

Y aquella realidad era un engaño,
en su sabor de ensueño y aventura;
y abrí los ojos en la noche oscura,
y yo era yo, naciendo en un extraño.

Y yo era yo, pequeño en mi amargura,
muriendo en sombra bajo el cielo huraño
y cada vez más lejos de la altura.

Y odié mi realidad y amé mi engaño,
y entonces descendió la noche pura,
y sentí en mi estatura su tamaño.

 

 

Por Olga L. Martínez

—¿Llueve por allá? —pregunta él.

—No, no llueve —dice ella mientras espera. Luego continúa: —No llueve, pero... el tiempo es triste. Tan triste como la soledad, como el montón de ropa en una esquina y esa gota que persiste en caer aunque no llueva. Excelente melodía en un caldero. ¡Ay, el ventilador acaba de apagarse! No llueve, pero escucho el trinar de los gorriones y el cacarear de una gallina en el patio del vecino. Detrás de la puerta: los zapatos sin la suela. Un trozo de barro en la maceta rota, se vuelve también tiempo. Ese que no avanza en mi memoria. Una media sin pareja, cuatro gatos duermen en mi cama, y el timbre del teléfono que no para de sonar. No llueve... pero el tiempo es un mensaje que te apura, una hoja seca de la planta que persiste en desnudarse. Una escalera sin el último escalón.

“No llueve ... pero el tiempo es gris... muy gris”.

 

Por Sandra M. Busto

Lleva en su brazo una pulsera de cuero con la imagen de un violín tallada en plata. La observa mientras una suave bruma llega lentamente desde su ventana a lo más profundo de un alma. Esa pulsera es lo único que le queda de las sombras de una historia de amor que se había diluido. Fijó sus ojos color miel en el mar y recordó el día en que un amigo en común le envió el teléfono de alguien a quien no veía desde hacía ya unos cuantos años. Y sí, ¿por qué no llamarlo si se conocían desde la adolescencia? Él había hecho un concierto recientemente y esa era la oportunidad de volverse a conectar. Decidió felicitarlo, aunque apenas creyó que él iba a recordar su nombre. Habían coincidido en aquel tiempo y espacio, antes de que la vida los llevara por caminos diferentes.Todo parecía tan lejano.  Actualmente ambos vivían en mundos totalmente paralelos, como dimensiones superpuestas entre sí, universos muy distintos. Él había conquistado su ciudad y el mundo, ella había decidido encontrar refugio en un precioso lugar, casi olvidado por la civilización.

Por Jonathan Sánchez

El camionero disminuyó la marcha para sintonizar alguna emisora de radio que valiera la pena. No le gustaba conducir y a la vez enfocarse en la petulante rayita plástica que recorría la línea de las frecuencias de la AM y FM. Era ferviente convencido de que el timón se agarra con las dos manos y la vista se mantiene en la carretera mientras dure el viaje. Además, el radio del camión no funcionaba e iba a usar su nuevo radio soviético de baterías recién comprado en Cárdenas; no quería fustigar la ruedita de sintonización con sus gruesos y callosos dedos por prestarle más atención al camino que a ella. Cuando logró dar con una de las últimas canciones de Van Van, tuvo que pisar el freno a fondo y cerrar los ojos por el pánico.
     El camión se detuvo. El conductor sintió un golpe seco. Supuso que el muchacho repentinamente salido al encuentro de la mole rusa de hierro, había sido atropellado.
     —Señor  —escuchó—. Señor, ¿me haría un favor?

Por Sira de la Caridad Sarría Suárez

Un galopar
de nubes grises
lamento de las olas,
beso de un naufragio,
tiritar de pájaros mudos
en medio de la tormenta,
invierno en el alarido
de los árboles.

Frialdad que quiebra
cada fibra, cada intento
es dolor.

Ausencia de un mañana,
seguir amando lo que no existe.


Un amor antiguo

Mi amor
perdido entre relojes

Por Daykel A. Aguilera

Yo soy lo contrario del “yo soy”.
No dejo huellas en la tierra no tengo
huellas digitales ni nombre ni tamaño
ni color de ojos
no hay voz en mi garganta no hay
olor en mis heces ni piedras en mi uretra
ni dolores ni nada.
Un espacio que no llena espacios.
Yo escribo sobre témpanos
de hielo existo en un papel sin importancia
yo amo sobre un trozo
de cristal que se me rompe me atraviesa
me corta y no me corta
hago señales

Por Indyra L. Pérez

     Un hastío invade el hueco que va del alba al poniente
     un bostezo color mundo y carne
     color espíritu avergonzado de irrealizables cosas
     lucha entre la piel y el sentimiento de una
     dignidad debida y no otorgada
.

              Vicente Huidobro

     Es duro y seco el suelo aquí
     como regado con derrotas

              Juan Gelman


En defensa propia

Olvidaré mis odios, la ceniza
que disimula el tiempo en los cristales,

Por Eliseo F. Abreu Hernández

I

Una parte de mi, tiene la rabia del que firma su acta de destierro, la otra, transcribe capitulaciones, falsas noticias y asesinatos selectivos en los juzgados. Desayuno una pizza ante el espejo más lejano de la casa, mi sosia se limpia la boca, platica con fantasmas calientes de hachís y coca cola. El moho y los recuerdos sobrepasan al hombre. Los ángeles no llegan a tiempo y el semejante se desangra en la avenida.  Alto costo al que vegetamos en esta jaula de cemento. Plástico y acero vs carne y hueso. Entramado en el que la prensa matutina propone rostros para el neón y el maquillaje, para las salas de urgencias, mesas del forense, alcantarillas donde navegan los nonatos y enfermeras listas para la eutanasia. Recurro al llanto de los niños, a cristales falseados por los asesinos. La ciudad se desdobla en un esfuerzo atroz de permanencia, fría y engañosa como la muerte. Una parte de mí firma su acta de destierro convencido de que mi sosia planea travestirse frente a la imagen de mis hijos más pequeños. Mi otra parte escapa por los techos, donde a pesar del ruego de sus ángeles y los altos campanarios no han vuelto las cigüeñas.

Por Georgina Herrera

Pobrecitos que éramos en casa.
Tanto
que nunca hubo para retratos;
los rostros y sucesos familiares
se perpetuaron en conversaciones.

“Familia… Hogar”
Madre y padre, vivos los dos,
tan viejecitos, pero
raíz al fin.
Mi esposo y yo, el tronco fuerte
del árbol del amor;
los hijos y los nietos
floreciendo, multiplicados.
En fin, la dicha verdadera,

Por María A. Santovenia

El vestido de flecos se balancea al compás de su cuerpo, al compás de la música grabada. Kiara baila con energía, como si el suelo estuviera cubierto de fuego y sus pasos marcaran la evasión de las llamas. El dorado de sus ropas brilla con las luces de la terraza del crucero, sin embargo, cuando ella lo mira y mira sus joyas, resplandecientes también, no culpa a las luces artificiales, sino a las estrellas. Siente el sudor correr por su espalda, por su frente, pero el desenfreno del baile es más importante. No, es esencial.
     Adán agita el líquido color ámbar antes de llevar la copa a sus labios. Permanece recostado a la baranda, con el mar detrás. Hay personas a su alrededor, pero es lógico, natural.