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Por Ángel Castiñeira
Cada libro puede leerse de infinitas maneras, como bien dijo alguien a quien ya aburre mencionar. Y si cada libro puede, ¿por qué tiene que ser la excepción Ariza (2014), del escritor cienfueguero Alexis García Somodevilla?
No lo es, de hecho: Ariza puede leerse como un libro de cuentos, un puñado de cuentos que conforman una novela, poemas que parecen cuentos o cuentos que parecen poemas… Da lo mismo porque al final hay casos donde la clasificación —lejos de facilitar— termina por entorpecer el análisis o el disfrute de la obra. Y este es, sin duda, uno de ellos.
¿De qué trata Ariza? Bueno, para los cienfuegueros es obvio, aunque no lo sea tanto para el resto de la humanidad: de la Prisión Provincial, que se ubica en el poblado homónimo del municipio Rodas. Es una historia sobre una cárcel que no se parece en nada a la cárcel europea de las novelas románticas o realistas de los siglos XIX y XX, ni a las cárceles hollywoodenses que tanto vemos en películas o en series de Netflix.
Somodevilla tiene el acierto de pintar la cárcel tal cual es, aunque eso pueda provocar —y provoque— desilusiones en quienes busquen en el libro escenas explícitas de motines y mafias y jabones que ruedan maliciosamente y túneles con cucharitas y francotiradores. O busquen, por otro lado, una trama a la manera de El sepulcro de los vivos, de Dostoievski, o de Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro.
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Por Isabel N. Ricardo
Me palpita el alma si te pienso
y tus recuerdos se convierten en sueños
para volverse nítidos en el presente.
Acércate a mi vida,
destruye
todas las entradas secretas,
abre mis ríos,
yérguete dentro de mí,
renacerás conmigo
y moriremos juntos.
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Por Carlos Galindo
No te amo sólo por el rosal que crece en tu jardín
ni por los pájaros que aletean en la tarde
de tus ojos
Te amo por la luz que esparces sobre el mundo
Por tu sabia inocencia
Por tu cuerpo que inunda de frescura
la desolada rustiquez del mundo
Te amo cuando espantas de pájaros la noche
o cuando vas por la casa repartiendo ternuras
a cada cual un poco de tu alma
tan andariega y tenaz como los mástiles
que desafían
los vientos de la aurora
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Por Alexis García
En muy poco tiempo la Editorial Mecenas pondrá a la venta Guamuhaya verde, libro del autor cumanayagüense Orlando Víctor Pérez Cabrera. Resultado de un prolongado estudio de la narrativa oral del contexto montañés escambradeño, reúne un grupo de historias en las que palpita una idiosincrasia todavía cercana a nosotros. Una variada gama de formas que van desde el fino humor criollo y el sustrato filosófico, hasta el insondable misterio de la magia.
Investigaciones de este tipo tuvieron en Samuel Feijóo, por ejemplo, a un notable exponente. Recordemos Cuentos populares cubanos de humor (1981), o Mitología cubana (1986). Onelio Jorge Cardoso fue otro autor cubano que no solo incorporó a su cuentística historias rurales, sino que lo hizo muchas veces utilizando el propio registro de estos campesinos, aunque tamizados por una maestría literaria que les daba un completo sentido.
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Por Arturo Sosa
“La chicharra es una hoja seca que canta”
Luis Barrios Cruz
Primeros días de mayo
Esqueleto de hoja seca
como seco el verde de sus ojos
alas de cristal quebradizo
y alambres que abrazan ramas
Diapasón ronco y sedante
canto eléctrico que invoca,
a falta de lluvia,
el fugaz rocío del alba
Lamento que reclama el sudor del cielo
y arrulla el sopor de la tarde
En el jardín de la escuela
hay concierto cacofónico
trémulo y algarabía
La maestra alza la voz
y aquel niño, por el cristal,
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Le añoraba tanto. Estaba con la mirada perdida en el horizonte cuando le encontré. Amaba ver los atardeceres en el mar. Tomé su mano y me quedé a su lado, observando el hermoso espectáculo: aquellos colores traerían la noche.
Llegó pronto el momento al que temía. Se acercó la oscuridad de su ausencia. Le abracé y entonces… ¿Cómo pudo suceder de esa manera? Se esfumó entre mis brazos y amaneció.
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No tengo la destreza de un carpintero
ni valor para atravesar los océanos
o el esplendor de los cielos que adornan
el mundo.
Falta en mí el talento de los sabios
que mañana descubrirán un secreto.
Tampoco se me premió con el don
de la sanidad,
ni pude conocer el noble lenguaje
de los mapas
con que un cartógrafo dibuja las tierrasmás lejanas.
Perdóname, hija,
pues todo cuanto puedo es ordenar estas
palabras
que ojalá te sean útiles.
De Dibujo de Salma (Editorial Capiro, 2006).
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Por Amador Hernández
Tres años después de que el Dr. Alfredo Zayas y Alfonso asumiera la silla presidencial de la República de Cuba, la niña Esther Ramos Feitó pudo presenciar el primer entierro en su vida. Lo que nunca hubiera imaginado la infanta era que escenas fúnebres como aquella iba a tener que presenciar por más de 97 años, y que sobreviviría a 26 presidentes en la isla.
La carroza fúnebre venía despacio, halada por dos caballejos que chorreaban sudor del mismo viso de las olas sucias de la bolsa de mar, que rodea el asentamiento de Piñón cuando el tiempo desmejoraba. El cadáver, según lo había escuchado de su papá, pertenecía a un veterano, que había luchado junto a las fuerzas insurrectas del hermano del presidente de la república. Sobre la carroza una corona de laurel y olivo enviada especialmente a nombre del propio gobernante. Detrás, a paso lento, una larga muchedumbre vestida de oscuro. Fuerzas del ejército escoltaban el coche funerario.
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Por Juddy Martín
Hace siglos llevo ante la rosa la garganta de un pez,
este amasijo de papeles y un cántaro de humo.
Con un charco en las manos,
hace siglos que mojo estos peces minúsculos
al borde del silencio.
He jugado a volver como si no volviera,
como si la mujer sentada ante la roca
no fuera esta que gira
de septiembre en septiembre.
He guardado la cruz y la otra brisa
para que vuelen con mi pez
tejido hasta los huesos.
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Busqué refugio en sus palabras y lo encontré entre sus brazos. Quise que caminásemos juntos por la iluminada zona de la amistad y me arrastró sin explicármelo a las ilusorias oscuridades del amor.
Me atrapó en su mundo, me obligó a conocerle mejor que a mí misma, me enredó de tal manera que nunca dejara de confiar en él; consiguió que aún cierre los ojos, tome su mano y le siga sin hacer preguntas.
Muero si entristece, revivo si sonríe.
Le sueño: amigo, amante fugaz. Le extraño.
Le llamé voraz y me criticó de “infiel a mis sentimientos”; sin que yo entendiera el significado de aquella expresión.
Dejó un desastre, un reguero de mí: un rompecabezas desarmado y sin mapa de reconstrucción. Volvió al revés mi mundo. Puso estrellas negras en mi cielo azul. Clavó espinas en mi corazón. Me rompió, quebró mi alma, me rasgó la piel. Me hirió de muerte y luego se marchó.
Mi sangre corrió sin destino tras sus huellas, queriendo, sin jamás alcanzarlo, declararle culpable.
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