Por Carlos Galindo

No te amo sólo por el rosal que crece en tu jardín
ni por los pájaros que aletean en la tarde
de tus ojos
Te amo por la luz que esparces sobre el mundo
Por tu sabia inocencia
Por tu cuerpo que inunda de frescura
la desolada rustiquez del mundo
Te amo cuando espantas de pájaros la noche
o cuando vas por la casa repartiendo ternuras
a cada cual un poco de tu alma
tan andariega y tenaz como los mástiles
que desafían
los vientos de la aurora

               …y bebí en copa salobre
                 la cicuta de mi infancia.

                                 Luis Gómez

Por Yannit Pozo

En un abrazo del río
sus ojos mi pueblo asoma,
sus ojos de triste loma
en un invierno tardío.
De sus pupilas, vacío
ansioso bebió mi verso.
Mas su mar, de un sur adverso,
se parece a la memoria
de aquella, la otrora Gloria,
de mi gota de universo.

De: Bajo el ala de un sinsonte (La Pereza Ediciones, Miami, Fla, 2017).

Por Amador Hernández

El profesor de Literatura Fernández del Monte jamás se había leído la célebre novela de Cervantes. No lo hizo cuando era estudiante del Instituto Superior Pedagógico mucho menos le dedicó ningún tiempo en los cursos de posgrado ni en los más de cuarenta años que ha ejercido como docente. “Es muy larga y tediosa, no estoy para caerle detrás a ese esperpento más loco que una cabra”, se justificaba siempre ante sus condiscípulos, me basta con lo que de ella se dice en los prólogos de sus ediciones; que se vayan al infierno mismo el gordo papanatas con su burro incluido y el viejo ese que está para camisa de fuerzas. Al cipote Cervantes con su novela ladrillo.

Por Jessica de la C. Díaz

Le añoraba tanto. Estaba con la mirada perdida en el horizonte cuando le encontré. Amaba ver los atardeceres en el mar. Tomé su mano y me quedé a su lado, observando el hermoso espectáculo: aquellos colores traerían la noche.

Llegó pronto el momento al que temía. Se acercó la oscuridad de su ausencia. Le abracé y entonces… ¿Cómo pudo suceder de esa manera? Se esfumó entre mis brazos y amaneció.

Por Virgilio López Lemus

Te vas quedando solo.
Apoyaste todo tu amor en los ancianos
que te sonríen y luego se marchan.
Escribiste páginas borrables
y poemas de corta duración, como tu vida.
Ni los libros leídos ni los más amados
estarán contigo allá, que es dónde.
Abiertamente solo, vas pensando, en la noche,
cómo engañar a la soledad
con un monólogo,
con un aplauso.

Por Olga L. Martínez

Se desangra mi noche. Gotea con paso intermitente. Entre el calor de la cocina y el quedarse quieto como un farol del parque, los silencios se vuelven cada vez más víboras.

Leo los estados, y me llevan a pensar que no hay dedos para escribir verdades. El carretón del vecino hoy no cargó el pan, estaba negro y el carretillero, el de siempre, el de las cosas "buenas y baratas" no pasó con las viandas por el frente de la casa, hoy por segunda vez. Está aislado, dicen. Aunque alguien lo vio por la otra esquina.

Por Juddy Martín

Hace siglos llevo ante la rosa la garganta de un pez,
este amasijo de papeles y un cántaro de humo.

Con un charco en las manos,
hace siglos que mojo estos peces minúsculos
al borde del silencio.

He jugado a volver como si no volviera,
como si la mujer sentada ante la roca
no fuera esta que gira
de septiembre en septiembre.
He guardado la cruz y la otra brisa
para que vuelen con mi pez
tejido hasta los huesos.

Por Cintio Vitier

Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia:
la soberbia del maniqueo.
Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de hiel
de no ser puro como un ángel.

¿De qué vale sutilizar los argumentos?
—Sí, has colaborado con todo lo que odias,
con la múltiple, infinita cara del mal.
¿En mínima medida? ¿Solo por sumisión? ¿Solo por ganar el pan?
Nada puede consolarte.
—Nada: porque mientras menos o más irrechazable haya sido tu complicidad,
más esencial es tu miseria,

Por Jessica de la C. Díaz

La luz débil de la habitación creaba un ambiente enigmático. Sus ojos se entreabrían ante la oportunidad de realizar su deseo. Sus expresiones faciales hacían relucir sus ansias de algo con adrenalina.

Se toparon sus ojos y ambos comprendieron sus miradas. Los deseos sacaban chispas con el roce de sus cuerpos, y la lujuria cada vez se hacía más intensa.

Por Jorge L. Lanza

No son pocos los críticos que han definido el cine como una forma de poesía, cuyas imágenes develan los más insospechados significados que emanan del espíritu creativo de los cineastas, empeñados en retratar sus realidades y representar las complejidades de la existencia humana, a través de metáforas fílmicas que indagan en los conflictos más agudos del ser humano.

Para el cineasta francés Abel Gance,  “no son las imágenes las que hacen un filme, sino el alma de las imágenes”. Esta frase sacada así de su contexto aparentemente no tenga mucha relación con el presente texto; pero, sin lugar a dudas, reafirma la condición poética del cine no solo por la magia de sus imágenes, de los recursos del cine como lenguaje, sino por su naturaleza poética.