Por Olga L. Martínez
El ángel sigue solo. Acurrucado entre los árboles, en el bosque casi azul, casi mustio. Inmóvil. De espaldas. Sus alas, presas. El cielo, lejos. Y no hay ramas que se estiren para salvarlo. Los gigantes siguen rodeando su pequeño cuerpo desnudo. Duele la mirada. El miedo no consigue ver el susto. No sabe distinguir entre un bosque azul y uno auténtico, donde pueda posarse un pajarillo.