Alguna vez, todos hemos quedado
a la orilla de un paisaje roto
por donde se escapa el aliento.

       Nelson Simón

Por Olga L. Robaina


No sé de tus utopías,
ni de sutiles promesas,
ni del amor que confiesas
en el curso de los días.
No sé si las profecías
que vaticinan las cartas
son ciertas.
Cuando te apartas
y dejas sobre mi arena
las huellas, parece ajena
la soledad;
si me ensartas en tu aguja,
seré el hilo de Ariadna,
seré el escape.

Por Yadira Troche


Con mudeces sobrevivo:
soliloquio aletargado.
De este verbo amordazado
me nace el solo motivo
de crecer. ¿Cuán fugitivo
vuelve mi olor a las voces
reprimidas? ¿Cuáles goces
olvidé como si nada?
Muda, silente, vedada...
bajo tus manos atroces.

Por Raiza Olivera 


¡Ay, la margarita!
No teman la amenaza, el deshoje.
Yo desvarío.
Dudo.
No es fortuito cada pétalo
O la decisión errante.
Es el amor
Un punto de partida,
Ya pasaron los años del deshoje,
Ya cambió la estación.
Y yo, para conservar los pétalos
miro, pienso en cada música
cada sonrisa
cada voz.
Jamás arrancaría el pétalo.
Mis sentimientos yacerían junto a él
Y ya no son otros ojos
Que los de los amigos muertos
Que andan por las luces,

Por Juan Andréu Monteagudo


Cierto día un hombre caminaba por el bosque y encontró un polluelo de águila. Al verlo desprotegido decidió llevárselo a su casa y lo puso en un gallinero. Estando allí, el polluelo aprendió a comer la misma comida que las gallinas y a conducirse como ellas. Un día, un hombre experto en zoología pasó por allí y le preguntó al propietario del gallinero, que por qué tenía un águila encerrada en el corral.
—Como le he dado la misma comida y siempre ha estado entre las gallinas, nunca ha aprendido a volar —respondió el propietario—. Se comporta como ellas, así que ya no es un águila, sino una gallina más.
Sin embargo, insistió el zoólogo:
—Es un águila y tiene instinto de volar, y con toda seguridad, se le puede enseñar a hacerlo. El zoólogo tomó en sus brazos suavemente al águila, y le dijo:
—Tú perteneces al cielo, no a la tierra, no eres gallina. Abre tus alas y vuela.
El águila, sin embargo, estaba confundida y al ver que las gallinas comían, saltó y se reunió con ellas nuevamente. Al día siguiente el zoólogo llevó el águila al tejado de la casa y la animó, diciéndole de nuevo:

Por Ana Teresa Guillemí


Yo descubrí unos enterramientos en el Castillo; una era la Dama Azul, pero otra muerta, mucho más reciente, estaba vestida de verde, a lo mejor era una miliciana. Urra sabe de qué estoy hablando. (Se refiere a Urra Maqueira, escritor y crítico de arte).
     La leyenda de la Dama Azul, que aparece en el Castillo y se pasea por las almenas antes del amanecer, con su velo y un pájaro blanco, es muy linda y la Dama seguramente que era también.

Por Raiza K. Olivera

El Gong!
El crujir de hielo.
Otras razones cual avalancha
que salgan de la caverna
arrastrándose, golpeándose,
por ojos, venas y dedos de los pies,
a embestir al mamut hasta la muerte,
a devolver la bestia a las paredes,
al relieve anunciante del ciclo.

¿Cuándo comienza el nuevo tiempo,
cuál es la señal,
dónde,
quién,
qué signo le identifica?
¿Qué pintó el hombre?
¿A sí mismo lanzado contra el mamut?

Por Raúl Jiménez


Este taller cienfueguero
de la cultura cubana,
a la Patria la engalana
con esfuerzo verdadero.
Quien viene aquí es con esmero,
firmemente decidido,
y por lo que yo he vivido,
las obras continuarán,
porque jamás pasarán
a los tiempos del olvido.

Por Isnoel Yanes


Esperar es oficio, una suerte de vapor
que nos hace enmudecer, ser un silencio
      que presume.
Esperar descalza la mente
y deja su tiempo en una terraza
donde dormitan las horas, como ríos que rehúsan
extender su cauce a los océanos.
La espera tiene una tradición propia
y algún día, seguramente,
podré arremeter contra su pereza.

Por Olga L. Martínez

El ángel sigue solo. Acurrucado entre los árboles, en el bosque casi azul, casi mustio. Inmóvil. De espaldas. Sus alas, presas. El cielo, lejos. Y no hay ramas que se estiren para salvarlo. Los gigantes siguen rodeando su pequeño cuerpo desnudo. Duele la mirada. El miedo no consigue ver el susto. No sabe distinguir entre un bosque azul y uno auténtico, donde pueda posarse un pajarillo.

                   V


Por Carilda Oliver Labra


Es necesario a veces quedarse en una esquina
mirando con desdén a la gente que pasa.
Es necesario a veces salir de nuestra casa
y averiguar por dónde el cielo se termina.

Y resulta prudente beber la medicina
y sujetar un jarro por el medio del asa
y componer el viejo reloj que se retrasa
o alimentar un gato que vive en la oficina.

Y es agradable oír cómo se quema un leño,
contar una mentira o acostarse con sueño.
Es necesario casi maldecir algún nombre

y repetir el eco de esta palabra: adiós.
Es necesario todo…, hasta creer en Dios,
para así parecernos terriblemente a un hombre.