Por Jessica de la C. Díaz

La luz débil de la habitación creaba un ambiente enigmático. Sus ojos se entreabrían ante la oportunidad de realizar su deseo. Sus expresiones faciales hacían relucir sus ansias de algo con adrenalina.

Se toparon sus ojos y ambos comprendieron sus miradas. Los deseos sacaban chispas con el roce de sus cuerpos, y la lujuria cada vez se hacía más intensa.

Se miraban, y al hacerlo, sus labios se resecaban ante la ilusión de un mundo nuevo, de un nuevo sabor, anhelado, aunque desconocido, raro, pero agradable, donde las hormonas se revolucionaran dentro de sus cuerpos.

Aquellas pupilas que evitaban la luz, ahora se abrían ante aquel rostro marcadamente masculino, con detalles crudos pero dulces que la hacían sentirse en el infierno de un paraíso sin compartir.

Ambos estaban desesperados, pero ninguno tomaba la iniciativa, hasta que al fin aquel disfraz de ángel se resbaló descubriendo al diablo de sus ganas; y en el roce más profundo de sus labios se abrió la puerta y un disparo la desangró a ella por la sien y le dio a él justo en el pecho.