Por Cintio Vitier
Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia:
la soberbia del maniqueo.
Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de hiel
de no ser puro como un ángel.
¿De qué vale sutilizar los argumentos?
—Sí, has colaborado con todo lo que odias,
con la múltiple, infinita cara del mal.
¿En mínima medida? ¿Solo por sumisión? ¿Solo por ganar el pan?
Nada puede consolarte.
—Nada: porque mientras menos o más irrechazable haya sido tu complicidad,
más esencial es tu miseria,
y mientras querías estar amparando en tu casa a los dioses siempre derrotados,
no eras más que un oscuro obrero de la monstruosa construcción.
Y así, cuando llegues a la presencia de tu Señor, no podrás decirle:
fui puro, no pacté, no mezclé mi alma con las tinieblas,
sino tendrás que confesarle: soy
esta mezcla deleznable,
me fue impuesto el insulto de la promiscuidad,
tuve que dar al César lo que es del César
y al cuerpo lo que es del cuerpo,
soy uno más, perdido y manchado, en el rebaño,
—quise salvar la luz, pero no pude.