Por Anisley Fernández

Cae la sangre.
Una gaviota asume mi fragilidad,
caja de talco en el azul.
Soñé una playa como esta
donde te escribía.
Reconozco el olor de las almas recias,
su adiós.
La arena filtra un vahído
de recuerdos,
muelles...
Descienden mis piernas
a consagrar el agua,
lo que ya no debe ser suscitado
en honor al dolor.

No sé de rosas.
Soy una espina que se desvirga en soledad.


15/9/22


Cristales de ausencias

Mis ojos llueven cristales de una materia
que nadie podría clarificar.
Puñales por el iris
son estos pares de ausencias:
Cuatro estaciones congregadas
ante la vulnerabilidad.
La vida me ordena junto a ti.
A cántaros mis dedos en tus sienes
desdoblan la postura del absurdo
-ficha ataviada en el espacio
donde cavilan cortinas anaranjadas-
y la perpetua luz, como lo único,
como el último padecimiento.
A cántaros las paredes,
el olor a cigarro y olvido
mi vestidito de holganza negra.
La noche/lluvia,
Dulce cantándome en tus rodillas.
Vacíos mis ojos, vivo en ti
porque agradezco el dolor y la ira.
Vacías, no pueden ofrecer mis manos
un escenario diferente.
Detrás del telón baja un hotel
acurrucándose en el pecho de la lunática,
la hija legítima del innombrable.
Se abre el telón y las almas son el fundamento.
"Todo empezó con Rimbaud,"
Sylvia Plath, Gottfried Benn, Anne Sexton...
Yo no desisto del pájaro.
Tú, mi Cristo.
Tú, mi roca.
Tú, mi alondra secreta.
Te huelo desde las siete maneras de decir manzana,
yo, mujer estéril y enferma.