Por Olga L. Martínez
—¿Llueve por allá? —pregunta él.
—No, no llueve —dice ella mientras espera. Luego continúa: —No llueve, pero... el tiempo es triste. Tan triste como la soledad, como el montón de ropa en una esquina y esa gota que persiste en caer aunque no llueva. Excelente melodía en un caldero. ¡Ay, el ventilador acaba de apagarse! No llueve, pero escucho el trinar de los gorriones y el cacarear de una gallina en el patio del vecino. Detrás de la puerta: los zapatos sin la suela. Un trozo de barro en la maceta rota, se vuelve también tiempo. Ese que no avanza en mi memoria. Una media sin pareja, cuatro gatos duermen en mi cama, y el timbre del teléfono que no para de sonar. No llueve... pero el tiempo es un mensaje que te apura, una hoja seca de la planta que persiste en desnudarse. Una escalera sin el último escalón.
“No llueve ... pero el tiempo es gris... muy gris”.