Por Olga L. Martínez
Él no supo de la risa,
ni del llanto, ni del beso.
Él no supo del travieso
saltimbanqui. ¿Fue la prisa?
¿O acaso cortó su brisa
con las tijeras del miedo?
Él no supo. Quizás puedo
entregarle mi alboroto.
Pero… el ruido es frío y roto:
con suspiros y sin credo.