Por Olga L. Martínez

 

De vuelta al beso distraído y loco,
a tu piel con mi lluvia, desmedida,
regreso ansiosa al punto de partida,
donde arderá el deseo poco a poco.

Si juegas al amor consume el vicio.
Si juegas a perderlo lo encarcelas
y no habrá luz, ni paz, ni pasarelas,
donde poner a desfilar tanto desquicio.

Saltarina es la gota que te alcanza
en medio del desorden y el espejo
con pétalos de flores: la venganza.

Comienza el baile con su fiel cortejo,
tus labios aprisionan mi tardanza,
cuando cae la noche en tu reflejo. 

 

 

Por Anisley Fernández

 

Padre que todo lo has dado
removiéndote la frente,
padre que en el subconsciente
resguardas mi cuerpo alado.
Te escribo por el costado
que me sangra cada día,
te adoro con la cuantía
de la verdad aflorando
como un perfume embriagando
un retrato en armonía.

Te alabo, padre querido,
clarísimas son tus manos:
Dos torbellinos enanos,
guardan los sueños del nido.
Corazón en el silbido
de las noches y los llantos,
háblame, porque tus cantos
ancestrales se desbordan
sobre mis alas que abordan
los primeros esperantos.

 

Por Dulce María Loynaz

 

Amar la gracia delicada
del cisne azul y de la rosa rosa;
amar la luz del alba
y la de las estrellas que se abren
y la de las sonrisas que se alargan…
Amar la plenitud del árbol,
amar la música del agua
y la dulzura de la fruta
y la dulzura de las almas dulces….
Amar lo amable, no es amor:
Amor es ponerse de almohada
para el cansancio de cada día;
es ponerse de sol vivo
en el ansia de la semilla ciega
que perdió el rumbo de la luz,
aprisionada por su tierra,
vencida por su misma tierra…
Amor es desenredar marañas
de caminos en la tiniebla:
¡Amor es ser camino y ser escala!
Amor es este amar lo que nos duele,
lo que nos sangra bien adentro…

Por Mirta Aguirre

 

Yo me acostumbro, amor, yo me acostumbro.
Yo me acostumbro a estar sin ti. ¿Lo entiendes?

Quiere decir, amor, que no amanece;
quiere decir que aprendo a abrir los ojos sin tu beso.
Quiere decir que olvido, amor, que yo te olvido.

Como un morirse lento, implacable, a pedazos,
yo me acostumbro, amor, yo me acostumbro.
Y acostumbrarse es una cosa oscura,
es una cosa eterna, sin caminos,
como un caer caer en el vacío.

Yo me acostumbro, amor, yo me acostumbro.

Y un día y otro pasan.
Y un día triste no es día sino un cortejo inmenso.
Y dos días de tristeza ya no pueden decirse.

Por Pedro O. Silva 

 

Hay aves que parten
y dejan su corazón
encerrado en las jaulas
Ellas viven con el pasado
Pero qué pueden hacer
sin su hermoso órgano de libertad
sin sus alas de sonrisas
Qué pueden hacer
Ellas solo vuelan
y vuelven
para aprisionar sus cadenas
al antiguo dueño.

 

 

Por Domingo Corvea y Diana R. González

 

Algunos vendedores han adquirido la costumbre de extender los productos, aumentándolos con agua. Este es el caso por el que pasaron Ortelio Lumpuy y su esposa Clotilde Salazar.
Ellos viven en el municipio de Cabaiguán, pero conservan una finca con 7 vacas y, de los sobrantes de ordeño, venden a sus vecinos algunos litros de leche. La señora, ignorante de los rejuegos del negocio que hacía su marido, le responde:
—¡Qué pena, Remigio, no puedo! Ortelio salió y no sé qué cantidad de agua él le echa a la leche.
Contado por: Domingo Corvea Pontigo.

 

De: Rafelito Mentira. Ediciones Luminaria, 2006, Sancti Spíritus, Cuba. (N. del E.).

Por Carilda Oliver Labra

 

Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno. 

 

 

Por Irelia Pérez


Con disfraz de torre anciana
te busca una niña.    Ven.                              
Ya por las noches no hay quién
narre historias.
                         No hay mañana.

Fuiste escudo, flor y nana,
lluvia de miel contra el fuego,
barca
mar
sol
mi álter ego...
Y hoy que en la niebla te pierdes,
un corazón de ojos verdes
sin ti se ha quedado ciego.

 

 

Por Anisley Fernández

                                  

Yo renuncié a los códigos del viento
para leerte,
renuncié al murmullo del mar.
Su aliento lanzaba acordes disparatados.
Tuve que caminar sin respuestas.
Yo renuncié a los doctores
a libros descomunales
por no tener noticias para salvar.
Yo renuncié al canon de las poetas contemporáneas
a la retórica incongruente
al par de imanes y caracolas
a los inciensos que invocan el pasado
al fondo de ciertas botellas
donde quedaron palabras durmientes

Por Isabel Ricardo

 

Oculta entre las sombras
intento recordar
el mapa de tu cuerpo.
Salgo para enfrentarte
y entre bíceps, tríceps
y planos inclinados
en orgásmica locura,
quedo brutalmente satisfecha
hasta el infinito.