Por Ana L. López
El mar se está metiendo carajo. Qué clase de tormenta. Los pescaos golpean las ventanas. Ven a ver, asómate. Dice Graciela que desde ayer el primer piso está inundado, aunque a Graciela no se le puede hacer caso. Se la cortó al marido por andar con la artista aquella de la tevé. Graciela tuvo cojones para cortarle la hombría al marido pero no tiene para salir a coger los pescaos, dice que estoy como una cabra. No sé cómo son las cabras, nunca he visto una. Lo que estoy viendo es la gente flotando por las calles con sillas y ventiladores, y todos esos pescaos. Deberían entrar tiburones a ver si se comen a Graciela. Tiene mil años pero ni la muerte la quiere de tan maldita. Mira eso, los rebeldes están en las calles recogiendo los pescaos y tirando balsas pa’la gente. Son unos salvajes. Ven a ver Graciela qué clase de muñecos, de los que te gustan, machotes con barba y fusil. Esta ni caso me hace. Ahora en vez de abrir la puerta y pescar coge pal cuarto a buscar pastillas. Dicen que las cabras dan leche, hablan mierda y toman pastillas. Nunca vi una cabra, pero yo no doy leche, por ningún lugar di leche. Muy fresca ella. Si pudiera pararme abriría la ventana, a ver si el jefe del convoy me saca de aquí, o el mar, da lo mismo. Y que el tiburón que entró por la avenida se la trague completa y mueran los dos. Ella por tan Graciela y él por tan tiburón. Aunque ahora todos los tiburones están de verde. Aunque ahora todos los tiburones que veo están de verde. Candela, pero y esto.
El mar se está yendo Graciela, ven y corre! Ah, ya viste? Tienes tanta suerte que ni el tiburón te mete el diente. No te rías estúpida, el que tiene suerte es el tiburón. No me des más eso y abre. Que el mar me lleve dale! Quiero salir aunque me devoren los pescaos. Asesina de hombres, asesina! Si me vuelves a tocar voy a llamar a mi hija pa’ que sepas. Mi hija no le teme a nada. Mi hija se la cortó al marido y se fue echando pa’llá, pa donde el mar tiene edificios, los pescaos y tiburones lindos. Abre la ventana Graciela!!