Yo estoy triste y tú estás muerta...
J. C.Zenea
Por Daína Chaviano
Amor mío:
No hay un solo minuto de esa luz que termine
cada paso que comenzaste.
No eres tú la piel que los amigos dijeron:
carcomida carne a punto de morir
Mi voz toca a rebato
el canto del viento entre las tumbas.
Por eso no quiero hablarte del sol o de la vida.
Esta noche lleva el sello de un tálamo sangriento.
Sobre mi cuerpo traigo tu corona de muerte
y aquella luz...
Recuerdo muy bien tu voz,
la sombra de las pecas en tu espalda
y una lista fugaz de perversiones
fraguadas junto al oído.
Oro de dioses tus ojos
cuando llameabas entre mis piernas
murmurando el holocausto final.
Todo aquello que amaste se ha perdido:
esa antigua lujuria que solías devorar
con la misma elegancia de tus versos.
Todavía busco en los textos aquel sueño del profeta:
mil años atrás te perdí,
mil años después te veré.
Amor mío:
dondequiera que estés:
Cobija el recuerdo de cada pacto mordido
en la oscuridad del tiempo.
Conserva tu memoria hasta la próxima vida;
quizás en otro cuerpo volvamos a encontrarnos...
Siento el paso de mi boca sobre tu nombre inmenso.
No te engañes. Yo no existo.
Tú te has ido y yo me he muerto.
En: la Antología Catedral Sumergida. Editorial Letras Cubanas. La Habana. Cuba. Pág. 250.