Por Iruan L. Cordero
Música de esperanza en Si bemol,
y las piernas de la continuidad, por la casa,
afuera una ciudad que desconozco,
adentro, una ventana que da a un patio
donde el sol se entretiene
en repartir sus trapos amarillos.
En lo alto de una repisa
una vela encendida debajo de una estampilla,
el humo del tabaco
junto a la jícara de aguardiente
desde una esquina del cuarto piden hoy, más que nunca:
por los que probaron la manzana y la resembraron,
por los que cambiaron sus semillas por balas también,
por el vivo y el tonto,
por el que ha vivido mucho,
y por el que le falta por vivir.
En el ascenso del día hacía su inevitable decadencia
se escucha el aullar de la cafetera,
como el cantar de una manada de lobos, a la luna llena.
Me intoxica el cuerpo y despierta la mente,
me convierte en reo, de la libertad de las redes.
Viva el cuerno de caza y su llamado
cierto instrumento en viento con su música,
queriendo revivir a los felinos de las cenizas,
o invitación azul de cuatro saltos
hacía el tibio desorden de los balcones.
Son las nueve de la noche en Cuba.
Transportando escombros de un verso a otro
regreso siempre de la ferocidad y la dulzura
con una bala, un beso de aire y un adiós.
Así, la casa se abre a los rumores
de una calle cualquiera de provincia
donde verdes los gallos resucitan.
Así, el gato regresa a su arco iris,
el teléfono a su estuche de silicona,
con mis papeles la silla a su romance,
los barcos semihundidos a los cuentos,
el sol al sol
y los ruidos de la victoria a mi mente.