Grababa en los bosques a punta de cuchillo
la nomenclatura de mi nombre:
palabras perversas de mujeres efímeras.
Los árboles fueron diarios
en cronología de apuntes.
A veces olvidaba los signos escritos
que me susurraban las voces del aire.
¿Quién puede vivir sin los bosques?
Los árboles nunca me dieron el frente;
por eso el acero marcaba su espalda.
Mis amigos sicólogos visitaban los árboles
y hacían estudios de las mentes humanas.
Escribí mis poemas en sus verdes cortezas,
fui un escritor de epigramas con aplausos de hojas.
Mis libros sin nombre son la selva y su encuentro.