Por Lidia C. Hernández

Ellas llegan como palomas. Es difícil imaginar alguien tan feliz a esta hora de la madrugada. Aletean a pasos cortos. Puedo sentir las endorfinas en el aire, el amor quizás. Imagino que durmieron juntas. La del pelo corto con la cabeza apoyada en el pecho de la otra, la que siempre ríe, la que definitivamente marca el paso. Traen en sus cuerpos el sabor, el olor del pasto húmedo, recién cortado, estoy segura de que beben una de la otra…, polillas encandiladas de su propia luz, cuellos frágiles, frágiles y sonoros, lirios quizás…, no necesito las emanaciones del sílice para ver el cáñamo balanceándose sobre sus cabezas, cáñamo púrpura. El tiempo es otro, las gentes…

Por Nelson Machín

El amor tiene de cruel
que cuando no es perro fiel nos mata.
Si por la vida de gato indiferente
acorrala a las almas y las desgarra. 
Sufre además por ser
un corazón puntual
cuando se atrasa. 
Con olvido,
condenamos al amor
por perro infiel,
si muerde lejos,
cuando aparentemente
estamos tan cerca de su boca.

Por Jorge Luis Lanza

La representación de las problemáticas de la niñez en el cine cubano de ficción contemporáneo se remonta a una cinta devenida clásico en nuestra cinematografía: De cierta manera (1974), de la desaparecida Sara Gómez. Aunque las problemáticas de la niñez son abordadas en dicha cinta tangencialmente, la mirada de la realizadora sobre los niños provenientes de familias disfuncionales y la marginalidad constituye un referente insoslayable en un contexto donde resultaba inusual ese tipo de filmes.

Por Dania M. Valle

Otra senda

Se abre una puerta en el muro, me recibe un laberinto cuando mi huella un distinto paisaje quiere, el conjuro contra el sorbo de cianuro y ese instante que provoca un signo que me coloca el frío y la soledad. Hoy yo busco la heredad que un nuevo pacto convoca.

Voy alejando la muerte, mi raíz de la ceniza y toda historia hecha triza dentro de la sombra inerte. Yo me evado de la suerte hecha de sal y de bruma —de esas caras de yagruma que el oráculo me instala— pido el tiempo que acorrala esa angustia que me abruma.

Por Lidia Hernández

Los huesos llevaban días diciéndole a Paco que la lluvia estaba por desbordar la montaña, pero,  para estar seguro, esperó por el tintineo completito del esqueleto.

Bajar al caserío por la hija y el nieto demandaba premura. La inesperada muerte del yerno los había dejado solos entre los pescadores, pero enamorados del mar, aplazaban una y otra vez el regreso a la sierra.

Cuando Paco dio cobijo a los animales, hundió las herraduras en el fangal. Entonces todo fue bajar y resbalar, alumbrado por las centellas. No sé quién tuvo más coraje, si él o su yegua. ¡Bendita percherona! Solo puedo decirle que cuando amainó, la hija y el nieto estaban en la loma.

En menos de una semana, la hija floreció, su tonada se escuchaba antes de arribar a las talanqueras, pero al pequeño Guancho le costó lo suyo.

Por Jessica de la C. Cruz

Como la princesa de Rubén Darío
Llevo años sentada en un trono de oro;
Esperando a esa hada que aún no ha aparecido,
Esperando a ese príncipe que ya no ha de existir.
¿Y si un día ya vino y pudo haberse ido?
¿Y si no lo merezco?
¿Y si no hay para mí?
Como el infinito y lo eterno me demuestra el tiempo
Que la paciencia se escapa y se pierde en el cielo,
Entre aquellas nubes que no podré subir.
Y aunque la agonía me mate,
Me siento y espero
A ese príncipe azul que no va a venir.
Y las horas vuelan
Porque espero un sueño que no voy a cumplir.
Y la vida no cambia mientras espero;
Y me sorprendo pensando que espero por ti.

Por Miguel Á. González

                …que se van diciendo adiós.

                            Luis Gómez

Que se van diciendo adiós
Como emigrantes palomas,
Son los líricos idiomas
Que mueven garganta y voz.
Letras que viajan en pos
De un cúmulo de emociones
Y llegan a los salones
Marginados del oído,
Hasta descubrirle un nido
De imaginarias razones.

                 …que se van diciendo adiós…

                                 Luis Gómez

Por Joel Garnier

Que se van diciendo adiós
las aves en tu mirada
y escondes bajo la almohada
el misterio de mi voz.
Que surcas un campo atroz
cargando con mis mochilas,
que desnuda me vigilas
las manos, el pensamiento,
que secuestras lo que siento
y la noche en tus pupilas.

Eso dice un buen amigo,
de ti, mariposa ausente,
novia que sobre el relente
firma y encuentra un testigo.
Voy a dibujar tu ombligo
con una espiga de arroz,
y aunque ya no somos dos
somos más que esas manadas
de estrellas enamoradas
que se van diciendo adiós.

Por Onelio Jorge Cardoso

Una vez hubo un hombre por Mantua o por Sibanicú, que le nombraban JuanCandela y que era de pico fino para contar cosas. Fue antes de la restricción de la zafra, que se juntaban por esos campos gente de Vueltarriba con gente de Vueltabajo. Yo recuerdo bien a Candela. Era alto, saliente en las cejas espesas, aplanado y largo hacia arriba hasta darse con el pelo oscuro. Tenía los ojos negros y movidos, la boca fácil y la cabeza llena de ríos, de montañas y de hombres.

Por entonces nos juntábamos en el barracón y se ponía un farol en medio de todos. Allí venían: Soriano, Miguel, Marcelino y otros que no me acuerdo. Luego, en cuanto Juan empezaba a hablar, uno se ponía bobo escuchándolo. No había pájaro en el monte ni sonido en la guitarra que Juan no se sacara del pecho.

Por Georgina Herrera

Figura solitaria transitando
un camino inacabable.
Sobre los hombros lleva
su mundo:
trinos,
sueños,
cocuyos
y tristezas.