Por Cintio Vitier

Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia:
la soberbia del maniqueo.
Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de hiel
de no ser puro como un ángel.

¿De qué vale sutilizar los argumentos?
—Sí, has colaborado con todo lo que odias,
con la múltiple, infinita cara del mal.
¿En mínima medida? ¿Solo por sumisión? ¿Solo por ganar el pan?
Nada puede consolarte.
—Nada: porque mientras menos o más irrechazable haya sido tu complicidad,
más esencial es tu miseria,

Por Jorge L. Lanza

He tenido el extraordinario privilegio de participar en la premier del documental Cubanos en Harvard, dirigido por el periodista de la televisión cubana Dany González Lucena, producido por el Programa de Estudios sobre Cuba del Centro David Rockefeller para Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Harvard,

Por Roberto Santamaría-Betancourt

Se ha extendido una manía
entre parlantes ladinos
de acuñarle el femenino
a quien nunca lo tendría,
si no tiene “dío”  el día,
y el trigo no tiene “triga”,
ni existen las “gobernantas”,
tampoco las “estudiantes”,
ni “hormigo” entre las hormigas.

Aunque lo intenten, comprar
con millones y “millonas”
un trono no tiene “trona”

Por Amador Hernández

El profesor de Literatura Fernández del Monte jamás se había leído la célebre novela de Cervantes. No lo hizo cuando era estudiante del Instituto Superior Pedagógico mucho menos le dedicó ningún tiempo en los cursos de posgrado ni en los más de cuarenta años que ha ejercido como docente. “Es muy larga y tediosa, no estoy para caerle detrás a ese esperpento más loco que una cabra”, se justificaba siempre ante sus condiscípulos, me basta con lo que de ella se dice en los prólogos de sus ediciones; que se vayan al infierno mismo el gordo papanatas con su burro incluido y el viejo ese que está para camisa de fuerzas. Al cipote Cervantes con su novela ladrillo.

Por Jessica de la C. Díaz

Escuchaba esas historias que ya se sabía de memoria: sus ojos se perdían en los puntos de su ropa y era lejana la voz de quien le hablaba.

           Pensaba en él; y por mucho que llorara se sentía bien: hacía un viaje en sus recuerdos y de repente escuchaba risas y se veía como aquella niña ingenua que no había comenzado a vivir. Añoraba aquellos momentos…, pero veía esa mano extendida y solo podía pensar en tomarla y dejarse llevar, olvidando todo lo que quedaba atrás, sin importar nada. Aquella mano la ayudaría a llegar a la cima.

        El aire hizo danzar su cabello, y la picardía de sus ojos otra vez se convirtió en nostalgia.

         Preciso tiempo, necesito ese tiempo
                    que otros dejan abandonado
                porque les sobra o ya no saben
                                      qué hacer con él…

                            Mario Benedetti

Por Olga L. Robaina

El tiempo me roba tu tiempo.
Mataría al tiempo con mi espada.
Lo ahogaría.
Lo rompería en mil pedazos.
Quiero encontrar su guarida.
Camino y te busco en un tiempo paralelo. Quisiera poder volar y tener alas que me lleven hasta ti para besarte y para que no pienses más en que te olvido.

Por Olga L. Martínez

Se desangra mi noche. Gotea con paso intermitente. Entre el calor de la cocina y el quedarse quieto como un farol del parque, los silencios se vuelven cada vez más víboras.

Leo los estados, y me llevan a pensar que no hay dedos para escribir verdades. El carretón del vecino hoy no cargó el pan, estaba negro y el carretillero, el de siempre, el de las cosas "buenas y baratas" no pasó con las viandas por el frente de la casa, hoy por segunda vez. Está aislado, dicen. Aunque alguien lo vio por la otra esquina.

Por Ivett Orozco

Me queda mi imagen,
la transparencia en el espejo,
un aliento feroz quejándose
                  en las profundidades.
Ella pega su sexo al mío indicando
                  a dónde ir si me desangro.
Soy un gemido,
                  ella es el eco.
Siento que estallo.
Recuerdo y nada existe.
Ambas buscamos palabras,
una posibilidad para estar más cerca.
Muerdo el lado oculto

Por Nelson Machín

El majá siempre quiso matar cocuyos porque no soportaba su luz propia ni su vuelo tan alto. Lleno de odio veía sus luces volando en las noches. En un amanecer, decidió camuflase aprovechando su indeterminado color en el tronco del arbusto que da unas flores con aspecto de campanas. A una flor entró una mariposa que de repente se vio acorralada frente a la lengua viperina del reptil.

—¿Por qué me vas a comer? —preguntó la mariposa desde el fondo de la campana.

—No te voy a comer. Solo te voy a quitar las alas porque mientras hay luz del sol, vuelas de flor en flor y me fascinan tus colores.

Por Jessica de la C. Díaz

La luz débil de la habitación creaba un ambiente enigmático. Sus ojos se entreabrían ante la oportunidad de realizar su deseo. Sus expresiones faciales hacían relucir sus ansias de algo con adrenalina.

Se toparon sus ojos y ambos comprendieron sus miradas. Los deseos sacaban chispas con el roce de sus cuerpos, y la lujuria cada vez se hacía más intensa.