Por Lucio Pérez

 

Mayo alegra el universo
y este paisaje en la pupila sangrando siglos.
Ellas confunden el Sol y la sonrisa,
la lluvia y el arcoíris
y plantan flores,
donde una vez sembré una isla de versos
que se multiplican con las estaciones.
Ellas se inventan cada mañana
para borrar los plazos con latidos
y regalan estrellas,
historias que no terminan
aun después del tiempo.
Y así colgadas del espacio
siguen regalando la última de las estrellas,
y de mayo solo queda
el postrero átomo del nombre. 

 

 

Por Norma Piñeiro

 

No importaba invierno o primavera.

Ni comer ni llorar.

Ni la furia del viento
sobre el vientre del día.

Ni el dolor ni el amor ni la costumbre,
esa pequeña forma de la dicha.

Ni la angustia de sostener la tarde
con la carga de ser.

Qué inocencia:
mi paso en la vereda
apretado al miedo
de la hoja seca.

Por Olga L. Martínez

 

La triste soledad de tu mirada
ve caer una flor en tus arrugas,
y se me va el color, y te me fugas
por la grieta del día, acorralada.


Mas… se me vuelve la distancia espada
cuando no hay mariposas, solo orugas.
Entre tanto, tus lágrimas enjugas,
y esperas el milagro de algún hada.

¿No escuchas, madre, cómo canta el río?
¿Cómo las aves trinan con más brío
y la orquídea del patio reverdece?

A tus recuerdos, madre, dales alas,
regálate la infancia. Pon bengalas,
y verás que el dolor desaparece.

 

 

Por Clara Veitía

 

¿Qué es un pueblo sin poesía?
Un jardín sin una flor,
como un beso sin amor,
un reír sin alegría.
Cumanayagua sería
menos gentil y genuina
sin la pluma culta y fina
de este poeta tan nuestro,
al que yo llamo: “Maestro”,
y es un verso que camina.

 

Esta décima está dedicada a Orlando V. Pérez Cabrera (N. del E.).

 

 

Por Lucio Pérez 

 

Un hombre se muestra
tras el iris de una sonrisa,
queda suspendido en un instante,
mientras corceles a galope
viajan por la sangre
que corre como ríos
sacudiendo el nimbo
de los años.
Se le escapó una mirada
sin ceremonias
y el regalo se hunde en la piel
donde fluyen los colágenos
dormidos por el tiempo.
Quién va a detener el Sol
cuando ya crecen espigas
que se clavan en su cuerpo.
Quién va a detener el Sol
cuando solo una sonrisa
ha roto el silencio de los muertos
en prolongados aleluyas a la vida.

 

 

Por Lucio Pérez


              …cuando se encienden mis luciérnagas:
           

              ...y aquí se quedan llenándome de amor con sus arterias.
                       

                         Carilda Oliver Labra


               “Uds., que siempre fueron, que siempre están”.
       

...Y hoy encenderé mis cirios
para descubrir los rostros
que una vez me mostraron las estrellas.
Sembraron amapolas
con el polen esparcido
en la alquimia y validez de mis huellas.
Y puesto que habitamos
múltiples dimensiones
descubro:
la placidez de un robado beso
el abrazo sobre el banco de aquel parque
un orgasmo que baña  todos mis silencios
la fantasía de un viaje
que recuerda siempre
que el tiempo no carcome los recuerdos. 

 

 

Por Jorge Sosa

 

         Yo quiero morir aquí
         bajo el azul de mi cielo
         contemplando el raudo vuelo
         del inquieto Colibrí.

               Luis Gómez Martínez

Como a la existencia mía
amo a mi sol mañanero.
Para escribir, un tintero
azul tengo, mi bahía.
Siento que la lejanía
me llama pero es que a mí.
La voz de José Martí
me enseñó a querer lo mío.
Y por no morir vacío
yo quiero morir aquí.

Por José Martí

 

I

Cuando en la noche del duelo
Llora el alma sus pesares,
Y lamenta su desgracia,
Y conduele sus afanes,
Tristes lágrimas se escapan
Como perlas de los mares;
Y por eso, Micaela,
Triste lloras, sin que nadie
Tu dolor consolar pueda
Y tus sollozos acalle;
Y por eso, Micaela,
Triste en tu dolor de madre,
Lloras siempre, siempre gimes
La muerte de Miguel Ángel.

 

II

¡Allí está! Cual fresca rosa,
Blanco lirio de la tarde,

Por Víctor Jesús Díaz

 

Corrían las postrimerías del año de l962 y durante una entrevista con la Dra. Nieves Valmaña Mujica en Ciudad Libertad para ubicarme, esta me propone la opción de incorporarme como profesor al Centro de Formación de Maestros Primarios de Minas de Frío en el corazón de la Sierra Maestra. En esta escuela tendría la oportunidad única de compartir experiencias con un nutrido grupo de profesores en la enseñanza de nuevo tipo que se gestaba en ese enclave situado a 1 200 metros de altura en lo más alto de la Loma de la Vela. Me explicó además que ya se habían realizado dos cursos anteriores y que todos los que por allí pasaron, habían quedado prendados del lugar y del maravilloso trabajo docente que se realizaba. Además, cuando me dijo que mi querida amiga Cheíta (así llamábamos cariñosamente a la Dra. Mercedes de Varona) era la directora del centro, sin pensarlo dos veces, acepté enseguida. Como ya conocía la vida en campaña, para mí no fue nada difícil prepararme para el largo viaje, concebido en varias etapas. La primera desde La Habana hasta Bayamo en ómnibus; la segunda, desde Bayamo hasta Estrada Palma por medios propios, es decir, “en botella”, porque a partir de allí no existía transporte regular. La otra etapa era desde Estrada Palma a Las Mercedes y la última, unos diecisiete kilómetros, desde este pequeño poblado hasta Minas de Frío, sólo podía hacerlo a pie en una fatigosa jornada que incluía el difícil ascenso de la Loma de la Vela, en cuya cima estaba enclavada la escuela.

Por Isabel Ricardo

 

Me sobrepongo a los versos medidos
de antiguas epopeyas o fracasos,
me atengo a la cotidianeidad poética
y en el lento caminar de las calles,
en las tardes vírgenes de tópicos,
desde los bancos del parque
miro los grandes y alegóricos murales.
Pienso en tu mirada gris,
tu mano acariciante,
creo disfrutar a tu lado
del viento en la arboleda,
el verde pulsante que nos rodea,
las hojas secas y susurrantes,
el lago prístino,
la luz de las estrellas,
las estaciones;
cada una con su color particular…
Todas… junto a ti,
son mi poesía.