Por Eduardo Daniel González

            

           A Gabriela Bosh Isasi,
                             eternamente.

Desde una esquina del viernes
la maestra y el niño se han mirado,
¡con qué irremediable costumbre!:
como la pizarra y el pupitre,
como las horas y las memorias,
                   como el tiempo.

                                Y saltan
las palabras, en fin, saltan
desde el inconfundible orgullo de la tiza
a la blanca caricia minuciosa que desdibuja
el rumbo fugaz, prudente,
de la penumbra que me anuda los ojos;
que descansa y me habla luego,
como si esas manos desnudas sobre mi sien
fuesen las poderosas sonrisas del idioma
o el pañuelo hondo que me abraza
y no encuentro.


Desde esta esquina del viernes
mi soledad roza los prodigios —¡oh isla mía!—
y aguarda —¡oh rostro de las tardes! —;
secretamente, aguarda
por aquel beso fugaz sobre la sien, aquella mano escueta
que arrulla y repasa mis semanas
en el umbral más hiriente del recuerdo.

De mi poemario Polifonía del polvo